Europa con Santer
LAS CONCLUSIONES parece que se imponen engaño samente por sí mismas. Jacques Santer, primer minis tro luxemburgués, elegido el pasado viernes presidente de la Comisión Europea, es una solución de compromiso tras el veto británico al jefe de Gobierno belga, Jean Luc Dehaene, propuesto por alemanes y franceses, pero percibido por todos como el candidato del canciller Kohl.Ello se traduce, según el coro general, en que la Comisión, dirigida por un presidente sin base propia de poder y, presuntamente, de poco color, perderá protagonismo a favor del Consejo de Ministros o, lo que es lo mismo, del dificil consenso entre los Estados miembros. La era Delors, asegura la sabiduría más extendida, de europeísmo intervencionista y de un marcado jacobinismo supranacional, debería dar paso a una visión mucho más modesta de la realidad y a una era de consolidación y empirismo más que de grandes aventuras del pensamiento.
Hay que recordar que cuando, hace 10 años, la primera ministra británica, Margaret Thatcher, impidió el nombramiento del francés Claude Cheysson, por europeísta, tercermundista y seguramente rojo, hubo de aceptar a un ex ministro de Economía también francés. Nadie sabía entonces que aquel Delors era este Delors, y que las medias tintas no eran exactamente su especialidad. El cargo de Bruselas conlleva una dinámica debida en buena parte a esos denostados burócratas sin rostro, como los euroescépticos gustan de llamarles, cuya profesión es justamente la de inventar. Europa. Santer no tiene por qué ser menos decisivo de lo que hubiera sido Dehaene.
Si a ello sumamos que Europa afronta hoy problemas desconocidos hace una década -la ex Yugoslavia, como el más visible-, que obligarán a la Unión Europea a actuar, veremos que lo de las presidencias grises no es, ni mucho menos, seguro.
Lo esencial, sin embargo, parece ser que el eventual deslizamiento de la iniciativa de la Comisión al Consejo debería dar lugar a grandes mutaciones en la forma de hacer política de los Doce. Como señaló en la cumbre extraordinaria del viernes el presidente francés, François Mitterrand, la observancia de la norma de la unanimidad va a ser en el futuro inviable, so pena de aceptar la parálisis como forma de vida.
Es irracional pensar que en las grandes decisiones sobre el futuro de Europa puede hacerse la unanimidad, y evidente que habrá que funcionar por la vía de las mayorías cualificadas, dejando en ocasiones que se descuelgue alguno de los disidentes. Llegará, por tanto, el día en que el primer ministro británico -sea quien sea- habrá de reconocer que no se puede estar simultáneamente fuera y dentro de la UE.
La Unión Europea sólo puede construirse desde el realismo. Pero, al mismo tiempo, la magnitud de los retos que se alzan ante Europa -la política exterior y de defensa común, la moneda única, la ampliación hacia el Este, la definición, en suma, de lo que Europa quiera y pueda ser en el siglo XXI- hacen que no se pueda seguir adelante sin una visión.
Todo ello pide, más que la debilidad de la Comisión y la fortaleza del Consejo, la vigorización de ambas instancias. Sin un concurso mayoritario, pero no necesariamente total, de los Estados miembros en las grandes decisiones no puede haber Unión Europea; sin una Comisión que suministre material político a los Estados y actúe, tampoco. Santer tiene ante sí una excelente oportunidad de no ser una non-entity (un don nadie), como le ha calificado la prensa británica; los Doce o los Dieciséis, la de seguir reinventando Europa.
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