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Los dardos malditos de Israel

El Ejército hebreo utiliza en el sur de Líbano proyectiles que dispersan miles de clavos

"Éste es mi primo, este otro también; éste es mi cuñado y éste...,éste es mi hijo Husein. Tenía 14 años". Alí Basal acerca la linterna hacia el montaje fotográfico que sus familiares acaban de componer con los retratos de las víctimas libanesas de un feroz bombardeo israelí. Durante unos instantes, el hombre acaricia con el índice el rostro de ese muchacho que no hace mucho que se puso su mejor camisa y le sonrió a la cámara con esa grata timidez de los adolescentes a la hora de hacerse una foto para el áIbum de la escuela.Al igual que sus parientes desaparecidos, Husein Basal seguramente jamás soñó hallar una muerte tan horrible como la que ofrecen a discreción las bombas de dardos de Israel en el sur del Líbano. "Esto es un crimen", dice su padre ahogado por las lágrimas. "Una matanza".

Ocurrió durante la noche del 19 de octubre, horas después del atentado cometido por el palestino-bomba que hizo volar un autobús en la céntrica calle Dizengoff, de Tel Aviv, con la que causó la muerte a 21 israelíes. Ese fue un atentado terrorista y como tal fue condenado vigorosamente por todo el mundo. En el sur de Líbano, un rato más tarde, también hubo una matanza, menor en el número de víctimas, pero similar en brutalidad. Sin embargo, como tantas veces en el pasado, las atrocidades en Líbano se registran a medias y se olvidan pronto, tal vez con la misma velocidad con la que se perpetúan los crímenes contra Israel.

Más de dos semanas después de la violenta muerte de Husein Basal y de sus primos Habib Atuí, de 24 años; Rabía Atuí, de la misma edad, y Kasem Basal, de 32, la gente de esté pueblo shií del sur libanés acude diariamente a la casa que los albañiles del pueblo estan tratando de reparar los estragos causados por cinco bombas convencionales. La casa es una construcción sencilla e inconclusa. Algún día tendrá tres pisos. Algún día los Basal y los Atuí terminarán por extraer todos los dardos que permanecen firmemente incrustados en las paredes de cemento, producto del quinto y mortífero proyectil israelí disparado desde la colina de Dabche, a menos de dos kilómetros de distancia.

Todavía quedan centenares, de dardos por todas partes. En el techo, los pilares, el depósito de agua, los árboles del huerto. Son clavos de acero de cinco centímetros, casi todos con cuatro aletas en la cola; otros son curvilíneos. Los primeros han sido diseñados para volar en línea recta, girando como flechas impulsadas por toda la potencia que puede generar un proyectil de 155 milímetros de calibre. Los segundos, también del espesor de un clavo común, no tienen aletas pero están, afilados en ambos extremos. La idea es que reboten al chocar contra cualquier superficie dura hasta toparse. con materia blanda, como la carne.

Huracán de metralla

Cada proyectil contiene aproximadamente mil dardos. Para mayor efecto, estas bombas pueden estallar en el aire desatando un huracán de metralla incandescente en un radio de 200 metros cuadrados.Hilal Atuí, sobreviviente del bombardeo, recuerda que la primera bomba, un obús convencional, destrozó una esquina del edificio. "Nos refugiamos detrás de la casa de nuestros vecinos. Luego estalló otro, que se llevó parte del balcón. El tercero y el cuarto, diez minutos más tarde, se estrellaron en el techo. Después de la última explosión esperamos casi media hora antes de animamos a regresar a la casa para ver en qué estado había quedado. Los israelíes debieron de vernos con sus sistemas de visión nocturna. Cuando llegamos al umbral de nuestra casa estalló la quinta bomba", dice Hilal, un estudiante de 20 años, y uno de los cinco miembros de la familia que sufrieron heridas graves.

Hilal Atuí fue alcanzado por cinco dardos. Uno de ellos le perforé el costado derecho. Los médicos tuvieron que abrirle el abdomen para extraerle otros tres. Luego fue relativamente fácil, dice, sacarle otros muchos clavos y fragmentos de las piernas. "No podían confundimos con guerrilleros. Eso es imposible", añade. "Los israelíes nos ven todos los días; están tan cerca que debían de saber que no llevamos armas. A fuerza de espiarnos continuamente, sin duda, tienen que saber quienes somos y esa noche querían matarnos".

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