La rebelión de los empresarios
Las elecciones que tienen lugar hoy en Suecia presentan un rasgo absoluta mente inédito en la historia política del país. Por primera vez, con excepción de la campaña contra los fondos de asalariados en los años ochenta, los máximos representantes del poder económico han salido al debate público para plantear a la clase política, en un tono entre admonitorio y amenazante, sus puntos de vista sobre la crisis actual y sus soluciones, que consideran identificadas con los intereses del país. El mensaje, explícito o implícito en dichos planteamientos, es simple y directo. Si no se contemplan determinadas aspiraciónes, los empresarios se verán obligados a trasladar sus inversiones y sus fábricas a países donde las exigencias medioambientales, impositivas y laborales sean más benévolas.Tales planteamientos, eféctuados, en los días previos a las elecciones, son considerados por algunos observadores, políticos como una intención de influir no sólo en los destinatarios directos del mensaje, los futuros gobernantes, sino también en el electorado. El destino personal de cientos de miles de ciudadanos suecos puede depender de una solución adoptada por una pequeña élite de empresarios en la intimidad de sus despachos.
Tradicionalmente, la clase capitalista ha tenido en Suecia excelentes relaciones con el poder político, ejercido casi siempre por los socialdemócratas, y con las organizaciones de trabajadores. Sobre la colaboración, de esos tres pilares se construyó el famoso modelo sueco que ahora está siendo desmantelado. Los acuerdos de 1938 entre la Asociación de Empresarios Suecos, (SAF) y la Confederación General de Trabajadores (LO) garantizaron una coexistencia pacífica en el mercado laboral durante casi medio siglo. Pero además, mucho más que eso, un estilo de convivencia que impregnó a la sociedad entera y que prefirió el diálogo al enfrentamiento y la persuasión a la represión. Un consenso socioeconómico que tuvo su correlación política en el desarrollo de una democracia asumida por todos, desde el primer ministro hasta el más humilde trabajador.
La quiebra de ese consenso, que ya a comienzos de los años ochenta había mostrado síntomas de agotamiento, se ha consumado en los últimos años de neoliberalismo, y esta rebelión de los empresarios, que también se ha venido gestando desde épocas recientes, se manifiesta ahora abiertamente.
En Suecia hay acuerdo sobre la existencia de una crisis que no es coyuntural y que se expresa en tres grandes factores el alto nive1de paro, el déficit fiscal y la deuda del Estado. Donde difieren las interpretaciones es en el origen y en las soluciones para salir de ella. No es extraño entonces que la economía haya sido el eje en tomo al cual giró lo esencial de la campaña electoral. La formulación de un programa económico y de previsiones de ahorro ocupó un lugar destacado en el discurso electoral de todos los partidos. Éstos se abstuvieron esta vez de formular promesas fáciles y más bien prometieron, si no sangre, al menos lágrimas y sudor.
El primer y más espectacular indicio de la rebelión de los directores se tuvo a comienzos de julio, cuando el jefe de Skandia, la mayor empresa de seguros del país, ordenó boicotearla compra de obligaciones del Estado. "Skandia no comprará un papel más del Estado sueco hasta que los políticos, demuestren de una forma convincente que comienzan a tomar en serio la gravedad de la deuda del Estado". Las palabras del director se tradujeron en una sacudida del mercado y en la subida de los tipos de interés.
Cuando el Partido Socialdemócrata, al que dos semanas atrás los sondeos de opinión le adjudicaban una intención de voto superior al 50%, presentó su paquete de ahorro para su casi seguro periodo de gobierno, las fuerzas del mercado en general reaccionaron positivamente. Los tipos bajaron y la corona se recuperé algo. Hubo, sin embargo, algunas, voces discrepantes y entre ellas nada menos que la de Peter Wallenberg, uno de los "dueños de Suecia" y director del imperio industrial y financiero que lleva su nombre. Rompiendo una tradición familiar de mover los hilos desde la sombra sin hacer ostentación de poder, Wallenberg irrumpió en el debate público que lleva su firma en el diario más influyente del país, Dagens Nyheter. En él sostuvo, en síntesis, que los planes de ahorro presentados por los diferentes partidos no. son suficientes para estabilizar la deuda del Estado y el déficit fiscal.
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