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Las familias basura

La 2 recupera la corrosiva serie 'Matrimonio con hijos' para su horario estelar

El rostro de la familia de la telecomedia norteamericana, excepciones aparte, ha sido generalmente el de una familia idealizada: unida, ejemplar, acomodada. Pero la familia real de un país en el que ya sólo una cuarta parte de los hogares están formados por lo que se entiende por familia nuclear tradicional, y en el que existe una clase media empobrecida y descontenta tiene poco que ver con el mito y su recreación californiana (lugar de rodaje del 90% de las telecomedias). Más próxima a la realidad está Matrimonio con hijos.

Los Bundy son unos crápulas e impresentables, porque, a duras penas, logran mantener la cabeza fuera del agua, y no a la inversa, lo que supone un buen petardo en el hogar dulce hogar de la mayoría de las integradas comedias habidas y por haber. Él, Al Bundy (Ed O'Neill), es un imbécil sexista maloliente, probablemente el ser más despreciable que ha pasado por la telecomedia; su consorte, Peg (Katey Sagal), no tiene nada en la cabeza excepto un inverosímil cardado, y en cuanto a los hijos, la mayor, Kelly (Christina Applegate), es un putón verbenero con cociente bajo mínimos, y su hermanito, Bud (David Faustino) tiene las hormonas tan a punto como el insulto.

Ningún personaje positivo, pues, al que agarrarse, que no repugne en esta celebración de la vulgaridad y la grosería.

El perfecto antídoto para la sacarina a discreción y el mensaje obligatorio que lastra incluso algunas de las mejores Comedias y que evidentemente estaba cansando a una buena porción de la audiencia norteamericana, porque sólo así se entiende qué Matrimonio con hijos, la familia más borde la televisión, disfruté desde 1987 (nueve temporadas en antena, con la presente, en la Fox, cadena para la que se ha convertido, como más tarde Los Simpson, en su buque insignia) de millones de fieles.

Relegada durante un tiempo a la madrugada de la primera cadena, La 2 la ha recuperado ahora, de lunes a viernes, -cuando no hay fútbol, como hoy- a las. M.30.

Es justo hablar de fieles en este caso, particularmente entre los espectadores que se sienten más identificados con los Bundy que con cualquier otra familia que haya pisado jamás un plató televisivo.

La audiencia en el estudio ruge literalmente cada vez que ve que el desgraciado Al (son hombres entre 18 y 35 años los que componen la mayoría de su audiencia) da por perdida la refriega familiar y se va escaleras arriba con su revista de deportes bajo el brazo, para encerrarse en el baño.

Y cualquier momento es bueno para jalear con gritos muy bundianos (molestos, hay que decirlo, para el que ve la serie desde el sofá de casa) a su familia basura.

. Es un curioso entusiasmo el que tiene la audiencia de Matrimonio con hijos. Una audiencia que agradece que le ahorren sermones sobre la unidad familiar y la mutua comprensión (la serie, cuentan sus creadores Michael G. Moye y Ron Leavitt, fue vendida con la premisa de que "nadie iba a aprender nada viéndola", cuando en su hogar se encuentra, pongamos por caso, metido hasta el cuello en una batalla campal por el control del telecomando; cuando lo único que quiere al llegar a su casa es pasar un buen rato.

El imbécil de Bundy

Hay quien tacha Matrimonio... de antisocial y antifamiliar, y por eso, perjudicial. Pero, ¿quién va a querer parecerse al imbécil de Al Bundy y familia, más pobres que ratas, sin más horizonte que la pizza de los domingos, explotados dentro y fuera del hogar?

La catadura estético-moral de la familia protagonista no es la única diferencia con otras comedias. En ésta no hay más argumento que los Bundy y la aireación de sus frustraciones, o sea, gritos, insultos, mutua explotación... De ahí, la obviedad de esos diálogos y el trazo grueso, inspirado directamente en el cartoon, casi expresionista, para que la historia, los Bundy, nos entre más por la vista que por los oídos.

Son comentarios y salidas estúpidas, a la altura de la natural idiotez de sus protagonistas. Basura, pura basura.

Cero en conducta, premio en taquilla

Las familias nortearnericanas se ríen con la insolencia de Bart Simpson, con la rotunda Roseanne y los crápulas Bundy, pero preferirían tener una familia como la de los Walton. A tal conclusión llegó un sondeo publicado durante las pasadas elecciones, cuando George Bush pedía el retorno a los "viejos valores familiares" y decía aquello de "vamos a reforzar la familia americana para que se parezca más a los Walton que a los Simpson". La imagen de las familias menos votadas, pero con m as seguidores, se correspondía con la imagen de una Norteamérica en crisis: el retrato de esa clase trabajadora o media empobrecida, que a duras penas llega a pagar sus impuestos y cuya instrucción o no llegó, o llegó mal, Sea como fuere, lo cierto es que las familias malas tienen tanto o más éxito que las buenas, y en la actualidad están tan integradas en la vida americana como éstas. Y si no, que se lo pregunten al mocoso amarillo, esa mala influencia que ha entrado hasta en Kuwait (se emite en más de 80 países) y hasta tiene un doble en Japón, Chibi Maruko-chan.

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