Paro e inflación estructurales
JORDI SEVILLAEl autor hace un análisis de dos de las principales preocupaciones de la economía española, el paro y la inflación, y propone medidas para mejorar su actual situación.
Es mucha la literatura existente sobre la relación entre inflación y paro. Y, como no podía ser menos en economía, no toda coincide, ni en el diagnóstico ni en las soluciones. La más tradicional, aquélla que arranca de la curva de Phillips, establecía un trade-off entre ambos de tal manera que sólo se podía reducir el paro a cambio de aceptar una mayor inflación inducida por políticas activas de demanda, y, a su vez, combatir la inflación con medidas monetarias tenía, como subproducto, un incremento del paro. Con posterioridad, Friedman, Phelps, y otros señalaron que esa "ecuación perdida" de Keynes -como se llegó a llamar a la curva de Phillips- no funcionaba así más que en el corto plazo, y eso en el mejor de los casos. A largo plazo, cuando los agentes económicos hubieran reajustado sus funciones de reacción, sólo se conseguiría más inflación con el mismo nivel de paro.Se desarrolló entonces la teoría del paro natural como el originado por razones estructurales y cuya reducción no respondía a terapias keynesianas de impulso de la demanda sin desatar tensiones inflacionistas inasumibles y de dudoso resultado sobre la tasa de paro. De ahí, y tras el shock de oferta que supuso la elevación del precio del petróleo en 1974, se pasó a la constatación y análisis de la estanflación, situación de crisis en la que paro e inflación crecían simultáneamente.
En todos estos supuestos, las políticas dirigidas a reducir el paro, con independencia de su efecto real sobre éste, impulsaban la inflación, mientras que aquellas medidas, principalmente monetarias, dirigidas a reducir la inflación, daban como resultado práctico un in remento del paro. La política económica estaría así atrapada, en el mejor de los casos, en un círculo vicioso entre paro e inflación, sin que fuera posible con las mismas medidas, atajar ambos problemas.
Sin embargo, ha habido periodos de crecimiento en que se ha conjugado una reducción del paro con una importante inflexión a la baja de la tasa de inflación. Periodos que han coincidido con importantes transformaciones estructurales del sistema económico en el sentido de liberalización e incremento de la competencia. En nuestro caso, la entrada en la entonces Comunidad Europea fue ese revulsivo capaz de, simultáneamente, generar empleo y reducir la inflación. Así, en el periodo 1986-1991, la tasa de paro se redujo en cinco puntos y la inflación del 8,3% al 5,5%.
Como conseguir ambos objetivos sigue siendo importante, incluso mucho más que en el pasado, convendría reflexionar un poco sobre el asunto para ver cuál es hoy la relación existente entre paro e inflación y cuál puede ser el papel de la política económica en la lucha contra ambos. Por el lado del paro, ya hemos hablado del concepto de paro natural o estructural como el que no responde a políticas de incentivo de la demanda. En España, este concepto (que no el nivel) se aprecia claramente en los momentos de mayor crecimiento económico, la tasa de paro sigue siendo muy elevada, y esta misma tasa no se reduce de forma significativa en los periodos en que un déficit público creciente o ganancias reales en salarios estimulan la demanda agregada.
Parece, pues, evidente -y hay un amplio consenso al respecto- que nuestro sistema económico parte de una realidad y tiene unas reglas de funcionamiento que le hacen no crear, en la fase alcista del ciclo, suficiente empleo como para cubrir todo el trabajo disponible, y genera, en las crisis, más paro del que parecería razonable. Y esto no depende ya tanto de la política macroeconómica como de realidades sociales y estructurales, sobre las que aquélla actúa. Por ejemplo, el fuerte trasvase de mano de obra del campo a la industria y los servicios, o la rápida incorporación de la mujer al mercado laboral, que, en otros países, o se dieron mucho antes o en un plazo más dilatado de tiempo.
Todo ello aconseja el cambio de esas reglas de funcionamiento, y de ahí que sea necesaria la reforma del mercado de trabajo -tanto en su aspecto de cambio en el marco jurídico de relaciones contractuales como, y sobre todo, en el cambio de hábitos y comportamiento de trabajadores y empresarios- y otras reformas normativas que incentiven la in versión, la creación de empleo y la búsqueda activa de trabajo, así como una mayor competencia en los mercados de productos, servicios y capitales, ya que existe constatación empírica de que aquellos países con estas características generan más empleo.
Por el lado de la inflación hace falta una reflexión parecida. Por una parte, nos hemos situado en niveles de inflación ya muy bajos en términos históricos, aunque insuficientes en una economía abierta y en proceso de integración económica y monetaria con países de inflación mucho más baja. Por otra, aun con crecimientos negativos del Producto Interior Bruto, nuestra tasa de inflación se estanca en el entorno del 4%.
Parecería como si, de forma similar al paro, también existiera un suelo a la inflación, una tasa natural o estructural de inflación -retornando el viejo concepto de la escuela latinoamericana- que ya no es un fenómeno monetario y no puede, por tanto, combatirse sólo con políticas monetarias. Sería la tasa de inflación necesaria para el funcionamiento del sistema económico, teniendo en cuenta su evolución, su estructura económica, sus distorsiones y los hábitos inflacionistas incorporados en las actuaciones de los agentes económicos. El nivel de esta tasa de inflación estructural sería distinto entre países -explicando por qué en algunos hay más inflación que en otros- y, dentro de un país, distinto según periodos históricos en función, de los cambios estructurales y sociales.
Si esto es así, para conseguir que el nivel de la tasa de inflación baje y se estabilice en un nivel inferior al actual -como requiere la competencia exterior-, hay que adoptar medidas de política económica que vayan al origen del problema y cambien esas estructuras y hábitos que la hacen posible, hasta lograr que el sistema económico, en su conjunto, necesite funcionar con un nivel de inflación mucho menor.
Estamos hablando de políticas encaminadas a liberalizar, incrementar la. competencia, favorecer la flexibilidad que permita una adaptación a condiciones cambiantes distinta de la mera protección. Pero también políticas que fuercen un cambio en los hábitos inflacionistas arraigados en los agentes económicos -márgenes de beneficios, negociación salarial, indiciaciones, etcétera-. En suma, todo el paquete que conocemos genéricamente bajo el nombre de reformas estructurales. Esto no significa que la política monetaria ya no tenga espacio en la lucha contra la inflación. Lo tiene, y muy importante, en dos aspectos: impedir que se desate de nuevo una escalada inflacionista, es decir, que después de tocar suelo haya un efecto rebote de la inflación, y actuar sobre las expectativas de inflación ayudando a reajustar a la baja la reacción de los agentes económicos. Pero su eficacia es reducida para rebajar aún más la inflación cuando ésta ha llegado a su nivel estructural.
Esa línea de pensamiento supera el antagonismo clásico entre paro e inflación cuando ambos están ya situados en su nivel estructural, donde ni la política de demanda ni las monetarias resultan plenamente eficaces y son contradictorias entre sí.
Para hacer frente a ambos problemas simultáneamente, hace falta entonces una misma política de reformas estructurales, entendida en sentido amplio, pues sólo alterando drásticamente aquellas realidades y comportamientos que dan lugar a una situación estable con más paro y más inflación podremos, a la vez, reducir el paro y la inflación. Y las mismas reformas atacan de raíz ambos problemas, pues la situación que los crea es una.
es técnico comercial y economista del Estado.
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