_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Juan Carlos Onetti: dos viajes y un rescate

En su obituario de Faulkner renegaba Onetti de la humillación del elogio póstumo, sólo superado por la definitiva humillación de morirse. Se van a cumplir pronto seis meses de su muerte y después de haber leído casi todo, creo, de lo publicado en España sobre este hecho -evocaciones, elogios y recordatorios dudosamente humillantes- he encontrado sólo escasas y vagas alusiones a las circunstancias que le impulsaron a venir dos veces a nuestra tierra y a instalarse definitivamente en ella. Rara decisión en alguien de tan clara vocación por la inmovilidad y la clausura.Además, en 1972, fecha de su primer viaje, Onetti era apenas conocido por el lector español. Me arriesgaría a afirmar que un artículo de Félix Grande en Cuadernos Hispanoamericanos de junio de 1969 es el primer trabajo de entidad que da noticia entre nosotros del escritor uruguayo: de un modo muy onettiano, entrando de frente en la sombra transparente de su caverna y dejando al albedrío insomne de un imaginario y nuevo personaje la definición de unas claves complejamente inteligibles para el lector avisado, perspicaces para el propio novelista.

Según me contó Dolly, Dorotea Mulir, viuda acongojada y serena, Juan, en su agonía larga y dolorosa, tuvo tiempo aún para recuerdos y ausencias de nuestra amistad perseverante y de su salida definitiva de Uruguay, por él valorada como la salvación de su vida y de su libertad.

Onetti era a menudo exagerado y generoso y esta vez no pudo dejar de serlo. Pero es verdad que su rescate, como él decía a veces, no fue fruto del azar, sino producto de una resuelta operación, montada desde Madrid por un pequeño grupo de personas y de la que fui testigo puntual.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Este tipo de operaciones, de rigurosa actualidad como lo muestra la reciente gestión de García Márquez en favor de Norberto Fuentes, se suelen hacer sin publicidad, e incluso con cuidadosa reserva; pienso que a estas alturas merece la pena olvidar la discreción y contar el episodio y sus antecedentes, algo más que una anécdota en la biografía personal y literaria de Onetti.

En el optimista Uruguay de principios de los sesenta, la revista Marcha, su director Carlos Quijano, los hermanos Ángel y Carlos Rama, el crítico Homero Alsina Thevenet, Mario Benedetti, profesores y críticos como Guido Castillo y el joven Emir González Monegal, Paco Espinola, el artista Augusto Torres y algún heterodoxo como Ricardo Paseyro constituían parte del brillante marco de una vida intelectual y literaria cuya estrella mayor, velada en discreta sombra por propia voluntad, Juan Onetti, acababa de publicar Juntacadáveres. Llegué a su persona, de entrada tan esquiva y difícil como su obra, de la mano de Guido Castillo y estimulado por una incipiente y bastante furtiva amistad con José Bergamín en su segundo autoexilio montevideano.

Años después, en 1972, en el Instituto de Cultura Hispánica de Gregorio Marañón, con el concurso inestimable de Luis Rosales y el apoyo de un importante grupo de escritores y poetas, jovenes y no tan jóvenes -José Antonio Maravall, Pepe García Nieto, Paco Umbral, Gastón Baquero, Paca Aguirre, Félix Grande, Guido Castillo, Antonio Amado, Rafael Montesinos- organizamos un ciclo de conferencias y coloquios bajo el título (no demasiado imaginativo) La literatura hispanoamericana contada por sus creadores.

Fue inaugurada por Jorge Luis Borges y continuada por Agustín Yáñez, Arturo Uslar Pietri y Juan Rulfo. Por muy distintas razones fallaron José Lezama Lima y Alejo Carpentier.

Nos costó un triunfo sacar de su cueva a Juan Onetti. No puedo recordar ahora si nuestro hombre había sido ya destituido de su cargo en las bibliotecas municipales de Montevideo o si existían indicios de alguna posible persecución. Lo que sí recuerdo bien es su resistencia a moverse y la argumentación histórico-literari a que tuvimos que desarrollar en reiteradas cartas y larguísimos telegramas (los teléfonos funcionaban mal y eran caros, el fax no existía) para convencerle de lo esencial de su concurrencia como miembro fundador de la generación ordinaria de las nuevas letras españolas de América.

Y por fin, acompañado por Dolly, llegó a España en su primer viaje Juan Carlos Onetti. Memorable fue cómo, bien en contra de su voluntad, bien a pesar de su invencible timidez, conseguimos, casi haciendo uso de la fuerza física, reducirle y hacerle sentarse frente al público en el salón de actos de Cultura Hispánica para que diera, a los 64 años de edad, la primera conferencia de su vida.

Leyó apenas veinte milagrosos minutos. La noche anterior había dormido aún menos de lo normal y se comentaba que pensó en escaparse a Barajas para tomar el avión de Montevideo. El éxito del tardío estreno superó todas las expectativas ante la esencial sinceridad desprendida de su persona y del texto, leído con sobrecogedora y desmañada emoción.

