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Las dos mujeres asesinadas en Barcelona murieron apaleadas a sangre fría el sábado por la mañana

Milagros Pérez Oliva

Eumelia Beceiro Fernández, de 68 años, murió de un golpe seco en la nuca entre las diez y las doce de la mañana del sábado. Su amiga, María Antonla Sala Par, hija del conde de Egara, falleció apenas 20 minutos después, también a golpes. Un palo, un hacha y un cuchillo fue el arsenal asesino. El relato que David Rubio Uceda, de 18 años, y Jonathan P., de 15, hicieron del asesinato de Eumelia Beceiro, en cuya casa se encontraban acogidos temporalmente, y de su amiga María Antonia sobrecogió a los guardias. Lo explicaron con enorme frialdad: mientras uno de ellos entretenía a Eumelia, el otro le propinaba un golpe con un hacha por detrás. Cayó fulminada, sin tiempo de emitir siquiera una queja.

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Eumelia yacía en el suelo. Todo había sido muy rápido. Apenas un flash en un porche oculto, una mañana de tórrido verano, cuando ni las lagartijas se mueven por el calor. Su amiga se encontraba en el piso superior, y no se había dado cuenta de nada. Los chicos subieron sigilosamente y cuando más desprevenida estaba, se abalanzaron sobre ella. La golpearon repetidamente en la cabeza. Y también utilizaron el hacha y el cuchillo. Cayó al suelo y la dieron por muerta, pero al poco, cuando los jóvenes ya estaban en el trasiego de borrar la inmundicia del crimen, observaron que María Antonia Sala se removía ligeramente. La remataron con un palo. Ya sólo quedaban los perros, testigos mudos del horror. El pequeño pequinés de Eumelia y un perro pastor que había traído María Antonia. Ha aparecido el pequinés, degollado y enterrado, pero no el pastor. Los chicos lavaron el hacha y el cuchillo, se quitaron las ropas ensangrentadas y las guardaron en una bolsa de plástico. Y se adueñaron de la casa a la que David había llegado un día por su amistad con Edgar, el nieto de Eumelia Beceiro, que desde hacia una semana se encontraba con su padre de vacaciones en Torredembarra.Búsqueda angustiosa

Todo se había precipitado después de las diez de la mañana. "Llamé a mi madre pronto, creo que sobre las once, para pedirle ayuda. Yo estaba muy apurada: acababan de ingresar a mi marido en el hospital, con una crisis cardiaca y no sabía con quién dejar a mis h¡jos", explica María José Campos Beceiro. "Me dijo que no me preocupara, que bajaría inmediatamente. Convinimos que pasaría por su casa y que vendría a la mía a las cuatro, para quedarse con los niños. Pero pasaron las cuatro, y las cinco y las seis, y ella no venía, y tampoco contestaba en casa". Su marido en la UVI y la madre que no llegaba. Entonces llamó a la urbanización. Nadie contestó. Supuso que se habría ido por la mañana. Llamó a Tráfico, por si había tenido un accidente. A la Policía. Nada.

María José Campos es la madre de Edgar, pero ella formó hace tiempo una nueva familia y el chico, de 15 años, ha vivido siempre con la abuela. Pasaban muchas temporadas en la urbanización. Edgar había sido quien había llevado a David a casa, dos meses antes. María José no sabe bien de qué conocía Edgar a David, un mocetón tres años mayor que él, niño maltratado en una familia hecha jirones, con antecedentes por pirómano y recién salido de un centro de menores al llegar a la mayoría de edad.

La abuela lo acogió porque se lo pidió Edgar, como antes había acogido, siempre por poco tiempo, a otros amigos del nieto. No es que Eumelia Beceiro se dedicara a recoger niños problemáticos. "Simplemente tenía buen corazón", aclara su hija.

"Le advertí que aquel chico no me gustaba. Ella tampoco estaba muy convencida. Lo estuvimos hablando unos días antes, y me dijo que iba a decirle que se fuera. De hecho, iba a hacerlo el fin de semana", explica María José Campos. Por eso se quedó tan extrañada cuando el domingo por la mañana, ya desesperada, llamó una vez más a la urbanización, por si acaso, y le contestó David. "Tuve un mal presentimiento, porque yo creía que ya no estaría allí. Me dijo que mi madre se había ido la tarde anterior".

Pasaba el tiempo y la madre no aparecía. En la policía le decían que era pronto para dar por desaparecida a una persona. Entonces buscó a la hija de María Antonia Sala. Por fin, ya de madrugada, llamaron a la Guardia Civil de Llinars del Vallés. "¿Pueden acercarse? Temo que les haya ocurrido algo", les dijo. La descripción telefónica no permitía dar con la casa en una urbanización que ni siquiera tiene nombres en las calles. "Lo mejor es que vengan ustedes y nosotros les acompañaremos", les aconsejó el jefe del puesto. Fueron las hijas de Eumelia y María Antonia, además del marido y un yerno de ésta. Llegaron a la casa a las cuatro de la madrugada. Salieron los dos chicos. Estaban viendo la televisión. "Me sobrecogí cuando vi al otro". Ella no sabía nada de Jonatan, el hermanastro de David, acogido en un centro de protección de menores, que había acudido a la urbanización el viernes anterior. "Cuando vi los bolsos en el armario supe que algo horrible les había ocurrido", recuerda María José. Lo que siguió después fue ya una vorágine: mientras un guardia interrogaba a los jóvenes, otro encontraba en el jardín los cuerpos. David y Jonatan explicaron los hechos sin pestañear. Eumelia le había dicho a David que tenían que dejar la casa. Pero él no quería marcharse. Le gustaba el lugar y se había hecho un ambiente. Y decidió quedarse, simplemente. Tras el asesinato comprendió que no podría permanecer allí. Y planeó, de acuerdo con su hermanastro, estar una semana más, sin levantar sospechas. Cuando Jonatan terminara el permiso, volvería al centro de menores. David se esfumaría discretamente. Edgar volvió a Vallserena el martes. Alto, pelo rapado con mechón rubio y atuendo deportivo, Edgar fue el centro de todas las miradas cuando ayer acudió con su madre y sus tíos al funeral en Sant Pere de Vilamajor.

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