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La corrupción como delincuencia económica

Emilio Lamo de Espinosa

Señalaba hace unos días que los escándalos económicos y su correspondiente alarma social podrían tener el efecto catártico de modernizar la ética económica de los españoles. Ése es, por así decirlo, su posible lado bueno. Pero como es obvio su lado malo es aún más poderoso. Hoy pretendo resaltar uno de sus lados más perversos: el modo cormo todo ello ha saltado a la prensa ya la opinión pública, el modo como se está resolviendo.Efectivamente, todos los casos han sido descubiertos por la Prensa ante la pasividad de las instituciones, y ni el Tribunal de Cuentas, ni la Fiscalía del Estado, ni la Justicia, ni la Policía, ni el Defensor del Pueblo, ni siquiera el Parlamento, han estado en el origen de su desvelamiento. Se diría que las instituciones o no se han enterado o no han querido o podido hacerlo y cuando han actuado lo han hecho arrastradas por los acontecimientos. Desamparo legal que continúa.

Pues eso no es todo lo malo. Lo peor no es que la democracia no haya tomado la iniciativa; lo peor es que, probablemente, es llevada del ronzal. Veamos por qué. Efectivamente, dejemos ya de hablar de corrupción o escándalos; se trata de algo tan simple como delincuencia económica, de economía negra, ya beneficie a un partido, un banco, una constructora o un individuo. Pero esta economía (hay cientos de investigaciones que lo demuestran) se sustenta sólo en el chantaje o en la violencia bruta que los actores económicos ejercen unos contra otros. Ello es lógico. La economía delictiva carece de recursos legales; si un pacto no se cumple, no se puede acudir a los tribunales en demanda de protección. Quien comienza a operar fuera de la ley tiene que continuar operando así indefinidamente. El cumplimiento de los contratos se sustenta entonces bajo la doble amenaza de violencia o chantaje.

De modo que, a salvo de acabar en mafias asesinas, los grandes operadores de la economía negra han tenido que acumular dossiers unos contra otros y sobre el silencio del miedo al chantaje han tejido nuevos negocios buscando aquí y allá (y sin duda obteniendo) amparo político. Evidentemente esos dossiers son eficaces sólo para amenazar a gente sobre la que se puede tener un dossier. Por desgracia (yo más bien pienso que por fortuna), los humanos no somos perfectos y casi todo el mundo tiene algo que ocultar, de modo que basta con buscar pacientemente. Pero a veces sale alguien que no tiene nada o casi nada que ocultar y, como Elliot Ness, pone la mesa patas arriba y el tinglado salta.

Eso es justamente lo que a mi entender hizo Luis Ángel Rojo el día de los Inocentes de 1993, al decretar la intervención del gran fraude de Banesto: poner el tinglado patas arriba. Y ese mismo día los corruptores empezaron a liberar dossiers contra los antiguos chantajeados. Poco a poco, para que la amenaza surta efecto, pero con constancia y apuntando cada vez más arriba, siempre un escalón más alto que el desvelado. Y los desvelados acuden entonces a sus archivos negros y desvelan nuevos nombres que generan nuevas revelaciones. Y así, el juego piramidal del ocultamiento se transformó de pronto en el juego piramidal del desvelamiento. En el que seguimos.

De modo que todo hace sospechar que la Prensa no ha sido sino mensajera y transmisora de delaciones que le remitían los delincuentes. Pero lo más preocupante es la conclusión final de este argumento: que las instituciones están jugando el papel que los malvados les han asignado en sus rencillas internas. La democracia y los españoles asistimos pasivos, ante la indiferencia o impotencia de las instituciones, a un juego en el que las iniciativas las toman siempre los delincuentes. Ellos hacen sus jugadas y, en gran medida, se responden a través y mediante la Prensa, la Justicia o las comisiones de investigación, mientras nosotros presenciamos el la mentable espectáculo de una utilización perversa de todos los sistemas de protección institucionales. Es urgente retomar la iniciativa para salir del juego en el que nos han colocado.

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