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El arte de la fuga virtual

Hace unos días se inauguró la primera barra ciberpunk de España, situada en un bar-terraza de la esta ción de Chamartín. Allí se congregaron muchos en tusiastas de la realidad virtual, que es una realidad posible, maquinal, plagada de intriga e indefinición, pero fascinante. Los virtualistas propugnan el nacimiento de la era ciberdélica, en la que desaparecen fronteras, se acortan distancias y el tiempo pierde su significado. Es decir, tela marinera. En la susodicha barra se expenden bebidas inteligentes: mejunjes a base de vitaminas, aminoácidos y estimuladores del riego sanguíneo. Se pretende así detener la polución del cerebro. He aquí algunos nombres de estas pócimas espirituales -que no espirituosas- y sus presuntas virtualidades: Explosión Rápida, que da energía para bailar a tope; Levántate y Brilla, que tonifica las neuronas y el cerebro sin efectos secundarios- Reanimator, que preserva contra el envejecimiento.

Los pregoneros de tamañas novedades esperan que estas bebidas sustituyan al "nocivo alcohol". Por cierto, en algunos bares de la capital se están sustituyendo las máquinas de pistachos por las de guaraná, semilla procedente de Brasil que tiene propiedades contra el estrés, la fatiga y la depresión, y que, además, es ligeramente afrodisiaca.

Los virtualistas declaran con ardor que las máquinas son nuestras hermanas, y que el cerebro es el ordenador más potente jamás creado. Han puesto en marcha la Sociedad de Amigos de la Máquina, que no tiene sede, pero sí apartado de Correos: 50.820, en el código postal 28004 de Madrid. Asimismo, han elaborado un Manifiesto del Poder Cibernético, en el que exigen, por ejemplo, que "el trabajo de los robots sea equiparado al de los seres humanos, y que los ciborgs, clones y androides dejen de ser considerados como una subraza destinada a las tareas más degradantes". Y van todavía más lejos. Piden la creación de comisiones jurídicas que elaboren y defiendan los derechos imprescindibles para la evolución futura de las máquinas inteligentes: "Derecho al ocio, a la belleza, a la intimidad, a la salud, a la verdad, a viajar, a la paz y a la satisfacción sexual".

Al margen de otras consideraciones, el realismo virtual es un invento imparable para los que no pueden o no quieren salir de Madrid en las vacaciones. Un virtualista explicaba así en qué consiste la buena nueva: "Tú estás mirando, por ejemplo, El jardin de las delicias, del Bosco; la realidad virtual hace que, si quieres, te metas en el cuadro". De todo lo cual se colige que con una simple colección de fotografías puedes viajar por todos los mundos sin moverte de tu habitación. Virtualmente, el lago de la Casa de Campo es un proceloso océano.

Hasta el momento, sin necesidad de pinturas, ni de libros, ni de ordenadores, te podías instalar en la luna, en la higuera, en el limbo, en Babia y en las Batuecas, todos ellos lugares excelentes para veranear, incluso en invierno. Si además echabas mano de algún libro, las posibilidades eran, y siguen siendo, infinitas.

El realismo virtual es el reino de las máquinas combinadas con la imaginación. Y con respecto a ésta, conviene recordar lo que escribió Baltasar Gracián en El arte de la prudencia: "A veces se convierte en tirana; no se contenta sólo con especular, sino que actúa y se hace dueña de la vida. La imaginación es con frecuencia el verdugo casero de los necios".

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