Guerra sucia en Argelia
Varios ex policías huidos a Francia denuncian casos de terrorismo de miembros de las fuerzas de seguridad
Por la noche, en Argel, Fuad tenía la costumbre de mantenerse apartado. Sus colegas llamaban a la puerta de un piso y preguntaban "¿Eres tú Murad?" a un padre de familia medio dormido, que contestaba: "Sí, soy Murad". Una detonación, y el hombre se desplomaba en el descansillo. Sus hijos llegaban corriendo, mientras Fuad se marchaba con sus colegas, con el rostro disimulado bajo una capucha, un fusil. Kaláshnikov en la mano y el bolsillo lleno de píldoras. Había que tomar píldoras de forma regular para mantenerse despierto por la noche en Argel.En el seno del equipo había una buena relación. Eso es algo normal "cuando se sobrevive entre las balas..." Fuad, de 25 años, protestaba de vez en cuando. Salir así basándose en una denuncia, una llamada de teléfono o una carta anónima dejada en la comisaría, para realizar una detención o una ejecución a ciegas, "sin saber si el tipo estaba armado, si era culpable..." Una vez, el asalto previsto al segundo piso de un inmueble se convirtió en una carnicería. Los colegas, "compañeros míos", dispararon contra todo el mundo a partir de la planta baja, y Fuad les dijo: "Esperad, hay que evacuar la zona y no matar a todo el mundo". Sus colegas le respondieron: "¿Es que ahora estás de su parte?"Sin duda eran los nervios, porque sabían que una mañana, en una gran plaza de Argel, Fuad les había salvado la vida. Aquel día, el equipo había tendido una trampa a un asesino del Grupo Islámico Armado (GIA), pero éste, al llegar a la cita, empezó a sospechar. El terrorista era joven, de unos 19 años tal vez. Vestido a la moda con vaqueros, cazadora de cuero, pendiente y cinturón con revólver. Se disponía a desenfundar cuando Fuad disparó antes que él. Una bala en el corazón, sin remordimientos. "Sabía lo que había hecho, y en esos casos mato. Mato con pruebas, bien lo sabe Dios. Con Dios no habrá problemas". Hoy, Fuad se pasea por las calles de París. Cada vez con menos frecuencia, vuelve la cabeza hacia atrás como si le siguieran.
Un día, en la comisaría, Fuad se sorprendió llorando. Sistemáticamente, cuando moría un policía, sus superiores se contentaban con dos preguntas: "¿Han cogido su arma? ¿Su carné del cuerpo?" También recordaba el comentario de un jefecillo harto de un colega gravemente herido que reclamaba una indemnización: "Aquí les pagamos para morir". Y, escrita en un telegrama de la dirección central de la policía, la prohibición absoluta de volver al casa con su arma si se reside en un barrio peligroso de Argel. Se trata de evitar que a los policías, además de degollarlos, se les quite una pistola que pasaría al bando enemigo. "Ya no éramos nada. Eramos mierda. Y querían convertimos en locos, en sanguinarios". Fuad vivía en el barrio de los Eucaliptos, uno de los más pobres de la capital, un feudo islamista. Dormía en la cocina. "En mi casa vivíamos 14 en dos habitaciones".
Al principio hubo dudas, rumores, y luego las, confirmaciones. Familias que, en el entierro de su hijo policía, negaban a sus antiguos colegas el derecho de tocar el ataúd diciéndoles: "No son los islamistas los que le han matado, sino ustedes". Estos últimos no entendían lo que querían insinuar. En los barrios, los policías más conocidos, "los más justos, los más queridos", eran eliminados "como para conmocionar a la gente y provocar su rechazo". Un grupo de inspectores de la policía judicial se hizo famoso por sus atracos a joyerías "sin que nadie les detuviera". Un día, la sopa de los 1.600 alumnos de la academia de policía fue envenedada por un miembro de las fuerzas del orden.
Algunos ninjas, como llaman a los comandos especiales vestidos con monos y capuchas, eran acribillados por la espalda cuando eran seguidos por una escolta de militares. Un inspector, "un antiguo malhechor, como es público y notorio", reconoció los asesinatos de 14 de sus colegas. Fuad afirma haber perseguido un coche con el que se acababa de cometer un atentado. "Estábamos detrás de él, estábamos contentos. De pronto, lo vemos entrar en un cuartel de la seguridad militar. In formo por radio, y me contestan: 'Misión cumplida: vuelvan a la comisaría".
