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NECROLÓGICAS

A Cytrynowski, en la distancia

No eras un político. Ni un banquero. Ni un jugador de fútbol. Ni un tenor de ópera. Ni un torero. Ni una estrella de cine. Ni un presentador de concursos en la televisión. Ni un juez. Ni un tenista. Ni un director de periódico. Ni un ganador del Tour de Francia. Ni un alcalde de la Costa del Sol. Ni un componente de un grupo musical de moda. Ni un vencedor de una regata. Ni un comentarista de una tertulia de radio. Ni un presidente de un club deportivo. Ni un empresario encarcelado. Ni un sindicalista profesional. Ni un izquierdista, mesiánico. Ni un salvador de la patria. Vamos, por no ser, no eras ni un crítico de teatro.No insultabas. No agredías. No conspirabas. No te abrías paso a empujones. No despreciabas a quienes no sabían -o no querían- apreciarte. No te daban medallas. No te recibían las más altas, autoridades. No creías que este país no tiene arreglo. No opinabas que todo se había hecho mal. No pensabas que todo se iba a hacer mejor. No trabajabas para enriquecerte. No envidiabas a los que -como tú- tienen talento. No querías aceptar los tópicos. No compartías las ideas de los mediocres. No te asustaban los que, en nuestro oficio, manejan órganos de opinión deshonestos (más sospechosos cuantos más escandalos denuncian). No construías tu prestigio sobre el desprestigio de los demás. Vamos, por ser coherente, ni siquiera te influían los ataques de tus enemigos.

No. Tú jugabas a inventar espacios. A crear atmósferas. A iluminar lunas de mentira. A encender corazones de verdad. A pintar decorados. A poner contraluces a los amantes. A hundir en trampillas a los soberbios. A colgar nuestros sueños en los telares. A mover con suspiros las bambalinas. A subir y bajar los telones de la imaginación. A contar historias a los espectadores. A asomar la punta de la emoción entre las varillas de los abanicos. A sugerir un bosque de paraguas. A dibujar un jardín de plumas de aves. A explicar una historia terrible y monstruosa con cuatro bancos de madera. A hacer de nuestros clásicos nuestros amigos. A enamorar la palabra con la imagen. A encenderla. A seducirla. A respetarla. Y, en ocasiones, violarla. Vamos, a querer a Lope y a Calderón muchísimo más que los que sólo son capaces de amarlos con notas -poco conmovedoras- a pie de página.

Por lo que fuiste -y, también, por lo que no quisiste ser- te voy a echar de menos.-

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