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Tres reflexiones después de un crimen

Antonio Elorza

"Para que el mal sea una realidad", hace notar Tzvetan Tdorov, refiriéndose al nazismo, "no basta con la acción de unos cuantos; hace falta que la gran mayoría permanezca al margen, indiferente". La respuesta dada por la sociedad vasca al asesinato de Gregorio Ordóñez es una prueba de que ese mal puede ser definitivamente conjurado en Euskadi. Y es también una invitación a romper una vez más el silencio. A recogerla se orientan las reflexiones que siguen.La primera concierne a la consolidación del "sistema ETA" como un fascismo terrorista. Sobre esto último no hay dudas, pero para mantener la calificación de "fascismo" conviene recordar cómo ese componente ha venido actuando desde hace tiempo en el nacionalismo radical vasco. En el dualismo de base, con la satanización de lo español, heredada del antimaquetismo sabiniano; en la discriminación frente al otro; en el recurso a la violencia, hasta justificar una y otra vez la muerte del adversario exterior o del disidente interno; en la práctica de una religión de la patria basada en el culto a la muerte. Tal vez estos rasgos se han agudizado al comprobar el bloqueo electoral de sus perspectivas y el fracaso político de sus acciones terroristas. Ello explica el recurso a la estrategia de intimidación y violencia, puesta en práctica para expulsar a los ertzainas / zipaios de la comunidad vasca. El asesinato de Ordóñez se apoya en un fundamento similar: ETA no tolera que en el sistema político vasco haya un lugar para un adversario declarado. Era preciso dinamitar la urna de votación y hacer que toda la sociedad vasca entrara en la senda del miedo, al modo argelino. Pero la respuesta popular ha sido elocuente.

Segunda reflexión. No cabe olvidar las últimas apreciaciones del propio Ordóñez sobre el caso GAL. En consecuencia, el triunfo de la democracia sobre el terror resulta incompatible con la violación del Estado de derecho. La resolución total del caso es una precondición para la derrota definitiva de ETA en la mentalidad colectiva vasca. Lo que favorece a ETA es una ceremonia de la confusión como la propiciada por el Gobierno y el PSOE, desprestigiando al poder judicial y, en el límite, dejando que todo quede en el enfrentamiento de dos terrorismos, cada uno con sus propias justificaciones. Si la opinión pública española acaba aceptando "las cloacas" y su ley de la muerte, la imagen de ETA está salvada, por lo menos de cara a su clientela política.

Tercera, el nacionalismo vasco debe eliminar de una vez la lógica de exclusión inspirada en su Padre Fundador. Fue sorprendente, al día siguiente del crimen, el paralelismo en la conformación de los titulares de los dos diarios nacionalistas: "ETA asesinó a Ordóñez", el democrático; "Atentado mortal contra Ordóñez", el defensor del terror. Un abismo entre ambos: la condena sin reservas frente a la espera del comunicado de ETA. Pero también una coincidencia de fondo al rehuir la calificación de Ordóñez como político vasco, por no hablar de su condición de dirigente del PP vasco. El atentado, en su presentación, cobraba así un contenido individual, separado de su aspecto fundamental de agresión contra la democracia vasca.

Conclusión: el avance del nacionalismo democrático requiere una ruptura definitiva con una visión de Euskadi y sus símbolos, forjada hace cien años, que lleva una carga inevitable de maniqueismo y de violencia.

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