"Pasaban los años y todo se mezclaba. Teníamos la convicción de que también se mataba dentro del Estado, que había un segundo terrorismo, legal en este caso, que se añadía al otro. Ya no se podía confiar en nadie. La seguridad militar, los gendarmes, la policía, todo el mundo se mataba entre sí y llevaba un doble juego", cuentan Samir, Ahmed y Karnel, amigos de Fuad, también policías refugiados en París desde hace seis meses. "Luchábamos contra el GIA y nos dábamos cuenta -lo comentábamos entre nosotros- de que los servicios del Estado montaban atentados espectaculares. El asesinato del presidente Budiaf por un tirador aislado, el ataque contra el consulado de Francia -un edificio rodeado de cuarteles militares- ¿Era todo eso posible sin complicidades y manipulaciones? En la cúpula del Estado hay personas interesadas en alimentar la guerra y retrasar el momento de rendir cuentas; por ejemplo, sobre el dinero desviado". Fuad, Samir, Ahmed y Kamel se veían condenados a matar sin saber por qué, a hacerse matar sin saber por qué.Una vez, alas cuatro de la madrugada, el coche patrulla zigzagueó en una curva: "Se oyeron disparos y sentí que una bala me atravesaba la pierna. El conductor estaba muerto, y me tumbé sobre él cerrando los ojos. Cuando todo terminó, sentí el rostro de alguien que me miraba, y después, se marcharon. Esperé así hasta. las siete de la mañana". Fuad llevó sus propios medicamentos y vendas al hospital, y no se quedé, mucho tiempo. "Es sin duda es; uno de los lugares donde se pueden cargar con más facilidad a un policía".En los últimos días del verano de 1994, Fuad ya no sabía cómo poner fin a la situación. Hacía 17 meses que no pisaba su casa, dormía en un despacho de la comisaría y llevaba su ropa a una lavandería. Los policías que dimitían eran asesinados. Los que se mantenían en su puesto también eran asesinados. "Se recibían por correo cuchillos en miniatura envueltos en pedacitos de tela". Fuad se prometió reservarla última bala para él mismo para no ser degollado. El Ramadán había sido muy duro. Los atentados se sucedían interminablemente. "Terminaba uno por olvidarse de los muertos de la víspera". Fuad estaba convencido de que "los terroristas" iban a cometer un atentado cuando se pusiera el sol, ese momento en que, después de un día de ayuno, sólo se piensa en el primer segundo de la noche que autoriza a comer. "Tomaba la sopa en la terraza de la comisaría, con el Kaláshnikov sobre las rodillas". Algunos policías habían sido torturados por sus colegas. Se sospechaba que eran agentes dobles. Con electricidad, con un trapo mojado en la boca o atados a una escalera que se dejaba caer, se les obligaba a hablar.El padre de la novia de Fuad había anulado el proyecto de boda. "Si hubiera sido mendigo, basurero, cualquier cosa, habría aceptado". Por lo demás, hacía mucho tiempo que la población ya no dirigía la palabra a los policías. Fuad, nacido en una barriada, había" elegido esa profesión para ser agente de circulación. Recuerda los primeros meses de 1989, en los que planchaba su uniforme y trabajaba por la tarde en un gran cruce de Argel, sonriendo a las chicas "a plena luz del día". "Éramos argelinos nuevos cuando entramos en la policía. Empezaba a haber comisarios y oficiales que no habían conocido la guerra de la independencia. Creíamos en las elecciones, en el fin de la violencia y de la corrupción en las comisarías.Al principio de la guerra, Fuad vio en su barrio cómo se detenía y deportaba a los campos de concentración del desierto "a jóvenes que no habían hecho nada". "Secretamente, en mi interior, pensaba que era una injusticia, pero me callaba". Fuad tampoco decía nada cuando enterraba a colegas "sin cabeza, muchachos de 19 años". No rechistó cuando sus superiores le ordenaron que disparara sin dar el alto a las siluetas que se perfilaran en la noche. "Sin embargo, sabía que en las barriadas se trataba muchas veces de jóvenes que se turnaban para dejar su cama a su hermano pequeño para que pudiera dormir tres horas, y mientras tanto se fumaban un pitillo en la escalera".
Fuad, a veces, no respetaba las instrucciones. Por ejemplo, simulaba que iba al lugar de un atentado. No tenía ninguna esperanza de encontrar una vivienda porque, según dice, los jefes se habían asignado los nuevos pisos destinados normalmente a los policías que, como él, vivían en feudos del GIA. Su amigo Ahmid consiguió salir de Argel aprovechando las vacaciones. Desde París, donde se había refugiado, le mandó una carta voluntariamente provocadora: "Quédate en la mierda, ya que eso es lo que quieres". "Aquí dice Fuad, "se producía un lavado de cerebro. Nos convertíamos en vampiros a fuerza de vivir por la noche. Y las consignas de disparar sobre todo lo que se moviera...". Frecuentemente, Fuad se marchaba solo a la orilla del mar, a las cinco de la madrugada. "En la playa lloraba, era algo que salía de mí..."
Cuando también él consiguió unas vacaciones junto con una autorización para abandonar el territorio nacional, Fuad devolvió su carné de policía justo antes de tomar el avión, sin poder avisar a su madre. En París se reunió con Ahmid, Kamel y los otros policías refugiados. Algunos han subarrendado locales en garajes de la periferia, otros viven en casa de familiares. Solicitan el estatuto de refugiados políticos, aunque no se hacen ilusiones sobre el resultado del procedimiento; mientras esperan una renovación -igualmente improbable- de su visado de estancia, sobreviven sin dinero, vendiendo algunos bolsos "de fantasía" en los pasillos del metro y distribuyendo folletos en las calles de París.
Un día, Fuad se encontró por casualidad en Barbes con un amigo de la infancia. "Él era del FIS y yo policía, pero nos dio igual". Los dos hombres se abrazaron repetidamente. "¿Qué tal? Bien, y tú, ¿qué tal?". Fuad dice que "se entendieron muy bien".
Ahora se siente menos policía. "Han abusado demasiado de nosotros y nos han dejado tirados demasiadas veces", explica refiriéndose a sus jefes. Le gustaría que "se hiciera justicia" con ellos.Copyright Le Monde / EL PAÍS
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