_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sectarios

Desde hace algunos años se suceden las quejas contra los criterios políticos que emplea la Administración para promover a determinados autores. Incluso manifiestos han surgido para denunciar la situación, fenómeno curioso en un país donde escasean las expresiones públicas de disconformidad estética, los manifiestos de creadores dispuestos a poner patas abajo o, al menos, a revisar a fondo el statu quo existente. El último y más reciente de esos manifiestos contra la Administración deplora los "premios amañados", las "consignas de dudosos jefes literarios", las "patentes de corso para impartir prestigio", los "críticos sectarios" (cito por el resumen de EL PAIS del 7 de junio de 1994).No es nuevo este discurso, insisto. Comenzó extramuros de la literatura y en atalayas perfectamente nítidas en cuanto a su identidad ideológica. Uno, que empieza a ser perro viejo -lo cual alguna ventaja había de tener, que no está afiliado al partido en el poder ni ha ocupado puesto alguno en esta Administración, desconfía bastante de tales planteamientos, que pueden ser bienintencionados pero que también pueden amparar la defensa de intereses personales no defendibles por medios más específicos. Porque, seamos precisos, ¿cuáles son los premios amañados? Hablo ahora de los oficiales, que son los concernidos. He sido jurado de muchos de estos premiosy debo decir que si ha habido amaños yo debo de ser tonto porque no me he enterado. Es más, en una ocasión he visto a un director general aterrado ante la eventualidad, que al fin se produjo, de que el premiado no fuera un escritor eminente pero hostil a la Administración, porque temía una campaña de prensa adversa. Y ha cía bien en temerla, pues la hubo y, pese a la exquisita neutralidad que el aludido mantuvo en todo el episodio, se dijeron contra él absolutas inexactitudes.

La verdad es que la memoria de los premios oficiales más recientes señala que las injusticias, cuando las ha habido, han sido multidireccionales -y pido perdón por la palabra- Es cierto que Camilo José Cela no tiene el Premio Cervantes, y me parece mal, pero tampoco lo tiene Gabriel García Márquez, lo que tampoco es de recibo, creo, y, en cambio, sí ha sido galardonada con él una poetisa cubana anticastrista y de calidad problemática para un premio de tales características, y eso pese a la conocida y honda amistad que une a Castro con González. El poeta español más influyente de estos últimos años, Jaime Gil de Biedma, murió sin galardón oficial alguno y, en cambio, lo han tenido poetas anacrónicos e incluso póstumos (¡menudo amaño premiar a un muerto!). Y Juan Benet, presuntamente apoyado por Ja Administración, y cuyo prestigio en vida fue enorme, murió también sin recibir galardón administrativo de ninguna clase. ¿A quién inculpar? ¿A la Administración? ¿0 no serán más bien los jurados los responsables de esas y otras decisiones? Se olvida además que los premios literarios sólo reflejan la opinión de unos determinados jurados; no son ni pueden ser la expresión de ninguna justicia inmanente. La justicia poética la establecen los siglos y, aun así, con altibajos.

También se arremete contra las "consignas de dudosos jefes literarios". Yo miro el panorama y la verdad es que no sé quiénes son esos jefes, entre otras razones porque su tiempo, el de los jefes literarios, es cosa del pasado. Hoy quienes mandan, si mandan, son los editores y los medios de comunicación, pero ni a unos ni a otros les interesa demasiado ofrecer productos sin mercado ni divulgar necedades. ¿Que hay escritores que se lo montan mejor que otros? ¿Que hay quienes tienen amigos e influencias? Pues eso ha pasado siempre y no es un fenómeno de rango administrativo. Campoamor o Núñez de Arce, que gozaron de buena posición y fueron elogiados hasta el delirio, se lo montaron mucho mejor que el pobre Bécquer, que murió miserable y joven, y Blasco Ibáñez, que fue rico por las adaptaciones que Hollywood hizo de sus novelas, se lo montó mucho mejor que Valle-Inclán, que vendía muy poco y a quien nunca le llevaron nada al cine, ni en Hollywood ni en ninguna parte. ¿Son los medios injustos? Pues es posible, pero, de serlo, lo son en todas las' direcciones. Y se trata, en cualquier caso -nunca se olvide-, de medios de comunicación, no de revistas especializadas ni de boletines editoriales, que tienen la obligación de reflejar la actualidad, la noticia: hay escritores noticiosos aunque de calidad discutible. Ningún periódico, ninguno, consagra o destruye por sí mismo a ningún escritor.

Y luego están los críticos. No podían faltar. Aquí parece que sucede ahora lo mismo que sucedía en un pueblo andaluz hace ya anos. Existía en él la costumbre de que, una vez bien comidos y bebidos los señoritos del pueblo, alguien, siempre había alguien, decía que había que mantear al poeta, y allá se iban todos al manteo del vate. Pues bien, ninguna arremetida contra los poderes públicos está, por lo visto, completa si no se mantea al crítico, a los críticos "sectarios". En la viña de la crítica, debo precisar, hay de todo: críticos buenos y malos, razonables y arbitrarios; el de crítico es un oficio arduo y no es de extrañar que los verdaderos críticos sean una flor rara; pero la experiencia me indica que calificativos como ése encubren otras realidades: por acción (la crítica negativa) o por omisión (el silencio).

La verdadera crítica se equivoca en sus juicios, como también se equivocan los escritores: para Lope de Vega, el Quijote era pésimo, y Rubén Darío detestaba a Galdós, como Clarín, crítico y escritor, despreciaba a Rubén. La equivocación es casi inevitable cuando se trata de autores coetáneos. Pero, no nos engañemos, no existen genios ocultos. Puede haber escritores más o menos valorados, escritores que nacen con su público ya formado (Lope de Vega) o con su público por formar (Valle-Inclán). Pero dígaseme un solo caso de gran escritor español de este siglo que fuera ignorado (el uso no es académico pero sí expresivo) en su momento.

La gran literatura se defiende sola, con premios o sin ellos, con jefes y sin jefes, con críticos favorables o adversos. No; no hay genios ocultos u ocultados. Ni los había durante el franquismo, a pesar de la censura, que, sin embargo, no impidió la creación de ninguna obra memorable (ya lo dijo el viejo y cínico Gide: el arte vive de coacción y muere de libertad). Ni los hay ahora, con la democracia, con el PSOE, con el PP, con IU y tutti quanti. Todos los gobiernos escriben mal -léase el BOE-, pero ninguno tiene la culpa del estado, bueno, malo o regular, de la literatura.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_