'Puenting'
Llevan los españoles en general, y los madrileños en particular, el estigma, injustificado y, vaya usted a saber por qué, infamante, de ser una de las razas menos trabajadoras del planeta. Cosas de la leyenda negra que se ceba en nosotros, alimentada, desde hace siglos, por la secular alergia al trabajo que caracterizaba a los legítimos hidalgos, individuos capaces de sobrevivir en la más absoluta y vergonzante de las miserias antes que ponerse a dar el callo por cuenta ajena, tipos famélicos que iban casi desnudos bajos sus capas y esparcían migas sobre ellas para aparentar que habían comido. Las armas, las almas y las letras eran los únicos campos en los que podían rendir sus servicios aquellos nobles varones sin romper ni manchar la pureza de unos árboles genealógicos exentos de cualquier pagana contaminación laboral.Con el tiempo, los descendientes de los arrumba dos nobles e hijosdalgos, sin capa que ponerse y sin migas para esparcir sobre ella, se vieron forzados a arrimar el hombro, sin herniarse, para ganarse el sustento, y se fueron acercando a las generosas ubres de la Administración del Estado para colocarse y apalancarse en el escalafón burocrático. De las covachuelas galdosianas a las informatizadas y ergonómicas oficinas de nuestros días media un abismo: entre 'La oficina siniestra' que el amigo Pablo Sanjosé di bujaba en La Codorniz y los edificios inteligentes existe una distancia cósmica. Pero aquella frase de Camilo José Cela en la que definía a Madrid como una mezcla de Navalcarnero y Kansas City habitada por subsecretarios sigue haciendo fortuna como tópico, en la misma línea del "Vuelva usted mañana" de Larra y de los chistes sobre oficinistas, quinielas, crucigramas y pajaritas de papel de pasadas décadas.
Los oficinistas, funcionarios o empleados de la empresa privada ya arrastraban la fama de ser especialistas en hacer puentes para vadear cualquier día laborable emparedado entre festivos; lo que hoy llamaríamos hacer puenting. Pero este doble puente con el que la Constitución y la Inmaculada Concepción, en feliz contubernio, han obsequiado a muchos trabajadores ha resultado poco menos que satánico para las diversas jerarquías empresariales, esas que libran cuando les da la gana, pero que siempre aprovechan estas coyunturas para entonar la consuetudinaría e hipócrita salmodia que empieza: "Así no vamos a ninguna parte... Aquí no trabaja nadie, etcétera". Se trata, como siempre, de echarle las culpas de las crisis financieras, las malas gestiones empresariales y las aventuras especulativas a los trabajadores, que ni financian, ni gestionan, ni especulan, Pero que siempre acaban pagando el pato.
Voy a ser demagógico. Muy pocos oficinistas liberados pasarán este puente a bordo de sus yates, de recreo, ni jugando al golf, ni tostándose en las islas Seychelles, pero allá donde vayan no se escaparán de la monserga, escrita, radiada o televisada que se hace eco del sermón patronal y patriarcal, ese que dice que España es el país de Europa con más días festivos. Lo dice y miente, el país europeo con más días festivos es Alemania. Así como lo oyen, así lo. escuché en un telediario, en una información ilustrada con toda clase de estadísticas, cuadros y baremos comparativos entre los países miembros de la Unión Europea. Alemania, sí, Alemania tiene tres fiestas más en su calendario, 118, creo recordar, días feriados al año para solaz de sus ejemplares productores, orgullo del Bundesbank y del Bundestag.
Según la misma fuente, la distancia entre España y sus más cercanos seguidores en el ranking de ferias y festejos es mínima, todo lo más un puente al año. Si Alemania es el ejemplo a seguir, el horizonte que continuamente nos señalan nuestros guías y patronos, que lo sea también en este aspecto lúdico y festivo. Desde aquí propongo la formación de una comisión de derechos laborales que exija la homologación de nuestro calendario laboral con el de la modélica Alemania. Los milagros alemanes no los hicieron esclavizados y taciturnos trabajadores germánicos e importados, sino operarios felices y relajados, bronceados y hartos de hacer puenting.
Pueden disfrutar tranquilos, sin problemas de conciencia, los beneficiarios del puente, sin más yates que las barcas del Retiro, sin el sobresalto constante del teléfono móvil, sin necesidad de leer las cotizaciones de la Bolsa, todo lo más los números de la lotería, sin riesgo de celebrar el próximo puente en el presidio por un fallo de ingeniería financiera. Nadie tiene derecho a aguarles su legítima vacación y su sencillo disfrute. Y aún menos que nadie toda ese banda de cantamañanas que, en ociosas tertulias radiofónicas o televisadas, despotrican estos días sobre el quehacer o no quehacer ajeno. Gente que, como diría El Gran Wyoming, saben lo que es el trabajo porque han visto trabajar a mucha gente.
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