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¿Un paso adelante o mil pasos atrás?

Hace algunas semanas, Manolo Vázquez Montalbán se preguntaba desde estas mismas páginas qué tenían que decir personas como yo -o sea, personas abiertamente críticas con el nacionalismo- ante los acuerdos parlamentarios entre el PSOE y Convergència i Unió. Han pasado los días, y creo que una buena parte de la respuesta ya es evidente, porque Julio Anguita ha dejado las cosas claras para todos. No me refiero sólo al acuerdo entre el PP e Izquierda Unida en Andalucía, que, según Julio Anguita, es un ejemplo de política de, izquierdas, ni tampoco al enrevesado intento del propio Anguita de convertir el episodio en categoría política, ligándolo a una teoría sobre las clases sociales en España, con sus burguesías nacionales malas y buenas y sus proletarios engañados, sus cúpulas políticas deshonestas y traidoras y sus bases honestas y unitarias. Me refiero, sobre todo, a la forma de entender la actual situación política española por parte de Julio Anguita y sus seguidores, cuando dicen que ha llegado el momento de que IU desplace al PSOE como fuerza principal de la izquierda e intentan conseguirlo por todos los medios. Mi respuesta ante este planteamiento es de rechazo total, y dado que en este asunto no caben, a mi entender, neutralismos ni indiferencias, es fácil saber cuál va a ser el resto de la respuesta.El problema consiste en saber cómo se ha situado cada fuerza política ante el hecho de que, en las elecciones generales de junio del año pasado, el PSOE, aun ganando de manera espectacular, perdiese la mayoría absoluta y tuviese que buscar apoyos parlamentarios entre las demás fuerzas. La existencia de mayorías relativas y la consiguiente necesidad de pactos entre fuerzas políticas diversas debería ser más bien la norma, y no la excepción. Que en España se haya gobernado prácticamente con mayoría absoluta desde que se inició la democracia, en 1977, hasta las elecciones del año pasado -pues, aunque la UCD no tuvo nunca mayoría absoluta, en los primeros años funcionó una cultura del pacto democrático que le dio a los Gobiernos de Suárez un amplio apoyo en las cuestiones fundamentales del momento- no es en sí mismo un signo de buena salud democrática, sino que se explica por las tremendas circunstancias de nuestra historia política reciente, y muy especialmente por la dificultad de crear en poco tiempo un buen sistema de fuerzas políticas después de tantos años. de dictadura.

Por eso tenemos varios problemas no resueltos en este importante terreno. El primero es que no tenemos una cultura sólida de las mayorías relativas y de los pactos para formar Gobierno o mayorías parlamentarias entre fuerzas diferentes sin que éstas pierdan sus raíces y sus identidades propias o sean acusadas de perderlas por el hecho de pactar. El segundo es que nuestro sistema de partidos es débil en su conjunto y no existen fuerzas con presencia. más o menos homogénea en toda España capaces de pactar de manera estable. Y el tercero, que es una consecuencia de todo lo anterior,. es que todos siguen pensando en términos de mayorías absolutas, y las discusiones políticas sobre pactos se convierten en discusiones ideológicas esencialistas, en las, que llueven las acusaciones de fidelidad o infidelidad a. las identidades y a veces se cuestionan hasta los fundamentos mismos del sistema. Esto es lo que empezó a manifestarse de manera preocupante tras las elecciones generales de -1989, cuando la mayoría absoluta del partido socialista fue ajustadísima, y se ha acentuado de manera espectacular en el último año y tras las recientes elecciones europeas y las autonómicas de Andalucía.

Que unos acuerdos parlamentarios entre el PSOE y Convergencia i Unió den lugar, por ejemplo, a una furiosa querella política sobre el serio no ser de España, sobre la bondad o la maldad de los catalanes y sobre la traición de los socialistas a los ideales de la izquierda es incomprensible desde la lógica de una cultura democrática del pacto. Pero esto es lo que hay, nos guste o no, y ante los dislates que se oyen o leen, la única actitud sensata es preguntarse si los acuerdos de mayoría son necesarios o no y, en caso afirmativo, cuáles son posibles y cuales no.Pues bien, en mi opinión, los únicos acuerdos posibles son los actuales entre el PSOE y CIU. Y digo esto a sabiendas de que estos acuerdos tienen forzosamente aspectos y contenidos muy contradictorios, claros y oscuros. No es fácil desarrollar una política de gobierno para toda España con el apoyo parlamentario, de un grupo como CiU, que sólo representa una parte del territorio, que en Cataluña mantiene un duro enfrentamiento con los propios socialistas y que con sus planteamientos nacionalistas ha levantado muchas ampollas dentro y fuera de Cataluña. Tampoco es fácil para una coalición como CiU hacer entender a sus huestes la conveniencia de ponerse de acuerdo con una fuerza, el socialismo, que ha sido presentada siempre como la encarnación del gran enemigo exterior de Cataluña. Pero, junto a estas contradicciones, ambas fuerzas políticas han sido capaces de asumir las responsabilidades necesarias para asegurar la estabilidad política y económica en un momento dificil, y esto también modifica cosas y planteamientos que parecían intangibles. Convergencia i Unió, por ejemplo, ha entrado, sin decirlo, en la lógica propugnada por los socialistas catalanes, según la cual el auténtico papel de Cataluña no es marginarse del resto de España, sino impulsar y encabezar su desarrollo global. Naturalmente, el futuro no está escrito y las cosas pueden variar, pero ésta es la realidad actual.

