Guijuelo
-¿Guijuelo? ¿Supongo?Tras la barra, el mocetón ha detenido el gesto de erosionar más que limpiar una copa y sus manos se adosan al frágil cristal como si le ayudaran a no caer al suelo.
-¿Madaleno?
-No. Pepe Carvalho. Detective privado.
-Date el piro, joputa, si no quieres irte de vareta.
¿Irse de vareta? Carvalho trató de recordar el argot carcelario y no le salía esta expresión.
-¿Podría ser amable y aclararme qué quiere decir irse de vareta?
- Cagarse encima. Diarrea, julai...
Un bar de tapas especializado en mollejas, riñones, asaduras, sesos, teta de vaca, cojones de toro, sangre frita, pies de cerdo, de cordero, casquería variada, en olor común a ajo y a igual condimento olía el diploma avalador del dueño del establecimiento donde figuraba una fotografía de Guijuelo velada por la contaminación atmosférica tan elevada en los entornos de la Puerta del Sol.
-Le convendría hablar conmigo.
-Consuma y ya veremos.
-Póngame una razón de intestino de cordero.
-Usted sabe lo que es bueno. Flipe a gusto.
-Y una botella de Ribera del Duero.
-¿Entera?
-Entera, sargento.
Casi se le cuadró Guijuelo. La animosidad inicial fue sustituida por disciplina de barman, y, a medida que Carvalho le iba hablan do desde sucesivos rangos de capitán, comandante, teniente coronel, coronel y general de taberna, Guijuelo fue amansándose. Terminaron sentados a la misma mesa, abiertos los corazones ibéricos, esta vez sin ajo y asombrado Guijuelo de la capacidad de penetración de su interlocutor, un hombre que sabía comer, beber y mandar.
-Sargento, usted debía estar hasta los mismísimos... de que los peores trabajos recayeran en usted. Presiento que le destinaron a infiltrarse en el hampa menor, la de los camellos sin importancia y drogatas terminales.
-Muy cierto.
-Eso explica su argot. ¿Alguna vez han hablado en argot los chorizos más importantes del Estado?
-Es como si conociera mi vida. Yo era un guardia civil por vocación, hijo de cuartel como mi padre y mi abuelo. Roldán se cruzó en mi vida y me dio para poner este bar, pero mis compañeros me amargaron, para empezar, con el apodo.
-Guijuelo, un excelente pueblo chacinero de cerdo ibérico pata negra, pero que injustamente no tiene la reputación de otras denominaciones.
-Se mofaban de mí. De hecho, nunca me consideraron un pata negra legal. Tampoco mi trabajo era tan rentable como el de ellos, porque el director general siempre me tuvo en el subsuelo, como decía Dostoievski.
Se miraron intensamente. Ambos sabían quién era Dostoievski.
-Tuve un ligue con una possoviética en una misión que realicé en Estambul y me explicó quién era Dostoievski.
-Precisamente, desde su condición de pata negra infravalorado, usted tuvo que enterarse de muchas cosas. Los chulos tienen tendencia a menospreciar el oído que les es ducha.
-Cuánta razón tiene. Yo conozco todos los tráficos que estaban en marcha. Se ha hablado demasido del uso de fondos reservados y de las comisiones por construcciones de cuarteles, incluso del dinero distraído para los huérfanos de la Guardia Civil, pero las verdaderas fortunas que propició Roldán también venían de tráfico de armas, de idas y venidas impunes de los traficantes de droga y...
-Fortunas que propició Roldán... Sargento. Ha hablado usted de fortunas, no de la fortuna de Roldán.
Guijuelo miró a derecha e izquierda y se disponía a hablar cuando de una mesa cercana, se levantó una pareja y se acercaron sonrientes. Ella era rubita y poca cosa. Sonreía. Poco. El era cejijunto y contrariado de nacimiento. Pero fue ella la qué sacó la pistola del bolso y dejó el pecho de Guijuelo lleno de rojas flores de sanare.
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