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¿Periodistas u oficiantes?

Hasta ahora la definición más corriente del periodista era la de ser una especie de notario de la realidad. Pero han alcanzado tal envergadura el desarrollo y la influencia de los medios de comunicación que esta definición ya no sirve para muchos. ¿Estarán abocados, entonces, los periodistas a convertirse en oficiantes de una nueva religión, la mediática, que engancha cada vez a mayor número de personas, haciendo del mundo una aldea global donde se conoce todo simultáneamente?Síntomas de ese proceso no faltan. Los términos religiosos se asocian cada vez más con el ámbito mediático. No son raros los periodistas que ejercen su oficio su profesión como un rito, revestidos de determinados ropajes para hacerse fácilmente identificables -incluso con la ayuda de corbatas multicolores- y desde la biblia del periódico o el púlpito radiofónico o televisivo conectar espiritualmente con sus seguidores. Estaríamos, entonces, ante un nuevo e inquietante fenómeno de transmutación en creyentes de los que hasta ahora eran lectores, radioyentes o telespectadores.

Un libro de Félix Santos (Periodistas. Polanquistas, sindicato del crimen, tertulianos y demás tribus. Ediciones Temas de Hoy) aborda este fenómeno y ofrece algún testimonio tranquilizador sobre la capacidad del receptor para distanciarse de los múltiples mensajes que le llegan. En todo caso, el lector que se acerque a este libro por el morbo que suscita el subtítulo quedará frustrado. Su autor da cumplida cuenta de las querellas entre periodistas, de las pugnas que mantienen los medios por cuotas de audiencia y de mercado y de las campañas de prensa -"los chistes de Morán", "caudillo González" "ministro paella", etcétera-, en las que algunos medios se han hecho especialistas. Pero la obra es mucho más que eso.

De manera descriptiva pero nada complaciente, Félix Santos aborda la evolución del periodismo español en los últimos veinte años, analiza los nuevos géneros periodisticos y se pasea por las redacciones sin dejar de anotar sus virtudes ni sus defectos. Y hace un balance muy positivo sobre los servicios prestados por la prensa a la democracia española, así como de su papel en el descubrimiento de los asuntos de corrupción. Aunque en algún caso el interés político de esas pesquisas sea evidente ("no querías Palomino obstinado, engreído, entontencido presidente-, pero vas a tener Palomino y medio", avisaba el periodista Pedro J. Ramírez en plena investigación de ese caso que nunca existió), el autor valora muy positivamente la función de la prensa en este terreno, "sean cuales fueren las intenciones".

Félix Santos abandona su método descriptivo y analítico cuando se trata de pronunciarse sobre el periodismo que prefiere. Su opción es clara: un periodismo responsable y de calidad, que ahogue por la convivencia democrática y que huya de la tentación de suplantar a las instituciones. Desde esa perspectiva, el autor hace una llamada a "una serena reflexión autocrítica sobre la prensa que estamos creando".

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