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Los 'señores de la guerra' negocian repartirse el poder en Somalia y hablan de paz

Alfonso Armada

El general Mohamed Fará Aidid cambió ayer el uniforme por camisa blanca y corbata. El más temible de los señores de la guerra anunció en su casa de Mogadiscio: "La guerra ha terminado en Somalia". Tres días después de la salida de las fuerzas de las Naciones Unidas, que en dos años fueron incapaces de desarmar a las decenas de clanes y de implantar la paz, las armas siguen casi mudas y Aldid llama "hermano" a su mayor enemigo, Ali Mahdi

Tras invocar tres veces a Alá con el puño en alto, Aidid leyó un manifiesto rodeado de su Estado Mayor, su Gobierno en la sombra y sus aliados. En contraste con la desafiante ale gría que Aidid exhibió ante la partida de la ONU, el general adoptó ayer un tono más político. No sólo anunció la próxima reunión de una conferencia para la reconciliación nacional que forme un gobierno de unidad capaz de restaurar la autoridad, proceder al desarme de las milicias y convocar elecciones democráticas, sino que pi dió la ayuda del mundo para una tarea que los más de 30.000 cascos azules de la ONU fueron incapaces de cumplir. "Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional y a los países amigos para que nos ayuden a reconstruir el país. Somalia sola no puede". Aidid sostiene que no hay ninguna contradicción entre su alegría por el fracaso de la ONU y su petición de ayuda internacional. "Desde la salida de los cascos azules el país está en paz. Los problemas se agravaron por la injerencia extranjera. Mi hermano Ali Mahdi y yo estamos hablando para restablecer los servicios del puerto y del aeropuerto y poner en marcha la reconciliación nacional". Para el astuto hombre de la guerra, que controla no sólo dos tercios de la capital, sino buena parte de Somalia y es hoy por hoy el hombre fuerte del país, "el mayor error de la ONU fue que las tropas extranjeras llegaron para ayudar y cambiaron su misión hasta convertirse en una fuerza de intervención".En el mes de julio de 1993, a la pregunta de si consideraba necesaria la eliminación física de Aidid, el secretario general de la ONU, Butros Butros-Gali, respondió que sí.

Tanto Aidid como Mahdi pertenecen al mismo y poderoso clan, el hawiye, y al mismo partido, el Congreso de Somalia Unida, que derribó al sangriento dictador Siad Barre en 1991. Pero mientras que Mahdi, de 56 años, rico hombre de negocios y antiguo diputado, forma parte del subclan abgal, que ha vivido tradicionalmente en la capital, Aidid, del subclan harb-gadir, fue pastor, militar y diplomático y completó su formación en Italia y en la antigua Unión Soviética.

Para un miembro de la exigua burguesía local, el anuncio de que la guerra ha terminado "no es más que pura propaganda al viejo estilo soviético". Lo que sí parece claro es que los clanes de Aidid y de Mahdi están negociando bajo la mesa y que las armas seguirán en silencio mientras tanto. En su casa de Mogadiscio, Mahdi sonríe y mantiene el tipo. Cuenta con no poco poder, pero está en inferioridad frente a Aidid. Autoproclamado presidente tras la caída de Barre, Mahdi gozó del respaldo de la ONU. Pero ahora deplora la partida de la fuerza internacional "sin que hubieran terminado su trabajo, sin haber establecido un mínimo acuerdo que permitiera la reconciliación nacional".

El general Aidid reina sobre un país inexistente. Es el mismo hombre a quien, en el más puro estilo del salvaje Oeste, la ONU puso precio y a quien los rangers estadounidenses trataron de cazar en el laberinto de la capital, del cuerno de África tras ser acusado de "crímenes contra la humanidad". Para los escépticos locales, el aumento en un 200% del preció de las armas explica su silencio actual. "Mientras los clanes entiendan que pueden obtener alguna ventaja en el reparto del poder, la calma se mantendrá en Somalia", apostilla un veterano periodista local. La paz sigue siendo un asunto incierto en un país destruido y plagado de armas, clanes y bandidos.

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