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Tribuna
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El traidor

El traidor hace progresar el mundo, nunca me cansaré de repetirlo. Miradle: hace unos meses era un caído, un hombre marcado por la infamia, una silueta contra el muro. Hoy es un traidor. O, mejor todavía, alguien -siempre se trata de alguien o de algo muy importante que ha adquirido categoría de eufemismo. Es decir, miradle: un arrepentido. Ha mejorado de status y eso es personalmente importante. Pero lo muy importante es lo colectivo: en las al cantarillas ya pueden entrar los poceros. Sólo esa gente muy naif considera que llegará un día en que ya no tengan que trabajar los poceros. La historia trata a los traidores como los dibujos animados a las serpientes. Es injusto y es necio. La traición es una forma exquisita de conocimiento. Y los habitantes de las altas regiones del espíritu debieran andarse con tiento: el buen traidor tiene siempre una trastienda moral que lo protege. Por encima del Jefe, siempre puede estar el Bien Común. O el interés de España. O la Verdad. Todas son grandes palabras, lo convendrán. No hay quien pueda con un traidor seriamente armado: siempre quedará indemne. Hoy especulan con que el último traidor se haya vendido por dinero: es no conocerlos. Hoy subrayan que a un hombre que mintió en el pasado no se le puede hoy conceder crédito: es desconocer que el que decide vengarse se venga con su verdad. Hoy dicen que ha comprado la vejez, su seguro de vida no saben que la condición de traidor siempre se alcanza desde la ultratumba.De este año maravilloso de España, que en estos días culmina; de este año decisivo, demoledor y fuerte el traidor se erige en el gran protagonista. Es su hora, pues, es la hora de la verdad. Especialmente, la de aquellos, ¡oh traidores máximos, refinados, sapientísimos!, que han actuado y actúan sin que nadie sepa a qué nuevo oficio ahora se dedican.

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