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¿Tendrá ser así?

Tendrá que ser así. Tendremos que seguir viviendo aquí, en nuestra España, de escándalo, en escándalo, cierto, o medio cierto, o falso, que da igual, porque así lo pide, dicen, el gusto del público, ¡pan y circo!, y lo necesitan algunos medios de información y la falta de interés general, de unos y otros y de otros y unos, por lo que no sea la maledicencia, la excitación que produce la ejecución pública de honras y prestigios, y, en definitiva, la indecencia.Tendrá que ser así, pero fue antes de otro modo, de otra manera. Empezó con el discurso del cardenal Tarancón (sea esta mención el testimonio de mi homenaje al ilustre cardenal), en la ceremonia de la coronación del rey Juan Carlos I, y el del propio Rey ya coronado, llamando a la concordia y al en tendimiento entre los españoles a los que, la guerra civil, primero, y el régimen nacido de ella y en su avivado recuerdo mantenido, después, habían dividido y fratricidamente enfrentado. Dos discursos que todos, o al menos la inmensa mayoría de los españoles, recibimos como el anuncio de que era posible la esperanza de la paz en nuestra convivencia civil.

Tendrá que ser así de aquí en adelante, quizás ya para un largo futuro, que no quepa entre los políticos de los diferentes partidos más que la lucha descarnada por el poder y el todo vale para alcanzarlo; incluidas la calumnia, la injuria y a ver de qué me acusas, que yo te acusaré de más. Pero no fue así en aquel primer Gobierno de la democracia, cuando Adolfo Suárez, al llamarme para proponerme que formara parte de él, después de las primeras elecciones libres, me dijo, entre otras cosas, que uno de sus principales objetivos era el conseguir que el día que Felipe González ganara las elecciones pudiera entrar en La Moncloa sin que nada ocurriera en el país. Y con ese ánimo de conseguir que esta España nuestra, que llevaba a la espalda siglo y medio largo de guerras civiles, de golpes de Estado y de intentos de vida democrática pacífica, limpia y ordenada, frustrados violentamente, se llegó y se culminaron los Pactos de la Moncloa. Allí nos sentamos alrededor de la mesa políticos de centro, independientes, comunistas, los aliancistas de Fraga, socialistas, catalanistas, los peneuvistas con Ajuriaguerra; y allí se alcanzaron los compromisos políticos que permitieron encauzar nuestra convivencia política y hacer posible la (Constitución de 1978.

Recuerdo muy bien el día que, ya al final de la tarde, después de una sesión de trabajo que había durado desde primera hora de la mañana hasta' aquel momento, en un rincón de la sala de columnas de La Moncloa, nos juntamos, tomando una copa, Leopoldo Calvo Sotelo, Ajuriaguerra, Paco Fernández Ordóñez, Santiago Carrillo, Felipe González, mi amigo y compañero de Universidad Joan Reventós, quizá Miquel Roca y yo. Y como estábamos hablando con la libertad y ligereza que da el descanso después de una larga y dura jornada" y nos reíamos con alguna broma, nos dijo Santiago Carrillo que una escena como la que vivíamos en aquel momento no era posible ya en casi ningún país occidental europeo, donde los políticos de distintos partidos apenas se hablaban si es que podían hablarse. Y en aquel clima de concordia, de deseo de entendimiento, de querer sacar adelante a un pueblo español todavía sumido en la incertidumbre, en la crisis económica, en el miedo y el recuerdo de la guerra civil, de la violencia y la intolerancia que habían presidido su vida pública ciudadana, se fraguó el consenso que permitió la prodigiosa transición que este país vivió de un régimen dictatorial a otro de libertad y democracia.

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Tendrá que ser distinto en el futuro, tendremos que olvidarnos de que puedan defenderse posturas políticas diferentes, incluso antagónicas, distintos y enfrentados puntos de vista sobre problemas concretos, y hacerlo sin hacer imposible un clima de entendimiento, de cortesia, de tolerancia (o de indulgencia, como prefiere Sánchez Ferlosio), de amistad incluso con nuestro adversario, no enemigo, político. Tendremos que ver cómo dilapidamos el prestigio que supimos ganar como pueblo, y el que alcanzaron nuestros políticos ante todos los países del mundo, en aquellos difíciles, cruciales años de 1977, 1978 y 1979. Tendrá que ser así, y de aquí en adelante igualarnos a otros países para que no se hable más que de corrupción, de escándalos y del desprestigio de tirios y troyanos. ¡Pero cuánto hemos perdido y cuánto estamos arriesgando!

¿Tendrá que ser así? Pienso que quizá, no tiene por qué ser así. Los ciudadanos, que somos los depositarios y responsables de la soberanía nacional, tenemos que exigir a los políticos y a los que trabajan en los medios de información, intelectuales y profesionales, empresarios y, antes que nada, a nosotros mismos que se termine esta feria de escándalos y bellaquerías. Que los casos de infracción de las leyes o delitos los juzguen los tribunales de acuerdo con las normas vigentes. Mejores o peores, sus sentencias y resoluciones son la única garantía de nuestra libertad y de nuestros derechos en una democracia y en un Estado de derecho. Y mientras tanto, respetemos las presunciones de inocencia y las garantías legales al máximo. Que los políticos que gobiernan y los de la oposición sean capaces de aunar esfuerzos, cuando haga falta, para resolver los problemas reales y graves que tenemos planteados; o que expresen sus diferencias sin esta permanente y continua descalificación de unos contra otros. Y que todos aceptemos el resultado de las elecciones, ganen aquellos a quien cada uno haya votado o los otros, para que, de este modo, no sigamos en este permanente estado de crisis provocada.

Ni el reciente pasado cuando nació nuestra democracia, ni la libertad política conseguida, ni el presente y el futuro de nuestro pueblo, ni nuestra condición de ciudadanos merecen el clima de sospecha y degradación generalizados en el que nos quieren hacer vivir.

fue ministro en tres Gobiernos de UCID.

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