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La violencia adolescente hacia los padres ha aumentado en los dos últimos años

Los agresores suelen ser varones que atacan a su madre

El caso del joven de Alicante C. J., de 15 años, que el 1 de agosto mató a tiros a sus padres en Benijófar (Alicante), es una excepción por su trágico desenlace pero se enmarca en el aumento detectado en los últimos dos años, de la violencia doméstica por parte de los menores. El perfil del agresor, que al igual que C. J. suele actuar por una causa nimia, es un chico -sólo uno de cada diez, son chicas-, de entre 12 y 16 años que ataca a su madre. Los psicólogos indagan las causas en esta sociedad permisiva que educa a los niños inculcando muchos derechos y pocos deberes.

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Un historial conflictivo

Según Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de Menores del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, un 10% de los 2.400 casos que cada año pasan por sus manos son casos de agresiones a los padres. Y eso que, según calcula Urra, las denuncias son escasísimas".La característica que comparten los chavales que atiende Urra es lo que él llama "un alto nivel de dureza ernocional". Después, Urra los separa en tres grupos: los casos patológicos, en los que se crea una relación de amor-odio; los casos de adolescentes a caballo entre el nihilismo y el hedonismo, que no se ponen en el lugar del otro y atacan a sus padres por los más ridículos de los motivos; y los que han vivido algún tipo de violencia física en casa.

Agresiones continuadas

Quizás, lo más impresionante es que una vez que se han producido las agresiones, estos estallidos de violencia tienden a repetirse hasta convertirse en una costumbre. El caso de C. J. , que confesó haber matado a tiros a sus padres, es muy similar al que por las mismas fechas ocurrió en Italia, donde un joven mandó a sus padres al hospital tras liarse a martillazos con ellos porque le levantaron de la cama para que comprase el periódico.

Javier Urra relata algunos de los últimos casos que han llegado a su despacho y que, afortunadamente, no acabaron en parricidio. En casi todos, el móvil es el dinero. "Hay miedo, y los chavales se crecen", afirma. Así, se dan casos como el de M . "Golpeaba frecuentemente a su madre para conseguir que le diese más dinero para el fin de semana. Una vez, incluso, se lió a patadas con ella porque estaba hablando por teléfono y él también quería usarlo", relata Urra. "La seguía a patadas incluso aunque ella se escondiese debajo de la carna", añade. El estudio psicológico demostró que el chaval ya había sido testigo en casa de precedentes de violencia que no fueron denunciados.

Otra de las características que define estas agresiones es que, en su mayoría, no son denunciadas y en casi ningún caso es el familiar quien lo hace. Las denuncias provienen casi siempre de algún vecino o algún hospital. Además, los adolescentes, si son enviados a algún centro, también ocultan su historia y la cambian por otra en la que aparecen como pandilleros o atracadores.

María Jesús Mardomingo, vicepresidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Infanto-juvenil, también ha detectado en su consulta el incremento de estos casos de violencia. Mardomingo ve un trasfondo social en este problema. "La sociedad se ha vuelto más permisiva con los violentos e impera la idea de que todo el mundo tiene derechos pero nadie tiene deberes". Esta psiquiatra opina que para que se produzcan estas situaciones, antes ha de existir un auténtico "caos en el medio familiar".

Según explica Mardomingo, los chavales que cometen estas agresiones se caracterizan por su oposición, su rebeldía y su agresividad. También los define, según ella, "su falta de sensibilidad y de autocrítica". Otro dato importante es que las agresiones rara vez van más allá de los golpes. Son frecuentes las amenazas con un cuchillo, pero casi nunca llegan a materializarse.

Javier Urra analiza las claves que pueden estar produciendo este aumento de la violencia. A su juicio, el miedo a castigar, el consentir a los niños absolutamente todo, puede llevar al fracaso. "A veces", afirma, "hay que saber decir no". "Actitudes como la del niño que tira el bocadillo a la salida del colegio para que su madre le compre un bollo con cromos pueden conducir, si se le sigue permitiendo todo, a crear en el niño un despotismo que a la larga puede ser peligroso", concluye Urra. Y, no hay que olvidarlo, los yogurines -adolescentes- de hoy en día miden con facilidad un metro ochenta y suelen pesar bastante más que sus padres.

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