La peste
La peste, en la mitología, es hija de la noche y compañera del hambre. La transmite una pulga que encuentra igual de exquisitos los frutos sanguíneos de la rata y del hombre. Las ratas se la contagian entre sí por canibalismo; el hombre, a través de la respiración o de los besos. En la India, estos días, todos van con un pañuelo para evitar el aliento y los besos de los otros. La boca es una amenaza, como lo fueron en épocas remotas los puertos marítimos: la peste negra del siglo XIV entraba por los puertos y desde esas bocas se ramificaba a través de las arterias comerciales, creando focos pestilenciales en lugares muy alejados de donde se había iniciado el primero. Causó más de 25 millones de muertos.En las épocas de peste, los griegos tomaban un jorobado de cada una de las ciudades afectadas y lo arrojaban al mar para apaciguar el azote, ignoramos con qué resultados. Ahora, como no creemos en las virtudes inmolatorias de los jorobados, la peste se combate con tetraciclina, si la hay, y con los augurios del Fondo Monetario Internacional, que acaba de decretar el fin de la recesión, ignoramos con qué resultados. A algunos les cuesta asociar el comienzo de las vacas gordas con la epidemia de peste neumónica desatada en la India. No es fácil dar con el conducto que comunica una cosa con otra, pero en una economía globalizada, lógicamente, debería existir.
En el Diario del año de la peste, Daniel Defoe escribe: "Terrible fue la peste de Londres en el año 65; barrió 100.000 almas y sin embargo me dejó vivo". No aclara si fue peor por barrer 100.000 almas o por dejarle vivo a él. De la de la India tampoco sabemos si sobrecoge más a los que mata o a los que perdona. La peste es hija de la noche, compañera del hambre y, ahora también, quizá, sobrina del FMI.
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