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La sal en la herida

Javier Moreno

Desde hace unos días, muchos mexicanos se sienten ciudadanos de un país de tercera o cuarta cate goría. Su dinero ha comenzado a no valer nada. Literalmente. En Nueva York, ningún gran banco (Citibank, Chemical Bank), cambiaba pesos por dólares la semana pasada. Ni a cinco, ni a seis, ni a diez. El turista volvía a la calle con sus fajos de billetes mexicanos en la mano, como si se tratase de cualquier divisa no convertible del antiguo bloque comunista. Es la sal en la herida. Los mexicanos han comenzado a notar las consecuencias del descalabro del peso, que a mediados de diciernbre perdió un 60% de su valor frente al dólar en un par de días. Los efectos en la calle empiezan a dejarse sentir ahora.

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La Administración del presidente Bill Clinton confirmó el viernes que ampliaba sus ayudas hasta la astronómica cifra de 40.000 millones de dólares (más de cinco billones de pesetas): Los mercados financieros se calmaron La Bolsa subió tras varios días de pánico y el peso se recuperó ligeramente.

"La verdad es que la primera preocupación que teníamos era que la crisis del peso no se contagiase a otros países de América Latina", afirmaba una fuente del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington. Una vez asegurado que México podrá cumplir sus obligaciones financieras (tan sólo en el primer semestre vencen unos 17.000 millones de dólares en deuda pública), este peligro parece descartado.

El segundo dolor de cabeza del FMI es que la crisis mexicana no ponga en cuestión las políticas de ajuste en todo el continente. Cuestionada o no, lo cierto es que la ortodoxia política del ajuste seguida en México en los últimos seis años está a punto de ser dinamitada por la inflación, por el propio Gobierno y por la forma en la que se entienden los compromisos en el país. El Gobierno pactó con los empresarios congelar los precios por dos meses para evitar una explosión inflacionaria tras la devaluación. Inmediatamente, ambas partes incumplieron el pacto. Precios controlados por el Estado, como la electricidad, la gasolina o más de 60 productos básicos (como la leche o el pan) se han disparado. Los empresarios tampoco han tenido muchos escrúpulos: reetiquetaciones masivas de productos en los supermercados y, últimamente, ocultación de mercancías para sacar más beneficios si el peso sigue cayendo y los precios suben de nuevo. El 4% de inflación esperado para 1995 pasará al 19%, según el Gobierno, o al 30%, según analistas privados.

La crisis de México ha arrastrado también a otros países del continente. Tras el colapso de los bonos mexicanos (en las dos semanas siguientes a la devaluación perdieron un-23%), los inversores extranjeros, que habían considerado México como un. país seguro, miraron de reojo el dinero que tenían colocado en el resto de America Latina. Y comenzaron a vender. Por un momento pareció que el terremoto mexicano iba a convertirse en el detonante de una crisis financiera continental.

Tras el, impresionante apoyo mostrado por EEUU, temeroso de verse inundado de productos mexicanos extraordinariamente baratos gracias a un peso por los, suelos, el cataclismo financiero desde Tierra de Fuego a Río Bravo parece liquidado. Pero la vitalidad mostrada hasta ahora por los mercados emergentes en América Latina, también parece agotada.

Los inversores internacionales han aprendido la lección. A partir de ahora, según todos los analistas, consultados, el dinero tendrá que ser más selectivo, lo que implica que el flujo de capitales a toda América Latina se reducirá este año. Otro tanto cabe decir del crecimiento. México no confía en crecer mas de un 1% ó 1,5% en 1995, cuando hace un mes la previsión oficial era superar el 4%. Lo mismo sucederá, con matices, en el resto de la región. Al final, un puñado de decisiones equivocadas, tomadas por un Gobierno que trató de salvar su imagen antes quede poner en orden la economía, ha puesto en peligro la prosperidad de todo un continente.

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