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JOSÉ ORTEGA SPOTTORNO Hablar del otro

A veces la vida de una persona es más larga que su biografía porque su voluntad se detuvo antes que su corazón. Ni aun en ese caso -triste siempre, trágico en ocasiones- cabe intentar escribir la biografía de alguien vivo, a no ser que nos contentemos con una semblanza o un perfil provisionales. La biografla exige que el personaje haya concluido su trayectoria desde la cuna a la tumba, y que exista cierta distancia temporal entre él y su biógrafo para no ver la nariz de Cleopatra.La biografía no es un boceto ni una disección, sino un afán de interpretación y de comprensión de la vida de un hombre o de una mujer que hayan dejado alguna huella en la historia -la grande o la menuda- o que hayan sido originales en la invención de sí mismos para despertar nuestro interés. Se trata, en definitiva, de saber quién es el personaje, cuál fue su auténtica vocación -su destino- aunque ésta no pudiera aflorar a la superficie visible. "Toda vida es, más o menos", decía el autor de Goethe desde dentro, "una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que esa persona tenía que haber sido". Para dar con la clave es preciso que el biógrafo, a diferencia del historiador, tenga la generosidad suficiente para entender la vida del otro sin juzgarla, mostrándola claramente al lector.

Necesita, por supuesto, el biógrafo reunir el mayor número de datos, sucesos, cartas, referencias, confidencias, opiniones de los amigos y contemporáneos de su personaje, retratos, imágenes y fotografías que sirvan, como las piezas de un rompecabezas, para ir dibujando el contorno de aquella persona concreta. Pero se perdería en esa reconstrucción si olvidase que toda vida tiene una estructura similar que puede servir de apoyo a la investigación. Dilthey -se ha citado muchas veces- nos alertó de que la vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter". Por eso contar una vida, entenderla, hace de la biografía un género literario dificil. ¿Cómo no va a ser difícil saber quién fue alguien, aunque hayamos tenido la suerte de tratarle, cuando resulta tan peliagudo saber quién es uno mismo?

En una excelente biografía que dedicó Ángel del Campo a su colega el extraordinario ingeniero de Caminos José Torán, destaqué, al presentarla, el acierto con que había señalado las modalidades de la vida de nuestro común amigo, y cómo iba rellenando de contenido concreto las incógnitas de la ecuación del protagonista. Esas incógnitas que hay que despejar para entender la vida de alguien son, a mi juicio, principalmente éstas:

Los padres y la familia; su infancia (ésta marca al hombre, que siempre va siendo el niño que fue); el predominio de la soledad o la compañía; los amigos (o la falta de ellos); los enemigos (yo sostengo que cada cual tiene su personal enemigo, a quien quizá no ve ni conoce, aunque esté a su vera); la educación sentimental ("la mujer es el encanto y el desasosiego del mundo" es una definición bellísima que daba Azorín, nada mujeriego por cierto); su psicología, vocación, dotes y capacidades; los grandes acontecimientos, personales o colectivos, vividos (principalmente en su infancia y juventud); los problemas económicos; las dimensiones dé? "su" mundo; las creencias; las, ideas políticas; el valorfisico y el temple moral; la ambición (o la falta de ella); las pasiones; la salud; la longevidad o vida breve; los caprichos y manías (a veces tan decisivos); éxitos y fracasos; su situación personal a la altura de los 40 años (es ésta una edad en la que suele estar ya todo planteado y desde la que se puede mirar lo que ha quedado a la espalda y vislumbrar el porvenir); y, por último pero muy Importante, el azar y la suerte.

