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En el mismo lugar

La polémica en torno a la intervención en la plaza de Oriente, a veces apasionada, es el aspecto positivo, la cara amable de una actuación infortunada que, en un mes de nuestros bochornos, julio, ha abocado en la apresurada adjudicación de unas obras que se prometen asimismo aceleradas. Se da así carpetazo a un debate vivo, juzgando en unas horas las posibles virtudes o defectos de los proyectos presentados al concurso y eligiendo a toda prisa el equipo responsable de perpetrar el desaguisado.Entre las razones que se han esgrimido en apoyo del proyecto del PP: necesidad de eliminar los autocares turísticos, creación de aparcamientos... Se ha manejado una, muy querida a los arquitectos que apoyan el proyecto, que es la mejora formal del entorno del Palacio derivada del enterramiento de Bailén y de la formación de un espacio peatonal en la fachada oriental del Palacio, como elemento de transición hacia una simulación de jardín versallesco con que se desea encandilar al personal. A uno se le ocurre que los argumentos vinculados al tráfico rodado pueden entenderse como propios de nuestro casi extinto siglo, pero que el discurso sobre la mejor solución para el entorno palaciego no es cosa de hoy, sino que tiene que venir de antiguo. Así es, según dicen los expertos. A lo largo de casi tres siglos los arquitectos reales primero, y los técnicos municipales más tarde, han producido proyectos, algunos muy notables, sobre cómo concluir el entorno del Palacio Real, del que la plaza de Oriente forma parte tardía. Curiosamente, los intentos de destrucción de la plaza no son una novedad, como nos descubrió a los profanos don Pedro Navascués en un excelente artículo. No sólo no son nuevos, sino que más parece una historia de familia, dado que los sucesivos Orioles están intentando arramblar con la plaza desde 1921.

Para todo aquel que aborde la lectura de la intervención en la plaza de Oriente con una mínima imparcialidad resulta patente que la intervención no está justificada ni por razones de tráfico, ni de transporte, ni de integración del Palacio en la ciudad. Si algo caracteriza a la intervención en la plaza es, precisamente, la dificultad de encontrar para ella una razón fundada. Un motivo pudiera ser esa pasión por la perforación y el asfalto, digna heredera de la demostrada por los ediles de los años setenta, que es característica del actual gobierno. Otro pudiera radicar en la terquedad demostrada no sólo por el arquitecto padre del proyecto, sino por un prestigioso matutino. El apasionamiento, el predominio del universo emocional sobre el raciocinio, son una característica de la ópera italiana, y la irreparable decisión del futuro de la plaza se ha adoptado como si de una representación se tratara. Un destino infausto acompaña a la plaza, nuestra bella heroína, defendida por una multitud que nada puede contra la fuerza del destino: drama, desenlace, muerte de la protagonista.

Hoy, cuando parece dicha la última palabra y desgraciadamente saldado el futuro de la plaza, creo oportuno comentar dos temas que, en mi opinión, han sido relevantes a lo largo del proceso, y que constituyen características destacadas de la intervención, junto con su vacuidad y carencia de sensibilidad. La primera es la incapacidad del ciudadano para influir en la: toma de decisiones de un proyecto que nos afecta a todos, a los actuales ciudadanos madrileños y a nuestro legado a generaciones futuras. Si dos años de debate en los medios de comunicación, si la opinión en contra de los responsables del Patrimonio Nacional, el resultado de consultas populares sobre el tema y el humilde traba o de los grupos de la oposición no son razón suficiente para alterar una decisión de la mayoría municipal, ¿a qué se reduce la participación ciudadana? ¿Qué le queda al ciudadano, sino la impotencia ante el modo en que se adoptan las decisiones públicas?

El segundo aspecto que creo oportuno comentar es el concurso de adjudicación de proyecto y obra, que nace lastrado desde su propia concepción. Difícilmente puede hablarse de concurso de proyecto en un sentido estricto, cuando los proyectistas deben atenerse a las pautas establecidas en el anteproyecto del señor Oriol. A pesar de las limitaciones a la libertad del proyecto impuestas, la mayor parte de las propuestas presentadas apuesta por intervenciones menos duras que la opción municipal, lo que dice bastante sobre las características de la misma. Si realmente es precisa alguna intervención, a un espacio singular debiera corresponder un concurso distinto, un concurso de ideas o de proyecto que no nazca mediatizado por opciones técnicas previas. Y, en todo caso, decídase sin premuras de tiempo y con luz y taquígrafos. No existen razones de urgencia que obliguen a decidir en un momento lo que no se ha resuelto en más de doscientos años. Salvo que la presencia de una frase en un programa electoral, o el deseo de o medir su poder de algún medio de comunicación, tengan más peso que los intereses de la ciudad.

En 1929, Cavafis escribió un poema que tituló En el mismo lugar, y que habla del espíritu del lugar, algo que preocupa hoy a urbanistas y psicólogos urbanos. Dice así: "Aledaños de la casa, del centro, del barrio / que llevo viendo y por donde, años y años, me paseo. / Os he creado en la alegría y en los pesares: / con tantas circunstancias, con tantas cosas. / Y en pura sensación completa para mí os habéis transformado".

La plaza de Oriente es una sensación compartida por los habitantes de esta ciudad, a la que la historia no ha dotado generosamente de espacios públicos: tratémosla con el respeto que se merece. Abandonar la estética del neorrealismo no implica necesariamente convertir la plaza en un decorado para Blade Runner II.

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Juan Barranco Gallardo es portavoz del grupo municipal socialista en el Ayuntamiento de Madrid.

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