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VIOLENCIA EN EL MAGREB

La muerte madruga en Argelia

Buira, a 100 kilómetros de la capital, se despertó con el cadáver del último extranjero asesinado

"Todos tenemos miedo al despertarnos en Buira". Incluso lo tuvo Mohamed, el otro día, cuando se disponía, como todas las madrugadas, a levantar el cierre de su cafetería, en el centro de la ciudad. Fue el último y único testigo del epílogo de un crimen; el del ciudadano francés Jean François Marquette, de 26 años de edad, el extranjero número 69 asesinado en Argelia.Mohamed se detuvo por un instante, aturdido por el frenazo de una camioneta, el estruendo de la portezuela metálica y el ruido sordo de un cuerpo que alguien arrojó sobre la acera. Luego escuchó los impactos secos de unas balas disparadas al aire, los gritos de "Alá akbar" -Dios es grande- y vio cómo los miembros del comando integrista se perdían tranquilamente a pie por las callejuelas solitarias. El vehículo quedó aparcado junto al cuerpo, con las puertas abiertas. El mozo de la cafetería se acercó hasta el cadáver. Descubrió en su cuello la herida limpia y profunda de un cuchillo. Había sido degollado.

A esa hora aún no había amanecido sobre Buira. El olor suave y, dulzón de los bollos azucarados que se cocían en la pastelería cercana se mezclaron con el sabor de la muerte. Así se despertó el pasado 5 de noviembre la última ciudad de la Cabilia, en la frontera con la provincia de Medea.

El cuerpo que yacía sobre la acera pertenecía al ciudadano francés Jean Françoise Marquette, sin profesión conocida. Había sido secuestrado el día anterior por un comando integrista que, disfrazado de policía, había hecho detener su vehículo en un punto indeterminado de la carretera cuando trataba de dirigirse desde Argel a Batna. Los informes ofíciales de la Embajada francesa aseguran que Marquette efectuaba un viaje de turismo.

Nadie perdió la calma en Buira. La muerte de este francés fue para todos los vecinos de esta ciudad el penúltimo episodio de una larga y dolorosa historia que se inició en diciembre de 1993, cuando una pareja formada por una ciudadana belga casada con un argelino, residentes en Buira desde hacia más de 15 años, fue abatida a tiros a última hora de la tarde, ante sus hijas y a la puerta de su domicilio.

Éste fue el principio de una espiral de violencia que dura desde hace más de un año y que se ha saldado por ahora, sólo en el casco urbano, con más de docena y media de agentes de seguridad muertos, con el atentado contra el gobernador civil o wali, con el apaleamiento de algún que otro líder político y con una lluvia de amenazas que han provocado en algunos el terror y en otros la indiferencia. Todo ello sin romper el ritmo de aparente normalidad de una ciudad provinciana de cerca de 40.000 habitantes, agrícola y rural, donde desde hace décadas ha vivido en equilibrio la comunidad nacionalista bereber con la sociedad arabófona.

Pero Buira es además la capital de una provincia controlada y dominada por el maquis integrista. Sus alrededores, que van desde los contrafuertes del Yuyura a las suaves colinas de la Lajdaria, están plagados de tenebrosos incidentes. Hay historias de cadáveres decapitados como el de los dos soldados de quintas de Al Naya, situada a 10 kilómetros de la ciudad y que fueron abatidos por negarse a abandonar el Ejército. Algo parecido pasó con el alcalde accidental de Ain Turc, cuya cabeza fue metida en una bolsa de plástico y colocada a la puerta del Ayuntamiento.

En este rincón de Argelia'la, violencia generada por una guerra civil larvada llegó a su cénit hace pocos días. Su escenario fue la pequeña localidad de Saharay, a 20 kilómetros de Buira, donde un comando integrista irrumpió en la localidad para secuestrar a las mujeres. Escogieron a tres jóvenes y se las llevaron con ellos a las montañas. Mientras partían se excusaron asegurando que ellas también debían participar con los combatientes en la guerra santa efectuando las tareas domésticas para los maquis.

"Nos faltan armas", aseguraba uno de los vecinos de Buira, impotente, mientras reclamaba como sus compañeros de la provincia colindante de Tizi Uzu la formación de los comités de vigilancia popular y la estructuración de un ejército paralelo. Ahora se lamenta de que en su día no tuvieran la precaución de esconder las escopetas de caza.

La mezquita de Kabul, feudo del integrismo islámico, permanece en silencio mientras su imam se encuentra encarcelado. La mayor parte de los fieles seguidores de sus prédicas se han ido hace tiempo a las montañas para participar en la lucha santa bajo el mando del emir Bukabus, El Pistolas, un aprendiz de verdulero, un estudiante mediocre, cuyos padres siguen al frente del pequeño comercio local de frutas y pescados.

En las puertas de la ciudad ayer aparecían aparcados los camiones del Ejército. Más allá, en la carretera general hacia Argel, estaban los paracaidistas y la gendarmería. Tratando de constituir todos juntos una masa compacta, un laberinto de barreras y un dique de contención del integrIsmo islámico. Mucho más allá, atrincherados en sus calles, en sus plazas y en sus casas, los vecinos de Buira continúan impasibles su vida. La mujer, ni por un solo instante ha dejado de hacer calceta, sentada al extremo de la mesa mientras su esposo relata el penúltimo incidente de una jornada en una ciudad perdida de Argelia. Con cierta ironía, comentaba que el gobernador civil, en un acto de osadía política, abandonó el despachó, salió a pie por la calle, entró en un bar, pidió un, café y apuró a pequeños sorbos el contenido de su taza. En Buira tampoco pasa nada.

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