El atasco
"Pon la barbilla en el soporte; mantén el ojo abierto y no te muevas". La doctora Concha Poyales, tercera generación de oftalmólogos, tiene siempre llena la consulta. Es alta, bastante alta, rubia, de aspecto sólido, optimista, deportivo; lo mismo podemos imaginarla cimbreando el trampolín de la piscina que agarrada a los bastones de esquiar. Habla sin descanso, trufando instrucciones con los más extravagantes y divertidos comentarios. Se entreabre la puerta y asoma una cabeza entrecana y simpática que desea afablemente las buenas y desaparece, cerrando con dulzura.-Es un admirador- puntualiza la doctora, mientras anota las terribles cosas que flotan en nuestra retina. Un paciente, ya curado, que viene todos los días a verme las piernas. Eso dice.
Deslumbrado por el rayo láser que bombardea el iris, comprendemos la afición del caballero por las espléndidas extremidades de la facultativa. Lo sé muy bien porque la conozco desde que nació y las he visto crecer. Retoma la cuestión de unos minutos antes, cuando con verídica cortesía alabamos su excelente apariencia.
-¡Qué va! Estoy hecha un adefesio. Y todo por culpa del, atasco. A ver, quieto ahora; mira hacia arriba, te voy a echar unas gotas que pueden escocerte... Me han fastidiado: el alcalde, el presidente de la Comunidad, quien sea el que haya metido mano en el atasco que había camino de mi casa. Sabemos que habita en las afueras, por Majadahonda, y expresamos nuestra simpatía hacia los conductores y la repulsa por el irritante peaje que consume los nervios y el tiempo de quienes vienen y van de la periferia al centro. "Retenciones en los accesos a Madrid", dicen por la radio.
-No, no es eso; al revés. ¿Quieres saber cuánto tardo desde mi, casa hasta el aparcamiento? Mira ahora hacia la izquierda y atajo; no, hombre, hacia la izquierda, la tuya. Pues ahora empleo apenas veinte minutos. ¡Qué barbaridad! -exclamamos con cierta aprensión al temer que pueda observar algo defectuoso en el fondo del ojo, una trombosis, el inicio del tracoma...
-Todo lo contrario. Ya no hay atascos en la carretera de La Coruña, ese rato que yo y tantísima gente, sobre todo mujeres, aprovechábamos para maquillamos un podo y arreglar la pestaña, Ahora el otro ojo. Mira hacia el frente. ¿Distingues la última línea? Incluso para pintarme las uñas en los previstos embotellamientos. ¡No te imaginas cómo se pega al claxon el que viene detrás si es un tío y se da cuenta de lo que estaba haciendo y tardo medio segundo en arrancar! No parece que tengas nada importante. Puedes seguir con las mismas gafas y, si quieres, cómprate, de momento, esas que venden en cualquier farmacia. Ya sé, yo también las extravío. Es de lo que más se lamenta la gente que viene a la consulta: todo el mundo se paga el día perdiéndolas. Parpadea para enjugarte las gotas.
-Por favor, Concha -logramos decir con deferente interés-. Ese atasco diario os hace polvo, ¿es así?
-No lo entiendes. Todos los que vivimos por ahí estábamos ya programados para sacarle jugo a esos tres cuartos de hora largos de soledad enlatada. Podía leer una comunicación profesional, planear los menús de la emana, repasar, a la vuelta, los deberes de mis hijos, incluso escuchar la radio, la música, ¿comprendes? Vuelve a poner la barbilla aquí; eso es; ahora, quieto... El, atasco formaba parte de nuestra vida cotidiana, contábamos con él. Fíjate que llegó a decirse que aquellos incomprensibles cuellos de botella los premeditaban para que entráramos cabreados en Madrid y nos pareciera mal lo que hiciera el alcalde. Yo no lo creo. ¿A ti qué te parece?
Pude contestar que suele parecerme mal casi todo lo que hacen todos los alcaldes.
-Ahora cubro el recorrido en un periquete, demasiado pronto para comenzar cualquier tarea, sin el rato de reflexión, de relax que permita mirarme al espejo y ver, aunque sea unos instantes, mis propios ojos, los que se pasan la jornada mirando pupilas ajenas. Bueno, vuelve dentro de unos días, la enfermera te dirá la cita. Toma, te dejas las gafas. Paga en repepción, te haré un descuento.
Al salir observé que no se había marchado el admirador de la doctora. Llevaba ese día una minifalda que justificaba cualquier recreo en la contemplación más exigente.
En cuanto al atasco, sólo cabe dirigirse a quien corresponda. Si procede, organizar recogida de firmas para restablecer las caravanas, las retenciones y así se rescate la ración de intimidad perdida, el yoga itinerante al que están habituados lo vecinos de Las Rozas y localidades adyacentes. No vendrían de más algunos cortes de tráfico en horas en que se pueda incomodar al mayor número de gentes. Y alguna pancarta, cuya reivindicación no puede ser otra que "El atasco es nuestro". Reflexión para los candidatos a las próximas elecciones primaverales.
Eugenio Suárez es escritor.
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