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Soledad del 'chori' rico

La fuga del Vaquilla, justo cuando entra en la cárcel uno de nuestros próceres, ha reabierto un antiguo debate sobre el distinto tratamiento que da la vida a los ladrones de guante blanco y a los chorizos sin guantes.La diferencia entre estos dos géneros del mismo oficio reside, fundamentalmente, en que los ladrones de guante blanco no ejercen la violencia directamente, sino a través de terceros, y su herramienta es la información que poseen de sus adversarios, que al ser encañonados con un dossier se convierten en protectores encubridores, colegas o socios, ya que dicho dossier, cuando está bien hecho, sirve de salvoconducto para cometer fechorías con total impunidad. Tal es el estado de las cosas, que pocos están libres de mancha y a la mayoría se les, puede abucharar por este método.

Los otros, los chorizos callejeros, siguen usando los baldeos, los fucos, y no poseen otra defensa cuando les trincan que poner cara de paisaje y decir que pasaban por allí porque iban a misa.

En esta tierra de iconoclastas, uno no sabe si la gente de las altas esferas utiliza malas artes para forrarse porque la delincuencia es endémica en nuestro país o porque renuncian al esfuerzo de enriquecerse honradamente a sabiendas de que su reputación siempre va a estar en entredicho. Mientras, en la memoria de la gente, cuando los chorizos callejeros dejan de constituir un peligro porque el paso del tiempo les vuelve inofensivos, se transforman en héroes populares, se cubren con un barniz romántico, sus fechorías se convierten en hazañas y su rutinaria y casi siempre penosa existencia, en leyenda.

Los chorizos de guante blanco, por el contrario, sólo logran el desprecio de sus contemporáneos y la indiferencia de la historia, que los ignora para no deteriorar la impoluta imagen que los pueblos quieren dar de sí mismos. El hecho de que la ley sea severa co los chorizos callejeros (llamados delincuentes comunes por su extracción social más que por el tipo de delito cometido) les convierte en anécdotas dentro del comportamiento colectivo que, en general, es bueno. Estos chorizos son accidentes coyunturales que aumentan o disminuyen en función de una serie de circunstancias sociales y pueden ser citados con orgullo sin que la comunidad se sienta manchada por sus faltas.

¿De dónde proviene este prejuicio atávico por el cual la opinión popular convierte al poderoso en delincuente? No es la envidia del éxito la que construye este criterio, sino el hecho de considerar que el poderoso actúa fuera de todo control, sin una supraestructura que le reprima. Pudiendo robar, ¿por qué no hacerlo si la reputación está, perdida por la misma condición de poderoso? Pero esta impunidad resta mérito a la fechoría. Sólo el riesgo fabrica la leyenda.

Cuando se trinca a un prohombre que hasta hace horas era mostrado por los medios de comunicación como ejemplo de conducta moral y síntesis de las ventajas que depara el sistema, a nadie le sorprende el cambio de condición de prohombre a chorizo, sino el hecho de que hayan ido a por él. El sentimiento colectivo ya daba por supuesto que estaba robando, y en algunos casos a bombo y platillo, con el anuncio y relato pormenorizado de sus fechorías por los medios de comunicación ante la indiferencia, cuando no el b9neplácitó, der instituciones oficiales. Lo que el personal pregunta e s: ¿en qué les ha fallado?, ¿qué es lo que ha hecho, de repente, que no viniera haciendo desde hace años?, ¿por qué ahora?, ¿en qué se diferencia su modo de actuar del de sus socios y colegas?, ¿desde cuándo se tiene constancia de sus fechorías?, ¿se puede operar con esas cifras en solitario?; para montar tamaña pirámide delincuente, ¿cuántos compinches son necesarios?, ¿nadie sabía nada?, ¿por qué todos se sentaban a su mesa?; ¿estamos locos?, ¿Somos locos?

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