La escuela y la jerarquía católica
En EL PAÍS del 16 de octubre, por un lado, Soledad Gallego-Díaz, defensora del lector, se hacía eco de la queja de quienes consideran que ese periódico, por principio laicista, informe de lo religioso "con un cierto sentido despectivo". Por otro lado, el periódico daba la noticia de que, según lamentaba una federación de entidades evangélicas, "los escolares protestantes no tienen clase de religión". Como convencido laicista que soy, con todo el respeto para el sentimiento religioso ajeno, he de decir que no he captado en ese periódico, que habitualmente leo, ningún sentido despectivo para aquel tan respetable sentimiento; y que, si de algo he de quejarme ahora, el precisamente de que la carta que el 21 de septiembre escribí al director de EL PAÍS hubiese ido a la papelera, cuando en ella criticaba el que la jerarquía de la Iglesia católica porfiase para que en las escuelas públicas se condicionase el número de asignaturas y el horario escolar de aquellos alumnos que no desean ser adoctrinados. Me refería, claro está, al adoctrinamiento confesional católico, pero el que los protestantes, evangelistas, los islámicos y otros puedan reclamar su derecho a adoctrinar en las escuelas públicas de este país ilustra un panorama escalofriante de pugna de confesiones en una escuela pública que, en un Estado laico, no deberá ser jamás ni lugar de reclutamiento para una sola creencia ni campo de batalla para varias.La porfía de la jerarquía católica es también una prueba de falta de confianza de la Iglesia en sí misma y en su capacidad para atraer a la catequesis en sus templos a supuestos fieles a los que se ve en la necesidad de ir a catequizar en las escuelas. Que no están para eso. Que están -o deberían estar- para enseñar a todos y no para adoctrinar a nadie. Sépanlo también los representantes de las confesiones protestantes.-
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