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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cohabitación

ESTADOS UNIDOS ha tenido presidencias generalistas, activistas, detallistas. Ronald Reagan era un ejemplo de lo primero, una dirección a seguir y gran margen de maniobra para los ejecutores; la de Roosevelt, de lo segundo: visión y manos a la obra; Jimmy Carter tenía tendencia a perderse en los detalles. La presidencia de Bill Clinton es una mezcla indefinida: parece tener visión, pero su ejecutividad es caótica. Y sus esfuerzos por incorporar todos los considerandos a su política dan a ésta una imagen titubeante.De estas debilidades se quiere aprovechar ahora un Congreso que dominan los republicanos por primera vez desde hace cuatro décadas. La mayoría ya ha anunciado su aspiración a modelar la política interior e incluso exterior del país en contra de Clinton. Las iniciales manifestaciones del nuevo hombre fuerte de los republicanos, Newt Gingrich, favorables a la colaboración con la Casa Blanca en estos dos años de forzada cohabitación en Washington, han sido desmentidas por una actividad legisladora, declaradamente hostil a Clinton.

En política exterior, la mayoría republicana en el Congreso ha presentado ya iniciativas de gran alcance. Una, recortaría la capacidad presidencial de decidir la participación de EE UU en acciones de paz de la ONU. Otras, aprobadas ya en la Cámara de Representantes, reducirían drásticamente la ayuda exterior al Tercer Mundo, la capacidad de financiación de operaciones humanitarias y los márgenes de cooperación del Ejército norteamericano con las Naciones Unidas.

Todas estas iniciativas deberán ser aprobadas, sin embargo, por el Senado. Y es allí donde las iniciativas más conservadoras y aislacionistas de los republicanos sufrirán previsiblemente considerables correcciones. Ni el portavoz de los republicanos en el Senado, Robert Dole -que acaba de anunciar SU candidatura a la presidencia-, ni otros senadores republicanos tienen particular interés en defender allí medidas con tanto lastre ideológico ultraconservador. Incluso de ser aprobadas sin mayores cambios en. esta cámara podrían enfrentarse al veto de Clinton. Si así fuera, sólo una nueva aprobación en ambas cámaras por una mayoría de dos tercios -muy ardua de conseguir- prevalecería sobre la voluntad presidencial.

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Ante todo ello, si quiere tener alguna probabilidad de reelección en 1996, Clinton deberá actuar reforzando las prerrogativas de la Casa Blanca. Para ello es imprescindible la negociación con el Senado, para que diluya tales iniciativas y una labor de persuasión que demuestre que el exceso de ideologización de la política exterior que quieren imponer algunos republicanos no sólo deterioraría los lazos de Washington con sus aliados, sino también lesionaría a los propios intereses de EE UU. De no ser así siempre le quedaría en último extremo el veto para obligar ante todo a los senadores a definirse ante la opinión pública. El presidente no ha usado aún el veto durante su mandato. Pero un pulso con el Capitolio puede servirle para rehacer su imagen ante una opinión crítica pero no irrecuperable para él.

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