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Agenda

Enrique Gil Calvo

Hace poco se despidió de la clase política madrileña Miguel Roca, quizá el mejor ejemplar de político profesional que había en España. Cuando otros líderes enseguida pierden los nervios en cuanto, les mientan la familia, o entran al trapo de la carnaza que les sirve en bandeja la prensa amarilla, Roca ha sido siempre el primero en dar ejemplo no sólo de sensatez, pragmatismo y serenidad (virtudes que ya se suponen en el seny catalán), sino lo que parece mucho más importante: de flema británica, capaz de rebajar la tensión con pinceladas de humor que desarmaban el excesivo acaloramiento de, unos debates casi siempre rayanos en la sobreactuación truculenta. Estos tiempos no parecen los mejores para prescindir de políticos así, capaces de templar los ánimos y poner en su lugar a tanto histrión profesional. Y el diagnóstico que nos ha dejado Roca como testamento no podía ser más exacto: "El actual clima de sospecha generalizada impide abordar los debates importantes, como son los relacionados con el Estado del bienestar" (conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid, el 3 de noviembre de 1994). Efectivamente, parece mentira que durante todos estos días la clase política madrileña sólo se haya ocupado como único tema obsesivo de una dudosa denuncia de nepotismo. ¿A qué viene tan rastrero altercado por una anécdota objetivamente irrelevante?La respuesta a esta pregunta parece evidente: hoy es, cierta prensa quien dicta en España la agenda, al definir el orden político de las prioridades. Pero esto lo hace no en interés de sus lectores sino con el único objeto de condicionar al poder, haciendo que Gobierno y oposición bailen al son que quiera tocar un vanidoso flautista de Hamelín. Lo cual no sólo demuestra la irresponsabilidad de quien lo hace (ya que juega frívolamente con los intereses de demasiados españoles) sino lo que parece peor: una insana obsesión megalómana sólo comparable a lo que se llama erótica del poder. Así, ya que por razones evidentes no se puede aspirar a ocupar el poder, al menos se lo usurpa vicariamente, al condicionarlo dictando arbitrariamente la agenda política para poder vanagloriarse de que se logra tener de rodillas al mismísimo poder.

¿Deberíamos desoír los cantos de sirena de la prensa amarilla, despreciando su ruidosa distorsión para poder centrarnos de nuevo en debates políticos verdaderamente relevantes? Yo así lo intenté hace poco, participando como invitado en un debate sobre el Estado del bienestar que la Diputación barcelonesa había organizado en el Patronato Flor de Maig (que es un casi secreto centro de estudios que se esconde en un idílico paraje boscoso junto a Cerdanyola del Vallés). Intervenían Manolo Castells y Eulalia Vintró, entre otros y tras discutir exhaustivamente los ternas monográficos propuestos (la gestión multidisciplinar de los servicios de bienestar, la consideración de los usuarios como sujetos de iniciativas y de derechos, el recurso al voluntariado del tejido comunitario, etcétera), la sesión final de cierre se centró en el incierto futuro que podría aguardarle al Estado del bienestar.

"Aquí llega el debate político en serio", pensaba yo, preparándome para escuchar agrias polémicas sobre las modalidades de financiación (por capitalización o por reparto) de los derechos sociales, que constituye actualmente la principal frontera política que separa a la derecha de la izquierda (dado que los sindicatos ya han aceptado por fin la necesidad de moderar los salarios para poder crear empleo). Pues bien, no fue así. En su lugar lo que hubo fue una unánime condena del papel que juegan los mass media en la distorsión sensacionalista del problema. Pues también aquí, en el debate sobre el Estado del bienestar, es la prensa quien parece dictar1a agenda política.

La moraleja parece obvia: el debate público que hoy resulta más urgente es el de discutir el papel de la prensa (seria y amarilla) en la definición de la agenda. Pues hasta que esto no, se aclare tampoco se podrán abordar con éxito los problemas sustanciales, como son la financiación de los partidos o el futuro del Estado de bienestar.

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