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Un rayo fulmina a un hombre que paseaba con su familia por el zoo

Ana Alfageme

Miguel Ángel Luna Luna, de 28 años, llevaba todo el verano queriendo ir al zoo. Lo comentaba en su trabajo. Ayer fue por fin con su crío de tres años y su esposa. Y le fulminó un mortal rayo junto al recinto de las ovejas churras. Eran las 16.30 y el bronco ruido de la descarga se oyó por todo el parque. Otro hombre, Jorge Cubillo Rodríguez, de 23 años, se desplomó a su lado, igual que tres de las ovejas del denominado Zoo Chico. Otro muchacho sufrió heridas leves.

La joven médica del parque oyó desde su despacho un trueno seco. Luego vino un silencio raro. Pensó que la iban a llamar. Y eso ocurrió. Dos hombres inconscientes yacían en el suelo. Tres animales tembién, un macho y dos hembras dentro de su recinto con barras azules. Olía a quemado. La doctora vio a dos hombres jóvenes con la piel azulada. No les encontró el pulso, así que alternó el masaje cardiaco con la respiración boca a boca. Consiguió que los corazones volvieran a latir y les oyó respirar levemente. Las ambulancias estaban de camino, la gente chillaba y ella se oía gritar:

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¡Apártense!". Y vio también cómo el personal del zoo se partía el alma por ayudarla.

El rayo sacudió los cuerpos sin tocar los árboles. Anoche los compañeros de trabajo de Miguel Ángel Luna Luna, de 28 años, desgranaban su dolor al lado del Instituto Anatómico Forense. Todos se conocen de la boutique del pan de Alcorcón donde el fallecido trabajaba cada día, desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía, amasando pan. Hoy, la tienda no abrirá. Su jefe decía, en la penumbra, que Miguel era un chaval de los que ya no quedan, noble, bueno, amante de las fiestas, un poco bromista...

Hacía pocos minutos que la madre, canosa y grande, se había apoyado sobre una jardinera en la puerta del Anatómico Forense en un continuo lamento: "¡Miguel Ángel, que ya no le tenemos, que ya no está mi Miguel Ángel!". Una hija le abrazaba en el llanto y el lamento que no cesaba y otra mujer le daba el brazo. El padre, también de pelo blanco, suspiraba él solo sobre un pañuelo que nunca desdobló.

Miguel Ángel, amante de los animales y radioaficionado, era el segundo de los cuatro hijos. de un empleado de limpieza del Ayuntamiento de Madrid, afincado en Móstoles.

"Nunca se tomó una cana con mi marido", decía la mujer de un pastelero de la tienda, siempre decía que tenía que ir a ver a su mujer y a su hijo". La esposa, María Jesús S., de 27 años, y el hijo, Miguel Ángel, de tres, estaban a esas horas en observación, en el mismo hospital adonde llegó cadáver el marido: el Clínico.

Coma profundo

Detrás de unas gafas gruesas y una sonrisa, el jefe de la guardia del hospital negó el acceso a la mujer y afirmó que madre e hijo debían pasar la noche en observación, por si el rayo les hubiese afectado de alguna manera. "El rayo es como una explosión y a ellos hay que estudiarlos para ver si sufren alguna lesión. Ella está sedada y debe descansar", dijo el médico.

A pocos metros del hospital Clínico, en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Fundación Jiménez Díaz, estaba ingresado Jorge C. R., de 23 años. Su situación, según la doctora del zoo, era estable ayer tarde. Fuentes del centro indicaron anoche que Jorge estaba en coma profundo con ayuda mecánica para respirar. Su pronóstico era considerado como muy grave y los médicos pensaban que su progresión dependía de la evolución de las lesiones neurológicas motivadas por la parada del corazón y la posterior arritmia maligna. Un tercer herido, Pablo M., de 19 años, fue atendido también en el hospital Clínico de quemaduras en la muñeca y dolor en una de las piernas.

Pero los dos hombres incoscientes, de piel azulada, fueron el caballo de batalla de la doctora del zoo. Pese a que volvieron a latir, sus corazones se movían de una manera descontrolada e ineficaz. A Jorge le aplicaron desfibriladores sobre el pecho cuando llegó la UVI móvil del 061. Después de unas siete sacudidas, se consiguió un pulso estable, según el relato de la médica. Durante su trabajo, María Jesús, la mujer del fallecido, sollozaba: "¡Sálvenle por favor, sálvenle!".

Las ambulancias -colaboraron Cruz Roja, las ambulancias municipales Samur y el servicio de urgencias del Insalud 061- salieron después con los heridos.

A buscar a papá

En el lugar del suceso, el rayo no dejó señales. El macho que había caído desplomado junto con las dos hembras churras que murieron, se levantó de repente. Los árboles del Zoo Chico, en uno de los extremos del parque zoológico, sobre una vaguada, no sufrieron daño.

Todo aparentaba estar en orden; el recinto octogonal con barras azules donde se exhiben las ovejas que estaban comiendo al ponerse el sol... la oscuridad cerniéndose sobre los visitantes que nada sabían del suceso y clausuraban una jornada festiva. Fuentes del zoológico manifestaron que todo el recinto está protegido por dos pararrayos. Además, el vecino parque de atracciones posee artefactos de mayor altura que las construcciones del zoo.

Ayer a la una del mediodía, María Jesús y el hijo acudieron a buscar al padre, el panadero delgado y moreno, a su trabajo en Alcorcón. Por fin irían al zoo. Era un hombre capaz de recoger perros vagabundos y de llorar por la muerte de uno de sus peces.

Probablemente fueron ellos quienes dejaron sobre el césped una bolsa azul y blanca, llena de ropa, bocadillos, servilletas... todo lo necesario para aderezar un día de asueto. Los empleados del parque zoológico mostraban la bolsa con su gesto más sombrío.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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