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"Constrúyanme un universo interesante"

Juan Arias

Para el Defensor del Lector es fácil saber, a través de las numerosas llamadas de teléfono y de la correspondencia diaria, de qué se quejan los lectores. Más difícil es saber lo que piensan, tanto de este periódico globalmente como de la función de la prensa en general.Pero los hay que empiezan a expresarlo, indicando lo que para ellos ha sido y sigue siendo la lectura de un diario, a lo que Hegel llamaba "la oración de la mañana del hombre laico". Y de dichas confidencias, sobre todo telefónicas, el Defensor del Lector ha podido notar que existe una especie de identificación o simbiosis con el propio periódico que ocupa una parte bien concreta de su vida. Se trata a veces de una relación casi mitificada, por lo que exigen a su periódico un rigor y una coherencia que podría sorprender a los mismos profesionales del periodismo. De ahí a veces su irritación cuando algo les decepciona.

Un lector de Tarragona, F. Lamas. Abad, para indicar por qué se sentía con derecho a criticarnos, me contó que cuando era joven y estaba sin una gorda "había veces que saltaba el desayuno, con tal de no dejar de comprar EL PAÍS porque sin él me sentía aún más en ayunas", dice.

Otros lectores recuerdan cuando, en los primeros tiempos, apenas muerto Franco, llevar EL PAÍS en la mano significaba tener no poco de coraje porque te tachaban poco menos que de rojo". Y por ello insisten en que el periódico debería hacer más sondeos entre sus lectores antes de hacer ciertos cambios para saber lo que ellos piensan.

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En algún caso hay lectores que insisten ante este departamento para que traslade a la Dirección sus puntos de vista. Uno de ellos destacó: "Que no se vayan a creer que los lectores queremos que EL PAÍS cambie su línea de rigor informativo y de objetividad por seguir ciertas modas coyunturales, lo que no significa que no deban modernizarse".

Significativa a este respecto ha sido la carta que acaba de recibir este departamento de Isabel Martínez, de Bilbao, quien explica: "Pertenezco a esa generación que salió a la vez de la adolescencia y de la dictadura, aunque por razones bien diferentes. Y cuando tuve edad de comenzar a comprar y leer un periódico, acababa de nacer EL PAÍS. Y desde entonces ese diario ha dado forma a la opinión que tengo del mundo y me ha convertido en una persona preocupada por la tolerancia de lo diferente y me ha suscitado algunas dudas más que razonables sobre el discurrir de nuestra sociedad, aunque a veces algunas de sus informaciones me hayan podido indignar".

¿Y qué le pide dicha lectora de Bilbao a un medio de información, y no sólo a este diario ya que subraya que lee también otros periódicos? "Le pido que me construya un universo interesante", escribe. Y añade: "Soy consciente de que hoy en España, el mundo de la prensa vive momentos arduos, y contemplo con los ojos entornados, para no verlo en su obscena realidad, un espectáculo de descalificaciones y acusaciones mutuas que me disgusta".

La lectora se duele de que "a quien hoy en el mundo de la prensa hace las cosas en conciencia, aunque no tenga a diario un escándalo político o económico para resaltar con grandes titulares, se le tacha de hacer un periodismo que contemporiza con el poder". Y añade: "No me lo creo. Y prefiero seguir creyendo en algunos valores, aunque la fidelidad a ellos puedan hacer la lectura de los periódicos más rutinaria. Porque ¿es que hay algo más tedioso y estomagante que descubrir cada mañana que la mierda llega a todas partes?".

No creo que la lectora quiera decir que los diarios deban ocultar, cuando existan, esos excrementos que produce el poder o la misma sociedad. Pero sí podría indicar un cierto cansancio, que se advierte también en otros lectores, por la sobrecarga de ciertas informaciones escandalosas que se llegan incluso a sobrevalorar, a forzarlas y, en casos extremos de falta de ética periodística, a inventarlas pensando que lo único que los lectores quieren es "carnaza cotidiana", como escribía gráficamente otro de los lectores.

En ese "universo interesante" que Isabel exige de un diario, que debe nutrir, como dice, su inteligencia y su espíritu, debería, en efecto, caber todo: las miserias cotidianas de la historia humana y también sus conquistas, y, ¿por qué no?, también sus goces cotidianos. Y a propósito de dichos goces, dice un lector de Ciudad Real, Alejandro Ortiz: "Yo incluyo en ellos cosas menores, pero que no por ello dejan de tener también su importancia, y que van desde un crucigrama sin errores hasta una crónica en la que no se crucifique el castellano".

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