"¡Que bote el blasero!"

Los vidrios de una marquesina riegan la acera. La patada que alguien acaba de propinarle no encontró resistencia alguna en el panel de cristal de la parada del autobús. Eran sólo las 2l.45.En las confluencias de la avenida de Polvoranca con la calle del Alcalde José Aranda, en Alcorcón, un tumulto de jóvenes provenientes del polígono de copas Urtinsa esperaba impaciente la llegada del autobús. Se hace tarde y a casa hay que llegar con buena hora.

Se detuvo un vehículo de la línea 520 (la que una Alcorcón y Móstoles, localidades de 140.000 y 196,000 habitantes, respectivamente).

Las puertas del autobús actúan a modo de aspirador. Hasta arriba. El conductor está tenso y con gesto preocupado. Son muchos fines de semana con el mismo panorama.-¡Oye!, no me has pagado el billete -le dice a uno de los chavales.-¡Que no te pago, tío! ¡Que te den, puto blasero! -contesta el joven, que se marcha al fondo del coche.

Empieza la fiesta. Los de la parte trasera , como casi siempre, abren el baile en el autobús:-¡Un bote, dos botes, maricón el que no bote!

Las suspensiones se resienten después de muchos años de servicio.

Y luego toca el turno de las alusiones al conductor:

-¡Que bote el blasero!, ¡que bote el blasero! -corean al unísono.

El conductor de las conocidas blasas no puede por menos que mirar de reojo por el espejo retrovisor. Aguanta y sigue el recorrido.

Continúan los insultos. Lo más suave que le dicen es eso de victorino, recordando la famosa ganadería de bravos astados.

Ya en Móstoles, se empiezá a vaciar el autobús. Pero todavía quedan algunos que no han agotado sus ganas de marcha.

-¡Blasero, para en la próxima!

El conductor explota:

-¡En los cuernos de tu padre voy a parar!

El chaval se corta y se calla. Llega la última parada y nadie ha vomitado o ha hecho sus necesidades, ni han arrancado asiento alguno, como en otras ocasiones. El conductor ha tenido suerte. Se bajan todos. Respira tranquilo. Final del trayecto.