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Noche de fiesta en Sevilla contra la droga

Santiago Segurola

Una noche de fiesta a la antigua. La banda tocaba, los famosos jugaban, las hinchadas coexistían pero recordaban sus diferencias, los astros del balón divertían, la tonadillera se acompañaba por el torero y en el ambiente se advertía un aire de domingo bullicioso, como en las películas de Berlanga. El toque sevillano presidió el partido contra la droga. Todo fue colorista y festivo, como cabe esperar en la capital andaluza.Setenta mil personas se citaron en el Sánchez Pizjuán en el tercer partido contra la droga, a beneficio de la organización Proyecto Hombre, especializada en la rehabilitación de toxicómanos. Hubo tanto fútbol como acontecimiento social. La densidad de famosos por metro cuadrado era espectacular. Casi todos llegaron a media tarde en en un tren especial fletado para la ocasión. El periodista Luis del Olmo y el juez Baltasar Garzón, los dos hombres que gestaron la idea, encabezaban la organización. En el palco, la infanta Elena presidía el partido. Y en medio de todo, la algarabía de un público que finalmente realizó el imposible: las hinchadas del Betis y el Sevilla se citaron en el viejo Nervión, aunque no terminaron de saludarse. En el fondo Sur, los biris sevillistas entonaban sus canciones de guerra; en el fondo contrario los béticos tiraban con bala contra los "sevillones". Coexistencia hasta cierto punto. Una historia de rencillas no se olvida en una noche, aunque Luis Cuervas, presidente del Sevilla, y Manuel Ruiz de Lopera, el líder bético, se vistan de corto y se abrazen ante los fotógrafos. Las cosas como son, esto del Betis y el Sevilla es una cuestión muy seria.

El fútbol sólo fue una excusa para disfrutar de la fiesta, aunque los protagonistas se lo tomaron en serio. Antiguos futbolistas y famosos de todas las profesiones se midieron en cuatro partidos de media hora. Se vio a Millán, la mitad de Martes y Trece, correr la banda como un lateral correoso, a Inocencio Arias pidiendo la pelota con autoridad, a Garzón, inédito como portero, y a Luis del Olmo, muy metido en su papel cuando detuvo el tiro libre de Sarabia, pero lento de reflejos en el segundo penalti que le lanzó Miguel Durán. Y también estaban las estrellas que alumbraron el fútbol español en las últimas tres décadas.

Como decía Di Stéfano, se la daban cortito y al pie, no les fuera a dar algo. Pero había que ver a Fusté lleno de energía y con la zurda exquisita de sus mejores años, o a Quini, todavía capaz de cazar cabezazos improbables, o a Sarabia, lleno de sutileza y trucos, o a Camacho, rastreando la pelota como un terrier. Entre bambalinas, Rocío Jurado y Ortega Cano despertaban tanta expectación como los futbolistas y el séquito de famosos. Ella parecía radiante; él se animaba con una media sonrisa ante los fogonazos de los fotógrafos. Los espectadores saludaban a la tonadillera como se espera en Sevilla. "Guapa, guapa", decían, y ella se ahuecaba satisfecha.

Las miradas cruzaban todas las direcciones del campo. Ahora aparecían Cuervas con la camiseta sevillista y Lopera con la bética. El duelo se prometía fuerte, pero ninguno frecuentó los terrenos del otro. La infanta Elena llegó poco después de las 21 horas, momentos antes de comenzar el partido grande. El saque de honor fue tripartito. Lo hicieron Rocío Jurado, Pedro Delgado y Romario entre un avispero de fotógrafos. Gordillo y Jiménez, capitanes del Betis y el Sevilla, leyeron un manifiesto contra la droga. Luego comenzó el partido. Se enfrentaron una selección de estrellas del campeonato español y un combinado del Sevilla y el Betis. Se unieron más los jugadores que las hinchadas. En realidad, sólo se buscaba la diversión. Nadie se fijó en el resultado. Empataron a tres, pero la mitad del público no se enteró. Lo que importaba era la fiesta.

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