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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuestión de votos

EN MEDIO de la inundación de acusaciones, mentís, sospechas e insinuaciones que ha anegado durante los últimos días el debate supuestamente político de este país, ayer se produjeron unas declaraciones que tienen la ya casi insólita virtud de apuntar a hechos reales y además tozudos. El líder del Partido Popular, José María Aznar, había invitado el día anterior a Jordi Pujol a romper su pacto con González y a dejar caer al actual Gobierno. El presidente de la Generalitat le replicó ayer con las verdades del barquero, cada vez más difíciles de oír en medio del actual griterío. Le dijo a Aznar algo tan simple como que no puede gobernar todavía porque no ha ganado unas elecciones generales, las únicas que habilitan a un partido para formar Gobierno.Seguramente el PP estaba convencido de ganar el 6 de junio de 1993. Y le molesta no haberlo conseguido. Lógico y legítimo. Pero no lo es que en su política de acoso al Gobierno no le importe esgrimir acusaciones como si fueran hechos probados. Eso es lo que hace el diputado popular Luis Ramallo cuando pide inmediatamente la dimisión de González. Sin esperar debates ni aclaraciones, el primer partido de la oposición otorga suficiente fuerza probatoria a las acusaciones contra el presidente del Gobierno como para forzar su inmediata dimisión.'

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Mucho nos tememos que Pujol tiene razón cuando dice que Aznar no ha aceptado el veredicto de las únicas elecciones que valen para el Gobierno de España, las legislativas de 1993. Cuando Aznar se hizo alguna foto con el canciller alemán Helmut Kohl no le dijo, sin duda, que debía dimitir porque estaba perdiendo todas las elecciones de los Estados. Esto no le ha impedido volver a ganar las legislativas hace un mes.

Empieza a ser irritante que la ansiedad de algunos dirigentes del PP por llegar al poder y de algunos de sus consejeros áulicos, tan presentes en los medios de comunicación, por ver cumplidos, de una vez sus deseos tantas veces frustrados, lleven a la oposición a poner en duda diariamente el funcionamiento de las instituciones y los procedimientos y trámites políticos de la democracia. Los votos son los, que valen. En elecciones generales o en una moción en el Parlamento.

Puestas así las cosas, González salió ayer de nuevo a la palestra para comprometer su palabra en varias cuestiones: ni ha aplicado trato de favor a su cuñado, ni ha cobrado nunca comisiones, ni tiene inversiones personales en España o fuera de España. Su palabra puede no ser suficiente, pero era imprescindible, dado el tono que ha adquirido esta polémica tras su desafortunada intervención de Casablanca, más desbordada de pasión que de razón. González calificó ayer como una "perversión del Estado de derecho" la moda que han impuesto algunos en este país de que son los acusados los que tienen que demostrar su inocencia, mientras los acusadores vierten con total impunidad afirmaciones contra el honor de individuos e instituciones a diestro y siniestro.

Es verdad que resulta insólita esta polémica pública entre una institución del Estado y un periódico. Pero, de pasarse, que sea por el lado de la información, de la transparencia, y no del ocultamiento. En todo caso, la lógica de las cosas exige que' las aclaraciones definitivas se hagan ante el Parlamento.

Es aclarando todo punto a punto como debe hacer frente González a estas acusaciones.. 'Que la oposición persiga y denuncie todas las irregularidades, respetando siempre el principio democrático de que para gobernar hay que ganar en las urnas y obtener una mayoría estable en el Parlamento. Las tentaciones de tomar atajos son humanamente comprensibles, pero políticamente intolerables.

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