Besugo y lombarda
¿P ara bien o para mal? Ni una cosa, la otra o todo lo contrario, en la estéril aunque necesaria voluntad por conservar parte de lo que recibimos a fin de endosar lo a quienes nos sucedan. Tiempo este nuestro de, con el debido respeto a nuestros hijos y a los suyos, transmitir algo del tiempo ido, aunque no vuelva.Llevo raíces del Norte y cuna manchega, soy vecino de Madrid hace siete décadas y observo, con un punto de melancolía, cómo esta ciudad pierde conformidades y perfiles propios cuando en otros sitios de España se robustecen, por las buenas o las tremendas, acentos y tradiciones cuanto más añejas, igual que el buen vino, mejor.
Cuelga el mapa de la nación de tres clavos que tengo por los que mantienen, sin querer, la homogeneidad gallegos, vascos y catalanes. Digo sin querer con la esperanza de que mucho mejore el conjunto el día, que quieran. Debemos agradecer la ejemplaridad, a menudo radical y fundamentalista, con que esas tres regiones, comunidades o territorios se agarran a la singularidad, desde la lengua hasta lo que ponen en la mesa durante la Navidad.
Antaño apenas alguien era de Madrid, en, Madrid. Todos llegábamos, de alguna parte, para quedamos. Hoy, los madrileños de nación son millones, paridos en las maternidades capitalinas;. no es difícil, empero, sospechar que lo ganado en habitantes se pierde en madrileña, y perdón por el presunto neologismo, que prefiero al de madrileñidad. No nos hemos hecho mejores, e ignoro la causa. Sin. nostalgias archinescas y verbeneras, el gracejo, el tono sentencioso de los munícipes que espaciaban las palabras, como saboreándolas, al dirigir el piropo, poco menos que obligatorio, a la mocita abrileña o a la madura de rompe y rasga, ése queda relegado a unas cuantas calles de los barrios bajos a los que han quitado las praderas para bajar hasta el río.
La gente del pueblo pierde el tono peculiar; aquel dejillo era denominación de origen, que conservan los andaluces, los valencianos, el aragonés, el vascongado. Da grima escuchar en las calles el farfulleo, entre gangoso y gutural, que da primacía descarada al, soniquete masticador de sílabas como si fueran pipas o palomitas de maíz. La encuesta que transmite impúdica la televisión desilusiona al más castizo y ofende al más tolerante de los oídos.
Del habla avillanada, ramplona, al olvido, más que pérdida, de algunos modos y usanzas del hospitalario señorio, que bien poco costaba conservar. Los antes animados tenderetes en la Plaza Mayor, poblados de pastores de barro pintado, el Niño, los Magos, la mula, el buey, las ovejas desproporcionadas junto al riachuelo de papel de plata, el palacio incongruente de Herodes, las montañas de corcho, todo bajo el chispeante cometa, habitaban la fantasía infantil; hoy apenas quedan descreídos artesanos del plástico. ¿Cómo imaginar a la pavera y su hato de condenados al horno gobernado con un palo que parecía la varita mágica? La tintineante bulla de la pandereta y la zambomba, el consentido impuesto de los aguinaldos, el menú del besugo, la lombarda y la sopa de almendras... ¿Dónde se extravió todo esto, que retienen y revalorizan catalanes, vascos y gallegos?
Ellos han preservado las tradiciones, incluso vistiéndolas de acritud ofensiva, justamente para su defensa, mientras Madrid se aleja de sí mismo y corre peligro de extraviarse para siempre. Festejan los holandeses en diciembre la llegada puntual del pródigo san Nicolás, creyendo que viene de España, país remoto, porque era un país lejano, la Arabia maravillosa y lejana de los reyes de Oriente. No nos podían imaginar en la Comunidad Económica Europea, y no sé si con ello hemos salido ganando.
Es dudosa la recuperación de . aquella idiosincrasia a la que no se vuelve con órdenes ministeriales. Fue Madrid padre y madre adoptivos del forastero al que, nada más llegar a la estación, se le entregaba un prontuario de gramática parda, sumamente útil para la inmersión en el sorprendente recinto de la Corte de los Milagros.
Días estos de orear querencias inveteradas que los otros, quienes criticamos con injustificada altanería, reviven y ejercitan como inestimable patrimonio ancestral y solariego.
Quizás hayamos malversado rentas de arrogancias y esplendidez que teníamos por virtudes y seamos nosotros los diferentes, los que, sin, movernos, hemos perdido el sitio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.