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Manolos de hoy

Sobre el origen del nombre de este barrio castizo, cuna de la manolería madrileña, han disputado mucho y en vano los cronistas a través de los siglos, sin acertar siquiera a ponerse de acuerdo sobre si hay que escribir Lavapiés o El Avapiés. Moratín en alambicado verso, y Mesonero Romanos con su cultivada prosa, don Ramón de la Cruz que cantó su fama y desparpajo, Pedro de Répide y Sainz de Robles, incluso Lope, todos tuvieron algo que decir sobre este barrio, sus orígenes y sus pobladores.La plaza de Lavapiés, asimétrica y descabalada, se centra, a falta de fuente o monumento que la señale, en la embocadura del Metro de su nombre. Junto a ella, en esta tarde ventosa de invierno, han instalado su mínimo tenderete una pareja de mormones encorbatados y sonrientes, dispuestos a propagar la palabra de su santo y extravagante profeta y fundador, Joseph Smith.

Unos metros más arriba, frente a la vetusta fachada del café Barbieri, en un primer piso, hay un balcón cubierto por una bandera roja y engalanado con las severas efigies de Marx, Stalin, Mao y otros santones de la viekja estirpe. Nadie parece molestarse, ni reparar siquiera en este parapeto que, según informa el camarero de Barbieri, no cobija a ninguna organización marxista, sino a un vecino particular que, al igual que los misioneros mormones, propaga su fe a los cuatro vientos.

Los escasos bancos de la plaza ofrecen un abigarrado muestrario de tipos y de razas en apacible promiscuidad: un maduro caballero de rasgos orientales permanece absorto con la mirada en el vacío escuchando su walkman, codo con codo de una joven mulata que lee una revista sin dejar de sujetar el cochecito de un bebé sonrosado y tapado hasta las orejas. Una pareja de adolescentes con las carpetas del colegio bajo el brazo comparten el siguiente banco con una anciana arrebujada en su abrigo. Sale del metro un auténtico rastafari balanceando orgullosamente sus coletas, y apoyados en la baranda, dos emigrantes de poblado bigote mantienen una animada charla en una lengua que podría ser árabe.

El casticismo de Madrid es pura paradoja, asimilación de modos y culturas foráneas. Cuentan los cronistas que los manolos, tipos característicos de Lavapiés, ensalzados o ridiculizados en los sainetes de don Ramón de la Cruz, tomaron su nombre de la tradición de los judíos conversos que para hacer pública su nueva devoción, daban el cristianísimo nombre de Manuel a sus primogénitos. Para Mesonero, que veía Lavapiés como la quintaesencia del mapa picaresco de España, los manolos reunían "la gracia y jactancia de Andalucía, la viveza valenciana y la seriedad y el entonamiento castellanos". Desde el siglo XVIII abundan los comentarios despectivos sobre la zona a cargo de aristocráticas plumas cortesanas. Aunque de vez en cuando se les ve el plumero y entre denuesto y denuesto sobre este barrio terrible de vicio, crimen y pecado, asoma cierta admiración y un punto de envidia sobre la libertad de costumbres de sus habitantes, la belleza de rompe y rasga de las manolas, la chulería arrogante de sus compañeros y la perpetua algazara que reina en sus tabernas y ventorros, en sus burdeles y en sus garitos. La majeza y la manolería de los barrios populares madrileños acabarían por imponer sus gustos y sus modas a una buena parte de la aristocracia, la petulante elegancia que muestran los tapices y cuadros de Goya, atravesaría la frontera de los barrios bajos para contaminar a las cabezas más locas de la nobleza. Árbitros de la moda durante largo tiempo, manolas y manolos fueron furibundos defensores de la tradición española frente a las tendencias extranjerizantes, haciendo de ello cuestión patriótica y frecuente motivo de reyertas con currutacos y pisaverdes afrancesados.

Mas como lo cortés no quita lo valiente, los vecinos de Lavapiés mantuvieron y mantienen una antigua tradición de hospitalidad y buen trato con los extranjeros. Es un barrio tan acogedor que, como contaba Répide, no había portera que no alardeara de haber dado cobijo en su edificio al mismísimo Luis Candelas cuando huía de la justicia.

Hoy conviven aquí inmigrantes de todas las procedencias, artistas en ciernes, camareros, obreros y estudiantes, gitanos del arte o del comercio, asentados en el barrio desde sus orígenes y supervivientes de algunos de los oficios que Mesonero consideraba propios de los manolos de casta, zapateros, taberneros, caleseros -léase taxistas-, carniceros, traperos y - tratantes. Acreditadas tabernas y mesones que exhiben en sus muestras su procedencia regional comparten su espacio con bares modernos, cafés de tertulia, cabarés de bolsillo, antros, rockeros y colmados flamencos. Abundan las casas de comidas económicas y las tiendas de comestibles a la vieja usanza, los bazares de ropa barata, quincallería y artilugios electrónicos de importación.

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En la plaza, un enorme camión descarga el aparato escénico de una nueva representación en el teatro Olimpia, sede de efímeras dramaturgias de vanguardia, y en el centenario café Barbieri suena a moderado volumen música de rock sobre los ajados terciopelos, anacrónico contrapunto que no parece turbar la plácida merienda de un corrillo de animosas sexagenarias que comentan las últimas noticias locales.

La plaza de Lavapiés se agita en un ajetreo constante, el trasiego se intensifica a la puerta de unos grandes almacenes conocidos por la baratura de sus precios, colegiales con mochila y señoras con grandes bolsas de plástico se cruzan con vendedores ambulantes que observan con el rabillo del ojo por si algún celoso municipal viene y les fastidia la venta. Las máquinas tragaperras de un salón cercano dejan escuchar su engañosa cantinela sobre las aceras para tentar a damas y caballeros jubilados que cuentan sus monedas en el bolsillo y se detienen dubitativos ante sus puertas. Lavapiés de las famosas buñolerías, de las verbenas y de las bulliciosas corralas que al escritor Arturo Barea le recordaban las galerías carcelarias. Aún siguen teniendo eco las palabras con las que el novelista condensó, allá por 1920, las esencias del barrio: "Así que en Avapiés se encuentran todos los orgullos: el de haber sido todo y no querer ser nada, el de no haber sido nada y querer ser todo".

Conviven aquí inmigrantes,, artistas en ciernes, camareros, obreros y estudiantes

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