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Una ayuda en interés propio

Antonio Caño

El Gobierno de Estados Unidos tardó en aceptar la profundidad de la crisis mexicana, pero esta: semana actuó por fin enérgicamente para tratar de contener una oleada que, no sólo amenazaba a las demás economías latinoamericanas, sino que, coincidiendo con un clima general de desconfianza por parte de los inversores en otros mercados periféricos, empezaba a tener efectos al norte del Río Grande.La elaboración de un multimillonario plan de respaldo al peso (alrededor de 40.000 millones de dólares en avales para créditos), negociado el jueves entre la Casa Blanca y el Congrego -aunque puede tardar aún más de dos semanas en obtener luz verde en el Capitolio- debe ser suficiente, a juicio de los expertos, para dar por superada la fase mas aguda de la crisis, mexicana. De hecho, la Bolsa de ese país cerró el viernes, por tercer día consecutivo, al alza, y las señales indican que la calma vuelve poco, a poco a imponerse.

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La sal en la herida

Pero este episodio ha dejado en Washington algunas huellas que seguramente influirán seriamente en el futuro. En primer lugar, ha quedado en duda la fe ciega que el presidente Bill Clinton promovía en las relaciones con México. En su defensa del Tratado de Libre Comercio (TLC), que tan difícilmente pasó el trámite Parlamentario, Clinton ligó el crecimiento en EE UU al desarrollo de México y alentó la inversión en este país. Un ejemplo de las consecuencias de esa política es que de los 28.000 millones de dólares de bonos del Tesoro mexicano (Tesobonos) que vencen este año, 17.000 millones están en manos de inversores extranjeros, la mayoría. norteamericanos.

La peor crisis

La crisis financiera en el vecino del sur no sólo suponía una amenaza para esos inversores, sino para la propia política de la Administración. Era, como afirma el diario The Wall Street Journal, la peor crisis externa que le ha tocado vivir a Clinton. Por esa razón, un día después de que comenzase la devaluación del peso, una nota del Departamento del Tesoro norteamericano comentaba que un peso más débil podría ayudar al rápido desarrollo de la economía mexicana.

Enseguida ese pronóstico se comprobó falso, y se advirtió que las consecuencias podrían ser, lejos de positivas, dramáticas. El más feroz detractor del TLC, Ross Perot, calculó por su cuenta que los inversores norteamericanos han perdido 20.000 millones de dólares en la crisis mexicana, y que un peso más bajo hará que más puestos de trabajo estadounidenses se vayan hacia el sur.

Otra de las consecuencias, y quizá la más grave, de las dos tormentosas últimas semanas es la profunda desconfianza en los llamados mercados emergentes -y en otros desarrollados que atraviesan por una delicada situación, como España, Italia y Suecia- que se ha apoderado de los inversores.

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