El huevo de madera
Al regresar temporalmente a su país mi amiga Simone, tras un momento de hesitación (sí señor, es vocablo español), posiblemente resabio de su educación judeo-cristiana, me lo pidió:-No tuve tiempo de recogerlo y me encarecieron que lo hiciese mañana mismo; ¿querrías recogerme esto? Es una boutique tan pequeña que cualquier cosa les estorba. Lo siento mucho, y agradeceré, que me hagas este favor. Aquí está el resguardo; dejé 100 pesetas de señal.
Con las irresistibles fórmulas corteses de su idioma, las que hemos perdido los españoles mesetarios y persisten en la América hispana, remachó: "S'il te plaït, cheri". Absolutamente imperativo.
Fui a la mercería, que sobrevive en la zona inicial de la calle de Serrano, donde florecen las tiendas de antigüedades, en cada manzana hay un notario, por lo menos, y placas de brillante latón señalan la correspondencia de algunas sociedades que operan en las islas del Canal de la Mancha. Pequeña, limpia, atendida por una dama a la que de lejos se le nota oriunda del mismo barrio. En los anaqueles se apilan idénticas cajas de cartón con la mercancía específica: botones. De hueso, de nácar, de vidrio, de plástico, tradicionales y de fantasía. Cuencos con relleno de espuma de nailon para senos desfallecidos; encajes, galones, flecos, borlas, toda la pasamanería imaginable. Un recuerdo para mi inolvidable amiga Teddy, que hace medio siglo en barco vino de La Habana y con su acento criollo dejó estupefacto a un mercero coruñés: "Déme una vara, de listón punzó como el que tiene en la vidriera". Castellano puro: "835 milímetros y pico de cinta roja, la del escaparate".
A cambio del resguardo recibí la mercancía y consigné un nuevo lote. La misión consistía en rescatar dos pares de medias y unos panties, dejando otra remesa. La querida compañera de fatigas ventea rarezas y ocasiones madrileñas cuya existencia dábamos por extinguida. Encontró esta tiendecita donde cogen puntos a las medias, manualidad desaparecida en Francia y quizás en el mundo occidental. Fue común años atrás el cartel anunciando: "Se cogen puntos a las medias". Hay que suponer que quedan otras salpicadas en la ciudad, vestigio de primores artesanos en esta civilización de usar y tirar.
Con la floja bolsita conteniendo las prendas recuperadas me di al recuerdo, apenas remoto, cuando no sólo se remallaba, sino se zurcían los calcetines masculinos. Por el calamitoso resultado que dan los últimamente adquiridos, a considerar será la búsqueda de quien los remiende, sin descartar que haga yo mismo el aprendizaje. Soy partidario de la igualdad de sexos, aunque el asunto exceda de la decisión personal. Recuerdo con nitidez a la madre, una costurera doméstica, alguna esposa aplicada a la faena, aunque el asunto no depende exclusivamente de la mano de obra, sino de la obtención de los implementos adecuados: ¿dónde obtener el ganchillo, la aguja adecuados? ¿Y el huevo, el imprescindible huevo, el brillante, terso y lustroso huevo de zurcir, que hace pensar en si primero fue él o el calcetín con el tomate que deja al aire el dedo gordo y la carrera del punto desbocado, pantorrilla abajo?
El ajetreo cotidiano estorba una paciente consecución de tan insustituible aparejo. ¿Conocen ustedes alguna fábrica de huevos de zurcir en la Comunidad Europea? Se me antojan de más fácil, aunque costosa adquisición, los cincelados por Fabergé el joyero de la zarina, poco adecuados para la ocasión.
Volví contento a casa, con la satisfacción del deber satisfecho. Incluso pensé que si un aturdido motorista o un súbito infarto me acababa en la calle, poco asombro y extrañeza causaría el hecho de encontrar en los bolsillos de un hombre varios panties y las medias de seda renovadas. "Podrían ser para consumo propio", dictaminaría el forense, encallecido en las sorpreas. Sin jurarlo me cabe la sospecha de que todos vamos algo travestidos, por fuera y por dentro, anilladas las orejas masculinas y la mujer decidida a embotar el antaño breve y lindo pie en botitos militares.
Quizás estamos en el umbral de otra modernidad, que casi siempre es un salto atrás, retorno al viejo hábito de conservación, mantenimiento y ahorro, frente a la transitoria y mudable pésima calidad. El pragmatismo de mi amiga francesa hizo que revisara conceptos de economía doméstica. Hoy, el dedal -otro primordial accesorio- se vende en las bisuterías y tiendas de regalo. Si rebuscando entre las pertenencias de la abuela dan con la caja de hojalata que contuvo dulce, de membrillo, puede que encuentren el huevo de madera. Consulten con el asesor fiscal, pues, hoy por hoy, no parece ser preciso incluir el hallazgo en la declaración patrimonial. Guárdenlo, háganle un buen seguro blindado. Puede que algún día cercano lo necesiten, por huebos. (No, señora, no soy un grosero. Pregunte al profechor Gallach, en Galapagar; o mire el diccionario. De nada).
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