Zubin Mehta dirige con ardor el Concierto de Año Nuevo en Viena
50 países televisaron los valses de Stráuss
Una vez más, la apoteosis del vals, o sea, el Concierto de Año Nuevo en Viena, con Zubin Mehta al frente, Regó a más de 50 países, desde España hasta China. Es una tradición, nacida con el vienés Clemens Krauss, hijo natural del archiduque Johan Salvator y de la cantante de ópera Clementine Krauss, cuyo vuelo musical comenzó a los nueve años en los Niños Cantores de la catedral de San Esteban.
El director Zubin Mehta, de cultura y ascendencia occidental pero nacido en la India, ha oficiado este año la liturgia straussiana con tanto ardor y fuego en la mirada como Andersen encontraba en el fundador de la dinastía. Una representación pudiente del tremendo mundo en que vivimos repitió, como el Congreso, su pecado: divertirse en Viena.El Concierto de Año Nuevo pasé a manos de Willy Boskowsky, concertino de la Filarmónica desde 1939 hasta 1971. Luego valsearon el mito Karajan y los mitos que le sucedieron: Abbado, Maazel o Zubin Mehta, que esta vez ha vuelto al frente de los filarmónicos para el desfile sonoro de los Strauss.
El hechizo del vals sedujo a todos desde el comienzo de su apogeo, empezando por Wagner, siguiendo por Berlioz y continuando con Andersen.
En principio, el vals fue una pasión, más tarde una evocación y luego un divertimento evasivo. Así aparecía en aquel célebre filme de 1931, dirigido por Erik Charrels y titulado El congreso se divierte, El vals se nubló en el misterio nórdico de Sibelius, se torné castizo y madrileño en los zarzuelistas, se encanalló un tanto en la música suburbana de París, se hizo dramático en las Olas del Danubio que acompañaban el drama de Mata-Hari en otra película, Fatalidad, de Marlene Dietrich, y se llenó de llamativos colores al establecerse en el cancionero hispanoamericano como valsecito. Y es bien sabido que al encanto del vals sucumbieron Beethoven y Schúbert, Schumann,. Berlioz Chaikovski, Rayvel, Stravinskí y el más grande de los Strauss, Ricardo, no perteneciente a la familia.
Pero el vals de comienzos de año en Viena no se aparta del puro modelo vienés de los Strauss, aunque para paliar la insistencia del carácter y del ritmo los maestros lo entreveren con marchas, polcas, mazurcas, fantasías y cuadrillas. Amantes de la música y de una Viena entre real y literaria llegan de todo el mundo, se disputan las entradas y hasta pagan por ellas un cuarto de millón. Que los Strauss y sus valses son un subir espiritual de la ciudad, pero también una saneada fuente de ingresos multiplicados por los derechos de transmisión que pagan más de 50 emisoras, la edición de discos y vídeos.
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