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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La otra cara de Suiza

LOS CIUDADANOS suizos aprobaron en referéndum el pasado domingo una medida que viola de manera clara los principios fundamentales de un Estado de derecho. Calificada con frecuencia como modelo de democracia por un pasado histórico en el que defendió con ahínco su independencia y en el que sus ciudadanos conquistaron sus libertades frente a las arbitrariedades de los nobles, Suiza desmiente actualmente en cierta medida esta tradición.El caso del último referéndum es particularmente escandaloso. Es difícil admitir que en un país situado en el corazón de Europa, una ley contra los extranjeros permita a la policía encerrar en la cárcel durante un año a personas carentes de la documentación adecuada. Si una decisión policial permite privar de libertad a una persona durante ese tiempo, hay que preguntarse para qué sirven los códigos y los tribunales de justicia.

En el referéndum citado, cerca de un millón y medio de suizos votaron a favor, y aproximadamente medio millón en contra, dentro de una participación electoral que, como ocurre en muchas consultas en ese país, no alcanzó la mitad del censo. En todo caso, que una monstruosidad antijurídica como la que contiene esa ley haya sido votada por esa mayoría sustancial de ciudadanos demuestra hasta qué punto los sentimientos xenófobos han prendido en ese pueblo y pueden empujarle a actuar en un sentido contrario a lo que es la imagen que tiene en el mundo.

La razón invocada para justificar esta nueva ley de extranjería es la multiplicación de los casos de venta y consumo de drogas, especialmente en algunas ciudades como Zúrich. Pero la tendencia a asimilar el problema de los refugiados extranjeros al de las drogas es una falsificación escandalosa. Si Suiza necesita medidas eficaces contra el tráfico de drogas, nada le impide adoptarlas. Pero utilizar ese pretexto para dejar a los extranjeros a merced de las decisiones de la policía, como si se tratase de un país sin jueces y sin leyes, es algo que desconcierta.

Por otra parte, Suiza ha tenido hasta ahora un es tatuto sumamente restrictivo para los extranjeros. Los datos oficiales indican que menos de 18.000 recibieron el año pasado un estatuto de refugiado. Es una cifra muy baja si se piensa en la necesidad que tiene Europa occidental de dar una solución siensata y generosa a la enorme demanda de asilo llegada de los países del Este y del Sur. Al mismo tiempo, las cifras del referéndum citado indican, como ya había ocurrido en casos anteriores, una creciente división entre la parte de Suiza de lengua germánica y la de lengua francesa. La primera es la que se ha destacado por las mayorías más fuertes contra los extranjeros. En cambio, en Ginebra y en otros cantones francófonos se ha producido casi un equilibrio entre las dos posturas.

Pero no es la primera vez que se manifiesta esta diferencia política entre el este y el oeste de Suiza. En tres recientes ocasiones, los electores suizos se han pronunciado por referéndum sobre temas de política exterior, y cada vez se han mostrado las diferencias entre una zona francófona más bien favorable a las actitudes internacionalistas y la actitud contraria en los cantones germanófonos. Suiza decidió así, en 1986, su rechazo al ingreso en la ONU y, en 1992, en el Espacio Común Europeo. Grácias a los votos francófonos, Suiza aprobó en septiembre último la Convención contra la Discriminación Racial. Pero la adopción de la nueva ley de extranjería no indica una actitud realmente contraria a esa discriminación.

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