Los Onetti permanecieron en España durante unos dos meses, en los que crecieron y se profundizaron amistades. Juan Carlos, que había disminuido su ritmo de creación y que estaba ya, según parece, muy tentado por tumbarse, empezó a pensar en una vita nuova en la compañía de nuevos amigos españoles y el entusiasmo de tantos nuevos lectores...

Llegamos a fantasear sobre la posibilidad de que se quedaran a vivir en España, propuesta que él tomaba en broma. Las dos ciudades de su vida (Santa María-Lavanda) habían sido, eran, Buenos Aires y Montevideo (y repetía a Borges...). "Puerta falsa del tiempo, / ciudad que se oye como un verso, / calles con luz de patio...".

La aparición dos años después de su marcha del número monográfico de Cuadernos Hispanoamericanos dedicado, a Onetti coincide -estamos a principios de 1975- con noticias alarmantes sobre la desaparición de nuestro amigo.

Fallan las indagaciones por vías regulares y tras algunos días de espera parece confirmarse la noticia de su internamiento en una institución psiquiátrica como forma encubierta de encarcelamiento.

Nos parecía imposible que Onetti pudiera resultar víctima cruenta de la situación confusa y disparatada de su país. No obstante, el recuerdo de la trá gica desaparición de Zelmar Michelini, por una parte, y, por otra, el crítico esfado de la sa lud de Juan, afectado ya por los divertículos que han dado cuenta final de su vida, nos hizo adoptar, personal e institucionalmente, la decisión de intervenir de forma inmediata y directa en el asunto...

La incertidumbre, prolongada durante casi dos meses, creíamos que hacía justificable cualquier paso, valiéndonos de la autonomía del Instituto y, en cierto modo, al margen de la acción oficial en sentido estricto.

Y entonces, como en las ficciones de Onetti, empieza a mezclarse el recuerdo con el sueño y la aventura con la fantasía... Al tomar el avión de Iberia hacia Montevideo vía Buenos Aires, sin otro equipaje que un maletín de mano, confiaba y dudaba al mismo tiempo sobre la sensatez de la gestión, el riesgo del fracaso, la existencia misma de Onetti...

Personas e instituciones respondieron y a las 48 horas tomaba el avión de regreso con la certidumbre de haber hecho llegar a Juan Onetti, a través de las autoridades uruguayas, aparentemente competentes, el ejemplar del número de Cuadernos Hispanoamericanos a él dedicado y una invitación personal para intervenir en el acto de inauguración de un congreso sobre literatura barroca a celebrarse al mes siguiente en Alcalá de Henares. La carta de invitación aparecía firmada por el presidente del Instituto de Cultura Hispánica, Alfonso de Borbón. Las mismas autoridades recibieron la semana siguiente, esta vez por vía oficial, los pasajes de avión que conducirían definitivamente a España al matrimonio Onetti.

Juan Onetti no volvió a pisar nunca el suelo di su país. Asistió más desvelado y trémulo que nunca a las sesiones del famoso congreso sobre el barroco y emprendió una trabajosa e hipotética convalecencia de la que pudo salir, al parecer incólume...

Tras este regreso, sólo sospechado por pocos como posiblemente definitivo, Juan Onetti, con una gran elegancia, evitó durante largo tiempo hablar de su odisea personal en Montevideo. No hizo recriminaciones ni formuló quejas. Sólo expresaba su cariño y agradecimiento hacia quienes, más o menos directamente, habíamos intervenido en su rescate y que él -arbitraria y amistosamente- polarizaba en mi persona.

En aquellos meses de relativamente sosegada recuperación volvíamos invariablemente, en medio de libaciones y trasnoches, a Rubén Darío, a Neruda, a san Juan de la Cruz, al recuerdo de su estreno como conferenciante en España y sobre todo al indescriptible e inefable coloquio monosilábico con Juan Rulfo, encuentro, como decía Luis Rosales, de los dos más grandes, incomparables sordomudos de la historia literaria de nuestro siglo.

Es de esperar que pronto alguien -¿Juan Cruz, Antonio Muñoz Molina?- ofrezca la narración completa de los 20 años de vida española de Juan Onetti, la recuperación de su interés por la creación literaria y la ampliación del reconocimiento universal de su obra. En lo que a mí se refiere, el trato con Onetti, intenso y constante durante algunos periodos, entrecortado y subterráneo a lo largo de los últimos años, me ha regalado siempre alegrías y sorpresas.

Como ésta que a mi vez me permito brindar al lector, en la que Onetti, supuesto desalmado explorador de la degradación humana, se dirige al joven escritor, al aprendiz, con palabras que podrían estar firmadas por Xenius o por Juan de Mairena:

"Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos".

Juan Ignacio Tena es profesor residente de la Universidad de Puerto Rico.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_