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El Atlético se acerca al descenso directo

El Zaragoza rompe su mala racha pero agranda la de los rojiblancos

El Atlético derramó sudor por La Romareda, pero en vano. Salió de allí golpeado, de nuevo con otra derrota que lamentar. El Zaragoza rompió su mala racha de resultados y, de paso, arrimó a los rojiblancos un poco más a la zona baja, la que conduce a Segunda: están en puesto de promoción, pero ya con los mismos puntos que el Valladolid, uno de los descensos directos. El toque épico del final evitó medidas drásticas. Jesús Gil, que presenció la contienda, no puso reproches: los suyos no jugaron bien, pero se dejaron la vida en el intento.Hace tiempo que el fútbol ha huido del Atlético. Por eso, mostró su mejor cara cuando el choque se embraveció, cuando el césped se llenó de riñas y trampas, y los viajes hacia las respectivas porterías se convirtieron en simples ejercicios de corazón. El poco juego que dejó la cita lo puso el Zaragoza, durante 20 minutos, en la fase que fue desde su primer a su segundo tanto.

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El Atlético, eso sí, mostró orden. Apareció por La Romareda bien maquillado. Sin restos aparentes en su cara de una semana de castigo, sin cicatrices visibles de la paliza a la que le había sometido una vez más su propietario. Durante 15 minutos, los que tardó el Zaragoza en asomarse por el balcón de Diego, fue incluso el amo del partido: averió la zona de creación del Zaragoza, ya de por sí deteriorada por la baja de Aragón; acaparó la posesión del balón, y hasta enseñó un puñado de ocasiones. La más clara, a los seis minutos, en un venenoso pase cruzado de Pirri que Ruano mandó a las nubes. Luego, cuando el Zaragoza descubrió la forma de agujerear su defensa adelantada, muy distanciada del área, el Atlético se hizo pedazos. Todo nació en un robo: de balón, un pase profundo, una carrera y una caída dentro del área. Higuera marcó el penalti y puso en el rostro del Atlético ese contratiempo que tanto temía. Trataron de no descomponerse los rojiblancos, de aguantar de pie sin perder el orden, pero ya era tarde.

El Zaragoza había recibido el empujón que necesitaba para entrar con todo en el partido y asomar por su terreno el fútbol de otras tardes. Se hizo con la pelota, la movió con soltura y empezó a hacer daño. Apareció Poyet y llegó el baile.

El uruguayo es un futbolista magnífico. Su trabajo entre líneas por la zona reservada a los jugadores de postín resultó letal para el Atlético: al ofrecerse a los compañeros, al enseñarles con sus pases el camino por dónde acercarse a Diego, al llegar con fuerza al área. De sus botas nacieron casi todos los avisos. Y el 2-0, claro: recibió un balón de espaldas y, sin girar la cabeza y a un toque, se lo dejó a Esnáider por detrás de la defensa. El argentino no perdonó.

Llevaba casi tres meses Esnáider sin ver puerta, pero ayer la vio. En eso se ha convertido el Atlético, en el rival ideal para reparar los pequeños disgustos domésticos que va dejando el campeonato a sus contrincantes. Que no marca Esnáider, pónganle al Atlético; que no gana el Zaragoza, pónganle al Atlético... El 2-0 puso fin al fútbol del Zaragoza y, por extensión, del partido. Tocaba la sangre.

D'Alessandro decidió retirar defensas a cambio de delanteros y lanzó a su equipo hacia adelante. Una medida arriesgada, pero la única que aceptaba el estado del encuentro. Tras el gol de Kiko, la contienda se embraveció: llegaron las expulsiones, las patadas, las trifulcas, la pasión en las gradas... El encuentro de generó en una batalla. Y así, con la sangre de cada jugador hirviendo, concluyó la cita.

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