El poder de la entereza
El Madrid acaba con sus penalidades europeas en un partido vibrante y dividido
El Madrid encontró en Lisboa lo que le ha faltado en sus últimas incursiones europeas, llenas de penalidades y frustración. Tuvo la entereza para sobreponerse a las dificultades de un partido dividido, de ida y vuelta, la clase de partidos ;que convierte el fútbol en un espectáculo incomparable. El Sporting tuvo juego, goles y oportunidades. Pero cada vez que la victoria se acercaba a su lado, el Madrid encontraba la manera de recuperarse y retomar la dirección del juego. Por esa vía, el Madrid ofreció la prueba de carácter que muchos le negaban.El combate fue extraordinariamente intenso, en la línea de las grandes noches europeas. No se regaló una pelota sin entregar el último gramo de esfuerzo. El vigor lo presidió todo, casi siempre por encima de la paciencia y del toque. Se percibía un exceso de adrenalina., Cada jugada parecía la última de la noche. Así que el partido tiró más para la épica que para la estética. Pero incluso en este aspecto, hubo momentos notables. Siempre cabía la posibilidad de una, invención de Laudrup, la aparición de Figo, la presencia majestuosa de Marco Aurelio o la habilidad de Amavisca, que se soltó el pelo en la primera parte.
En todo caso, fue uno de esos partidos para profesionales, para gente capaz de soportar la tensión de una noche difícil, marcada por las veleidades del marcador. La apertura de hostilidades fue inmediata. El Sporting cobró ventaja en el primer minuto. No había tiempo para las especulaciones. Desde ese momento el encuentro se jugó en el alambre, con los equipos prisioneros de la incertidumbre. El corte del encuentro siempre dio para pensar en un encuentro abierto. Y así sucedió.
El Sporting tuvo una salida explosiva. El gol le provocó además un efecto euforizante. La confusión de la jugada -un jaleo de rechaces solucionado por Sa Pinto- levantó dudas sobre el estado defensivo del Madrid. Las dos siguientes jugadas aumentaron la impresión de debilidad de la defensa. En la banda derecha, Figo sacaba beneficios de su velocidad y su talente. Tiene clase, aunque parece que se queda en el penúltimo escalón. Le falta el toque matador. Figo hizo daño y Juskowiak pudo hacerlo. Aprovechó una fractura defensiva para lanzarse con la pelota hacia la portería madridista. El gol estaba escrito, pero el polaco tuvo un detalle muy feo. Escogió el pelotazo, cuando la jugada ordenaba algo más sutil.
La avalancha se detuvo cuando el Madrid consiguió la pelota.
Esa fue la ecuación del partido. Cuando el Madrid enfriaba el juego y tocaba, la amenaza del Sporting se hacía más difusa. Si el Madrid abandonaba el balón, sufría un apretón inmediato. Esa pugna por el control de la pelota definió el encuentro. En los momentos de mayor agonía, el Madrid tuvo la entereza para sobre ponerse y encontrar la pelota. Lo hizo en la primera parte y le permitió conseguir el empate. Volvió a reponerse en la segunda y manejó el partido durante la media hora final, aunque nunca estuvo a salvo del noqueo. Era el signo de un partido que se reservó el veredicto de la eliminatoria hasta el último instante. Un partido de verdad.
La recuperación del Madrid en la primera parte tuvo un efecto instantáneo. Llegaron Laudrup y Martín Vázquez y comenzaron a tocar. Se animó Amavisca y entró en acción Zamorano. Fue el efecto dominó. Entre todos fabricaron el gol del empate, una jugada perfecta que inició Laudrup y terminó Laudrup. En medio un pase espectacular de Zamorano a Amavisca y el centro del extremo. Y como la jugada tenía un sello especial, Laudrup se dignó a marcar su primer gol como madridista. De cabeza. A veces el fútbol tiene esos guiños extraños.
El encuento se estabilizó después. Hierro tuvo dificultades para dirigir el juego y Laudrup comenzó sentirse ahogado por el marcaje de Peixe. Perdió numerosos pases y se incomodó con el partido. El Sporting había perdido algo de gas, pero tenía el perfil de los equipos estimables. Podía encontrar el gol en cualquier momento le llegó la hora en una jugada sencilla, mal interpretada por la defensa madridista. Océano, con el aire guerrero que le caracteriza, sorprendió a todos desde atrás y batió a Buyo. La noche se volvía incandescente.
La irrupción del Sporting de Lisboa en el segundo tiempo fue tremenda. De nuevo la presión desmesurada, el ritmo brutal. Fueron momentos gravísimos para el Madrid. Una jugada de Balakov por el callejón del diez pareció definitiva. Tenía el mano a mano con Buyo, que le ofreció el segundo palo. Balakov lo buscó, pero el portero agarró la pelota en una intervencióii inolvidable. De alguna manera fue el punto de inflexión del partido. El Madrid cogió aire y retomó el juego. Es decir, se hizo con la pelota.
El tercio final del encuentro fue del Madrid. Milla y Michel tuvieron mucho que ver en la reordenación del edificio, y volvieron a asomar Laudrup y Martín Vázquez. Sin embargo, hubo un héroe que ha pasado anónimo en el Madrid y en su carrera. La noche de Quique fue extraordinaría. Con la pelota y sin ella. Quique lideró de alguna manera la recuperación. Jugó y defendió con rigor en los momentos malos y en los buenos. Un futbolista monumental.
El fútbol viró a blanco de una forma que parecía irremediable. Tuvo el segundo gol en un remate de Laudrup, pero Lemajic se redimió de algunos errores anteriores. Sucedía que el encuentro estaba condenado a la emoción La superioridad del Madrid era incontestable, pero necesitaba apuntillar el encuentro. No lo consiguió y de paso permitió la crecida final del Sporting, que tuvo la eliminatoria en dos ocasiones memorables. Pero la decisión final fue favorable al Madrid, que vivió entre la angustia y la esperanza durante toda la noche. Es lo que ocurre cuando se enfrentan dos buenos equipos: hay tiempo para todos, pero sólo hay sitio para un ganador. Fue el Real Madrid.
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