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Vuelven a casa ocho niños separados de sus padres por una falsa acusación

Isabel Ferrer

Ocho niños escoceses, separados de sus padres en 1990 por una falsa acusación de abusos sexuales, regresarán a casa en los próximos días. La decisión ha sido adoptada por el Tribunal Supremo, en Edimburgo, y revoca otras dos sentencias anteriores. Ambas avalaban las acusaciones de "sádicos y siniestros ritos" vertidas por los servicios de asistencia social. Las tres familias afectadas estudian ahora reclamar una indemnización."Ha sido una tortura, El infierno", balbuceó al final del juicio el padre de una muchacha de 15 años que volvió a su hogar ayer. El resto de los pequeños, cuatro chicos y otras tres chicas, lo harán en las próximas semanas. Para algunos de ellos, el reencuentro será particularmente difícil. El más joven tenía diez meses cuando fue separado y ya no recuerda a sus progenitores. Las familias, que han invertido sus ahorros en demostrar su inocencia, no tendrán que pagar a los psicólogos que les ayudarán a rehacer sus vidas. La sentencia incluye sus servicios.

La pesadilla, como fue definida por lord Hope, presidente del Supremo escocés, empezó en junio de 1990. La madre de una de las tres familias sugirió que su esposo, y los demás adultos, habían abusado de sus hijos. Aunque no pudo aportar pruebas y los exámenes médicos no aclararon nada, los ocho niños fueron llevados a hogares de acogida. La sentencia denuncia ahora la falta de experiencia y entrenamiento de los asistentes sociales de los entrevistadores.

En los últimos años, otras tres denuncias de ritos perversos han acabado en los tribunales escoceses. En todas ellas, los hijos de las familias acusadas han sido devueltos a su hogar sin que se pudiera probar nada. Una investigación oficial duda incluso de la existencia real de un abuso de menores de tipo satánico. Los responsables de las entrevistas cuentan ya con una nueva normativa para no inducir al niño a decir cosas que no sucedieron. No deberán emplearse los muñecos "sexualmente correctos" para animar fantasías infantiles que puedan ser malinterpretadas y las charlas no podrán ser obsesivas para probar una sospecha.

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