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Tribuna
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Grupos salvajes

Javier Marías

En aquel mítico western de hace bastantes años, Grupo salvaje, de Sam Peckinpah, el actor Robert Ryan, viejo amigo y compinche pasado al bando de la ley, perseguía con sus mercenarios a William Holden, Ernest Borgnine, Warren Oates y Ben Johnson a lo largo de dos horas de película. Lo que teñía de turbiedad y melancolía a los personajes era sobre todo aquella antigua amistad no dispuesta del todo, la que los infundía respeto hacia el adversario a la vez que unas ansias extraordinarias no tanto de venganza cuanto de ser mejores. Si hubiera sido lo primero tan sólo, cualquier método habría valido: la emboscada, la trampa, la vileza de los esbirros contra la que Ryan se volvía una y otra vez. (Me pareció de lo más adecuado que en Chamartín el público cantara a ratos con música de un himno de western, When Willie Comes Marching Home).

Entre el Real Madrid y el Barcelona no hay por supuesto ninguna amistad, pero en los últimos tiempos hay unas dosis de parentesco desconcertantes e impensables hace muy pocos años: a lo largo de la historia se contaban con los dedos de una mano los trasvases de un club a otro. Desde, que yo tengo memoria futbolística, Tejada y Goywaerts, dos extremos, del Barça al Madrid; en el otro sentido, sólo el medio Muller, un francés. Luego vino el flagrante caso de Schuster, casi como si Kubala se hubiera vestido de blanco en sus tiempos. Y el sábado estaban en el campo Milla y Laudrup, pasados de un bando a otro sin transición. Y también Hagi, aunque tras limpiarse el merengue (y pagar por él) durante su purgatorio en Brescia. Y estaba Valdano, ex jugador madridista que como entrenador le había arrebatado dos títulos de Liga al Madrid para brindárselos precisamente al Barcelona, con las consiguientes loas y agradecimientos por parte culé. Al término del partido había un parentesco más, éste en goles: del 0-5 y el 5-0 logrados por Cruyff como jugador y entrenador hace veinte años y un año, respectivamente, se había pasado a otro 5-0, ahora encajado.

Se dice mucho que el fútbol es cruel y benigno a la vez porque es sólo presente y no tiene memoria: el triunfo de ayer no sirve de nada ante la derrota de hoy, que se olvidará igualmente con otro triunfo mañana. Los mismos jugadores que salen cabizbajos un sábado se abrazarán de alegría al siguiente, y viceversa. Esto es cierto en lo cotidiano, en lo superficial. Pero hay ocasiones en las que el fútbol, por el contrario, se empapa de pasado y recuerdo; entonces se adensa y se tensa, los sentimientos que inspira no son puros ni elementales, no son sin mezcla, el mero anhelo de victoria, o de venganza, ambos son simples y lisos; en tales ocasiones el deseo es más tortuoso, más rugoso, quebrado, impuro y también melancólico como lo eran Ryan y Holden mientras perseguían y huían, el primero con una parte de su personalidad resistiéndose a dar alcance, el segundo con un elemento suicida en su proceder, como si dijera: ya que tanto ansías verme muerto, voy a dejarme matar por otros.

La frustración del Barça tras las cinco Ligas del Madrid era tanta que los madridistas tuvimos un poco la sensación de que el equipo se entregaba, se dejaba alcanzar y matar como William Holden y su grupo salvaje. Algunos barcelonistas ramplones y groseros han llegado a creerse que el problema del Madrid era el Barcelona o que éste era efectivamente mejor; y habrá madridistas que después del sábado creerán haber devuelto una afrenta sin más. La cosa es mucho más compleja porque anteayer intervenían la memoria y el parentesco. Si ver caer los goles de nuestro lado nos provocaba tanta euforia era porque nos acordábamos también de los de hace un año, todos en contra; y los culés menos zafios empezaban a comprender cómo pudimos sentirnos entonces, una especie de piedad retrospectiva. Como la que Robert Ryan manifestaba, sentado durante horas contra una tapia, satisfecho pero con la cabeza gacha, tras haber visto los cadáveres de sus enemigos, antiguos amigos. No me extrañaría que Laudrup, tras mostrarse inconmensurable, estuviera todavía hoy sentado contra esa tapia.

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