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Por todo lo dicho, es lógico que un acuerdo de estas características se pueda prestar a equívocos. Para unos, puede parecer que es una alianza impía entre la izquierda y la derecha. Para otros, que el PSOE se ha convertido en rehén de los nacionalistas catalanes. Seguramente ha hecho y hace falta una mayor explicación y no caer, por parte socialista, en la ingenuidad de dejar que sea Jordi Pujol el que saque la tajada principal de la comunicación barriendo descaradamente para su propia casa y haciendo pasar por conquistas suyas lo que son planteamientos y propuestas del Gobierno y del partido socialista. Hay que decir sin tapujos que el presupuesto de 1994 es el que presentó el PSOE, y no el de CiU; que lo mismo ocurrirá con el de 1995; que las grandes líneas de la política parlamentaria las traza el PSOE, y no CiU, y que los acuerdos parlamentarios no son generales, y son muchas las votaciones en el

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Congreso y en el Senado que el PSOE gana con el apoyo de otros grupos o que pierde cuando CiU vota con IU y el PP.

Las limitaciones y contradicciones -que sin duda se van a acentuar en las próximas elecciones municipales en Cataluña- no son incompatibles con acuerdos para conseguir el gran objetivo de la estabilidad política en un momento de dificulta des y de incertidumbres económicas y sociales en España y en el mundo. Y no hay ninguna alternativa que ofrezca mejores o parecidas perspectivas ni existe ninguna otra fuerza política que pueda conseguir otras mayorías parlamentarias más sólidas o más coherente!. És evidente que el PP no puede conseguir nada de esto, y menos todavía después de su enfrenta miento suicida con los nacionalismos catalán y vasco. Y es evidente que tampoco es posible ninguna alternativa por el lado de la izquierda. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, proponer un pacto de mayoría de la izquierda cuando el objetivo declarado y único de Julio Anguita y sus seguidores, en Izquierda Unida es dividir y destruir al PSOE y ocupar su lugar como fuerza preeminente de la izquierda y cuando su programa de política económica -es decir" el conjunto de vaguedades que se presenta como tal- dejaría a la inmersa mayoría del país a la merced de la derecha? Ésta es la cruda realidad y a ella hay que atenerse, sin que esto signifique aceptarla pasivamente y renunciar a abrir otras posibilidades o a situar a todos -especialmente a Izquierda Unida, en este caso- ante sus propias contradicciones y responsabilidades.

En definitiva, más allá de las grandes frases y de las polémicas pasionales, el fondo de la cuestión es muy claro y muy simple: el Partido Popular e Izquierda Unida, por distintos motivos, están de acuerdo en el mismo objetivo fundamental, que es derrotar al partido socia lista. Que el PP e IU y los que les apoyan intenten desplazar al PSOE y forzar un cambio radical de situación es perfectamente legítimo. No es esto lo que me preocupa, sino que quieran conseguir estos objetivos arrogándose monopolios de representación de coherencia, enfrentando a unas comunidades con otras, poniendo en peligro el dificil equilibrio, de nuestro sistema de autonomías y, fomentando crispaciones que a nada conducen.

Naturalmente, que consigan o no su objetivo dependerá principalmente del propio partido socialista, de su capacidad de asegurar estabilidad y confianza, de recuperar terreno perdido, de lanzar de manera creadora y creíble otros mensajes, de conectar con los nuevos sectores sociales surgidos de los grandes cambios de estos últimos años, de mantener su unidad y de generar nuevas ilusiones. Pero no me cabe ninguna duda de que si al final, por incapacidad del partido socialista y por la conjunción de otros factores, el propósito del PP y de Izquierda Unida se cumpliese y los dos ejes principales de la política española acabasen siendo el PP e IU, la izquierda, en España daría un salto atrás histórico y tendríamos asegurado el Gobierno de la derecha para muchas décadas. El PP y los que le apoyan lo saben. En el caso de Izquierda Unida no estoy tan seguro. En todo caso, y. para hablar en términos que a algunos les son, sin duda, familiares, creo que el triunfo de sus tesis no sería para la izquierda de nuestro país un paso adelante, sino un millar, o más, de pasos atrás. Este es un problema colectivo de grandes dimensiones que exigirá de todos nosotros una definición clara y una acción consecuente.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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