Guisantes
Este año los naranjos han florecido en otoño y en ese azahar loco he presentido una señal del apocalipsis. También los guisantes, y las habas, que vienen por marzo, han adelantado tres meses sus cápsulas. En medio de este desorden de la naturaleza, los jueces y fiscales se han vuelto absolutamente justicieros por Navidad, que son días de amor. ¿Qué va a pasar? Se nos había dicho que el fin del mundo vendría acompañado por una lluvia de fuego. Ningún profeta habló del suicidio de los frutales y hortalizas como un presagio del juicio final. A mí me causan un terror más íntimo estos guisantes fuera de control, totalmente enfurecidos de savia, que cualquier clase de bomba. Tal vez el milenio fatal vendrá entre flores absurdas y jueces que meten en la cárcel a banqueros cantando villancicos. La naturaleza tiene unos ciclos para las semillas; los sumarios tienen unos plazos inexorables para los procesados. En una película de Berlanga que se llamaba Plácido, a un pobre diablo de los años sesenta le vencía la letra del motocarro precisamente el día de Navidad. Entre la ternura y el sarcasmo más cruel, el protagonista iba buscando una ayuda de forma desesperada mientras sonaban alrededor canciones de paz. Nuestra economía ha dado un gran paso adelante. Aquella expansión ratonera de los polos de desarrollo ha pasado a la historia. Ahora vivimos tiempos sumamente financieros, pero en estos días la figura de Plácido se repite convertida en banquero que acude al juzgado a bordo de un BMW y también en otros grandes millonarios que ya están en la cárcel pese a que en el cielo los ángeles por este tiempo tocan la flauta dulce. No sé que es más premonitorio, que los naranjos florezcan en otoño y las habas se vuelvan locas o que otro juez abra la caja de Pandora y libere las serpientes del Estado de modo que unos policías corruptos acusados de terrorismo fluyan por la ciénaga a la vista de todo el mundo atravesando las luces de Navidad hasta parar en Alcalá-Meco. Cuando los guisantes se rebelan, algo grave va a pasar.
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