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Reportaje:

Islam en Francia, ¿una operación de Estado?

40.000 musulmanes que viven en Francia mantienen posturas fundamentalistas

Enric González

El pasado viernes, en Lyón, se inauguró una mezquita con gran pompa política. Hubiera sido un hecho anodino, de no constituir el primer movimiento de una ambiciosa operación de Estado cuyo objetivo es favorecer la integración del islam dentro de la Francia oficial. Con focos de fanatismo religioso, con tensiones escolares por el uso de las prendas musulmanas y bajo la amenaza de una emigración masiva desde Argelia, la Administración francesa quiere acabar con la peligrosa marginación y radicalización de la comunidad musulmana. Para empezar, el Gobierno quiere más y mejores mezquitas. El objetivo es modelar "un islam de Francia", en palabras del ministro del Interior, Charles Pasqua, durante la inauguración de Lyón. Un islam moderado, afecto a las instituciones republicanas e integrado en la vida cotidiana del país.La población musulmana en Francia se estima en cuatro millones de personas. Pero eso equivale a decir que en España hay 40 millones de católicos. En realidad, son cuatro millones de personas procedentes de 120 países distintos, en los cuales la religión mayoritaria es la islámica. La mitad de ellos, o sea, unos dos millones, son ciudadanos franceses. Menos del 10%, unos, 400.000, practican la oración del viernes. Y en torno al 1%, unos 40.000, mantienen posiciones políticas y religiosas próximas al fundamentalismo. Son cálculos del Ministerio del Interior, en cuyos despachos se teme que esos 40.000 fundamentalistas sean pronto muchos más.Hay bastantes causas para el crecimiento del fundamentalismo. Sin empleo, sin posibilidades de prosperar y sin ideologías que permitan soñar en un mundo distinto, las religiones, y no sólo la islámica, constituyen una atractiva oferta de integración social y esperanza individual. "En lugar de trabajar, se reza", como afirma el profesor Gilles Keppel, especialista en fenómenos religiosos. También hay que contar con un sentimiento de repliegue en la religión por el hecho de que "los árabes se sienten los grandes despreciados de la modernidad occidental", en palabras de Edgard Pisani, presidente del Instituto del Mundo Árabe de París.

Marginación y desprecio tienen un reflejo claro en las mezquitas francesas: hay cerca de un millar, de las que más de 900 son simples garajes, fábricas abandonadas o callejones cubiertos, con una cabida media de 20 personas. Auténticas. catacumbas donde "ofician imames autoproclamados e incapaces de hablar francés, donde la manipulación es fácil y peligrosa", en palabras de una fuente del Ministerio del Interior a la revista L'Express. La solución por la que apuesta Pasqua es la que empezó a aplicarse el viernes en Lyón, al inaugurarse una mezquita que debió estar lista en 1985 y cuya construcción ha comportado una larga serie de protestas vecinales: más mezquitas, más grandes y de administración diáfana. La de Lyón, por ejemplo, puede albergar a 1.200 personas.Dinero del exterior

El Estado francés no puede financiar edificios religiosos porque lo prohibe la Constitución. Pero sí puede hacer gestiones para que países islámicos más o menos amigos, como Arabia Saudí, Marruecos o Pakistán, aporten el dinero, a cambio de algún favor político.

En el caso de Lyón, la familia real saudí aportó 20 millones de francos (unos 450 millones de pesetas), dos tercios del coste total.

La segunda vía de integración es la escolar. Pero, en ese terreno, la reciente circular del Ministerio de Educación sobre el uso de velos y coberturas por parte de las alumnas musulmanas ha revuelto unas aguas que nunca están del todo tranquilas. La circular del ministro François Bayrou recogía casi literalmente la sentencia emitida el 27 de noviembre de 1989 por el Consejo de Estado: eran tolerables los velos o pañuelos musulmanes, cruces cristianas y bonetes judíos, siempre que su uso no constituyera "un acto de presión o. provocación, de proselitismo o propaganda". Bayrou. dejó en manos de los directores de cada centro la decisión sobre qué era proselitismo o provocación, insistiendo, en que el espíritu de la educación republicana era igualitario y que, por tanto, había que impedir la "autornarginación" de los alumnos por la vía del vestido.

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