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DECIMOQUINTA JORNADA DE LIGA

El Betis boicotea la fiesta del Barça

Robert Álvarez

El Barcelona se anegó en su vuelta a los bajos fondos. Calado todavía hasta los tuétanos con el olor a incienso de su epopeya europea y de sus condecoraciones varias, no acertó a manejar el partido áspero y espeso que le planteó el Betis. Fue la crónica de un tropiezo anunciado. El técnico, Johan Cruyff; el presidente, Josep Lluís Núñez, los propios jugadores. Todos se habían conjurado y parapetado tras un miedo acervo para recibir al equipo menos, goleado, con diferencia, de Primera División. La tormenta de ideas timoratas preparó una noche de juego confuso y actitudes conservadoras.El Betis construyó una muralla sólida con cimientos tan roqueños como el marcaje al que Ureña sometió a Romario, la multiplicación de Ríos para tapar huecos, la voluntariedad de Josete en su complicada tarea de detener a un activo Stoichkov y la facilidad de Merino para encarar a Jordi Cruyff. La expulsión de Menéndez no supuso grandes retoques. Acaso un imperceptible paso atrás de su media punta, Cuéllar. Él sólo -dadas las bajas de Stosic, Vidakovic y Gordillo- se bastó para darle sentido ofensivo a su equipo. No hubo nadie capaz de pararle. La artrosis en la medular del Barcelona fue evidente.

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Tras unos minutos de completo dominio azulgrana en el segundo tiempo, el Betis marcó su gol después de la penúltima incursión de Cuéllar acompañada de una discutible decisión de Brito Arceo. El árbitro fue tan riguroso en la. segunda tarjeta a Menéndez -por chutar a puerta a pesar de habérsele señalado un fuera de juego- como con el penalti de Iván a Cuéllar. El Barcelona las pasé moradas para reaccionar. El equipo andaluz le perdonó un par de veces la ejecución sumarial. En dos acciones casi consecutivas Aquino se apiadó del Barcelona. Tres minutos después Koeman envió al travesaño un penalti con el que fue castigado un agarrón de Ríos a Jordi. La noche no concedía el menor atisbo de redención al equipo azulgrana.

Pero la fiesta acabó en paz gracias al flagrante error bético que permitió una llegada en solitario al área de Abelardo. El zapatazo del central asturiano premió a una parroquia indulgente. Gracias también a los antecedentes de cuatro ligas anteriores que han instalado el optimismo en la grada del Camp Nou, tan pesimista por naturaleza, y que en otras ocasiones no hubiera perdonado ni la indolencia de Romario ni sufrir el cuarto partido consecutivo sin que los suyos le ofrezcan la victoria.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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