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El FMI en el nuevo desorden internacional

Joaquín Estefanía

Una vez terminada la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) se han multiplicado las opiniones avergonzadas por el tratamiento que ha tenido. Ideas tercer mundistas (las de los medios de comunicación), espectáculo bochornoso (el de Greenpeace, el Foro Alternativo y los acampados del 0,7%), reacción analfabeta (la del Gobierno ante la interferencia sobre las pensiones), izquierda montaraz y nostálgica (los críticos sindicales o partidarios), son varios de los calificativos utilizados por los defensores del FMI. Algunos de ellos, sinceros conocedores de lo que hablan y por tanto con su razón dialéctica por delante, pero otros -los más- situados en una estratosfera ideológica mucho más merecedora, a su vez, de los epi tetos citados al principio.El hecho es que cuando las asainbleas del FMI se celebran fuera de EE UU (uno de cada tres años, por lo que forman parte del paisaje norteamericano y no despiertan mayor atención), siempre generan reacciones críticas aunque minoritarias, agresivamente politizadas, a veces no pacíficas, ya que los sacrificios que pide el Fondo no suelen ser agradables. Por el contrario, los acampados del 0,7% o el Foro Alternativo han discutido sin exasperación sus propuestas y su actitud ha interesado a muchos ciudadanos, lo que habla de su dignidad.

Otra imagen que de estos colectivos se ha pretendido dar es que son tan sólo jóvenes idealistas con muy buena intención -¿en el fondo manipulados?- pero que no conocen cuáles son las auténticas causas científicas de la pobreza y de las relaciones Norte-Sur. Olvidan los paternalistas que así se expresan que la proposición de dedicar un 0,7% del PIB a la ayuda al desarrollo no forma parte de ninguna utopía inalcanzable (hay países que ya la aplican), que surgió de un organismo tan poco idealista como la ONU, y que los comanches se han limitado a reivindicar lo aprobado y a recordar las promesas incumplidas.

Ese "idealismo" no implica olvidar algo tan obvio como que la ayuda al desarrollo debe ser fiscalizada para que las élites corruptas de los países subdesarrollados no la sustraigan; que para que esa ayuda sea tal debe llegar a quien realmente la necesita y no convertirse en, una transferencia de riqueza de las clases medias del Norte a las clases ricas de los países del Sur.

Que el papel del FMI no debe ser dado por bueno sin discusión, lo demuestra lo que está pasando en Rusia. A partir de 1992, quince nuevos países del territorio de. la extinta URSS, ingresaron en el FMI. Su disciplina les exigía a la, vez reformas estructurales (privatizar empresas, reestructurar los, impuestos, el comercio exterior, los precios, el sistema cambiario) y coyunturales (reducir el déficit fiscal, combatir la inflación, controlar el crecimiento del dinero y del crédito ... ).

Se les pedía que funcionase el mercado en una situación en la que apenas se estaba iniciando la transición a ese mercado. En una coyuntura históricamente nueva, el FMI recetaba las mismas medicinas que siempre. La consecuencia es la desvertebración social, la desestabilización del rublo el incremento de los precios y el diktat de las mafias. Un comité de expertos (en el que, por cierto, estaba el hoy ya presidente brasileño, Fernando Enrique Cardoso), advirtió hace tiempo de las consecuencias potencialmente desatrosas de una reforma económica legitimada por el FMI, que desmantelara el sistema de protección social, sin instrumentos políticos para gestionar las tensiones resultantes. Pero el FMI, que es la voz de la ortodoxia económica, ha demostrado más de una vez que es analfabeto político.

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