Cuando se trata de la biografía de una mujer, habría que definir muchas otras incógnitas. "Lo típico de la mujer", explicaba Jorge Simmel, "es que, para ella, el hecho de ser mujer es más esencial que para el hombre el hecho de ser hombre. Para el hombre la sexualidad consiste, por decirlo así, en hacer; para la mujer, en ser. Pero, sin embargo, o más bien por eso mismo, la diferencia entre los sexos es para la mujer, en realidad, cosa secundaria. La mujer descansa en la feminidad come, en una sustancia absoluta... La. mujer encuentra en sí misma su. morada, mientras que, el hombre siempre la encuentra fuera". Me atrevería a señalar esos; capítulos adicionales que una, biografía femenina reclama, aunque temo que alguna lectora los considere vistos demasiado desde una perspectiva, masculina. Son ellos:

La belleza, el atractivo, la voz, el entusiasmo sentimental, la maternidad, los hijos, la dulzura o la dureza, la elegancia, la gracia, la inteligencia, el gusto, la conciencía religiosa, la intuición para la vida, la compasión (sobre todo ante el desamparo del varón), la cultura femenina, la esfinge y el misterio,

Son, en uno y otro caso, como digo, las variables que el biógrafo debe rellenar de contenidos concretos en cada persona para explicar cómo era ésta, lo que hizo o no hizo, sus empeños y sus abandonos.. Variables que serán muy distintas en los tres tercios en que se divide toda vida: la formación y la lucha, la plenitud c en el triunfo o el fracaso y la declinación y decadencia.

Mas, en definitiva, al destino pertenece la vocación y al azar la mayor o menor posibilidad de realizarla, a veces por falta de dotes -desventurada situación-, a veces por dificultades que opone el entorno. Y al carácter pertenecen no sólo el ser afable o arisco, sino, principalmente, la disposición de ánimo, esto es, las facultades del alma del personaje. Escudriñar ésta es la tarea más empinada para el biógrafo, que ha de buscar en ella el mapa de sus sentimientos, de sus pasiones y serenidades, en suma, el ordo amoris u organización de los actos de amor y de odio que proponía Max Scheler. "Porque", añadía el gran pensador alemán, "es el medio de hallar, tras los embrollados hechos de las acciones humanas moralmente relevantes la sencilla estructura de los fines que se propone, al actuar, el núcleo de esa persona. Quien posee el ordo amoris de un hombre posee al hombre" (ilustre tradueción de Xavier Zubiri).Muchas veces hacemos la biografía íntima, no escrita, de determinadas personas que han pasado, cercanas o tangentes, por nuestra vida. Son interpretaciones personales que nos subrayan a nosotros mismos lo que percibimos como más esencial en aquella persona. Y como deberíamos, igual que pesamos nuestro cuerpo, sopesar de cuando en cuando nuestra alma para ver si anda por buen camino y no se ha embarullado, eso mismo hacemos al tratar de entender a otro que se cruza o nos acompaña en nuestra existencia. Por ejemplo, yo tengo un gran amigo, Vicente Iranzo, catedrático jubilado de Química Inorgánica de la Universidad de Barcelona, cuya alma he ponderado y he visto que estaba estructurada en tomo a una virtud. tan sencilla como poco frecuente: la fidelidad. En primer lugar, fidelidad a su padre, que fue ministro en varios Gobiernos moderados de la Segunda República. Pertenecía Iranzo padre a la Agrupación al Servicio de la República que fundaran Marañón, Pérez de Ayala y mi padre, y precisamente de esa relación larga y respetuosa de Iranzo padre con el mío, Iranzo hijo fue un fiel defensor suyo. Quizá a los jóvenes actuales les parezca extraño que en 1937 se detuviese en la zona nacional por el delito de ser amigos de Ortega. Iranzo, por serlo, sufrió larga prisión. La tercera fidelidad de Iranzo fue a la institución universitaria y, corno consecuencia, fidelidad a sus maestros.

Es frecuente, asimismo, la biografía novelada. No la suelo estimar, pero hay una ejemplar, El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez. Es la agonía de Bolívar, camino de su final, al recorrer por cuarta vez el río Magdalena, donde "no pudo eludir la impresión de estar recogiendo los pasos de su vida".

En un artículo anterior me ocupé de los que hablan de sí mismos, con el diario, la autobiografía, la confesión o la correspondencia. Si ya ésa era tarea difícil, hablar del otro, la biografía, es terreno aún más utópico. Porque, además, viene a complicar las cosas el ser bastante cierto aquello que decía poéticamente Juan Ramón: "Yo no soy yo, / soy éste que va a tu lado sin yo verlo, / que a veces voy a ver, / y que a veces olvido. / El que calla cuando hablo, / el que perdona cuando odio, el que pasa por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera".

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